11. Manuela



Su nombre completo era Manuela Beltrán Carrascosa, era prostituta de callejón (honrada y de las limpias según decía ella) y tiempo atrás había sido militar, encerrada en el varonil cuerpo del sargento Bernabé Beltrán Carrascosa.

El pequeño Bernabé creció en una familia de costumbres antiguas y arraigado fervor religioso, la cual había dado grandes generaciones de militares a la patria desde hacía más de un siglo. Ya desde pequeño intentó explicar a sus progenitores que algo fallaba en su cuerpecillo, que él se sentía niña, solo que aquel chapuzas de Dios al que tanto les gustaba venerar cada domingo en la iglesia del barrio, la había cagado con ella... ¡Y bien cagada!

Aquel comportamiento le costó al pequeño Beltrán unas palizas de muerte y el internamiento en una escuela militar a muy temprana edad, que estuvieron a punto de convencerle de que se equivocaba respecto a su identidad sexual.

Durante largos años reprimió su personalidad e intentó convertirse en el "hombre" que sus padres querían que fuese. Pero en el fondo de su ser Manuela empujaba hacia arriba con ganas de chillarle a la cara al mundo que era una bella mujer incomprendida y nadie la iba a callar.

Según ella fue expulsada del ejército por acostarse con varios superiores y, con lo que había ahorrado, se pagó un cambio de sexo que todavía no había completado.

Me contó entre risas que su miembro viril era del tamaño de una anaconda y se ganaba la vida honradamente con él hasta el día en que pudiera convertirse definitivamente en lo que era: simplemente una mujer.

Se marchó a altas horas junto a un cliente gordito y cabezón que sería víctima de la anaconda de Manuela según me dijo al despedirse.

Espero verla algún día, más guapa, más feliz y más Manuela que nunca.

12. Miguel "El Frigopié"



Días después de mi encuentro con Manuela, mientras deambulaba por las calles de aquella ciudad, no recuerdo muy bien cómo... Conocí al buenazo de Miguel.

Miguel "El Frigopié" me enseñó lo que años de abusos y vejaciones pueden hacer en una persona. No era un mal chaval, aunque ser tímido y retraído le hizo ser el blanco fácil de mil cabrones en su época escolar.

Las novatadas que sus compañeros sufrían las primeras semanas, duraban cursos enteros contra él. Le hubiese encantado plantar cara a aquellos cabrones que se ensañaban con él, pero el valor no era una de sus mejores cualidades.

Pensó solucionar su problema rajándose las muñecas, pero el tiempo y las circunstancias le enseñaron que esa no era la solución, que su papel en la vida era encajar burlas y golpes.

Me llevó a su harén, una tienda de comics y juegos de rol frecuentada por jóvenes espinillosos rebosantes de hormonas típicas de la pubertad y adultos que se negaban a crecer. "El Martillo de Thor" era pequeño y angosto, grupos de marginados sociales encontraban su vía de escape entre aquellas cuatro paredes, y yo llegué a sentirme uno más aquella tarde, entre más de veinte desconocidos que hablaban en un idioma que jamás llegué a entender.

No sabían del nerviosismo de una primera cita, ni del calor de un beso robado... Pero podían traducir al élfico La Divina Comedia o recitar los personajes de El Señor de los Anillos en orden alfabético.

Curiosos personajes.

Cuando llegó la hora de la merienda y la mayoría de los asistentes se largó a casa a por su dosis de grasas saturadas en forma de dulces y bollos cancerígenos, salí a la puerta con Miguel.

Le dije que me había encantado compartir uno de mis errantes días con él pero que mi camino debía continuar.

Lo que empezó siendo la típica despedida, acabó pareciéndose a una charla de autoayuda en la que yo era el ponente y Miguel el más aventajado de los alumnos.

Intenté que se valorara más de lo que lo hacía y que no se dejara pisar por nadie en ningún momento.

Creo que mis palabras llegaron hondo hasta el castigado corazón de mi compañero, pues tiempo después de nuestro encuentro, y por pura casualidad, vi su fotografía en primera página de un periódico local.

"EL ASESINO DEL CUCHILLO JAMONERO" rezaba en grandes letras, mientras que el penoso razonamiento de un periodista amargado intentaba explicar que, llevado por su pasión por los videojuegos violentos y peligrosos juegos de mesa, había cometido una atrocidad.

Según mi opinión el pobre Frigopié acabó con un problema que le torturaba desde hace años, de una manera muy mediática y poco ortodoxa.

Recibir palos en su espalda, burlas y ensañamiento contra su persona jamás interesó a un periódico o telediario, pero las gargantas rajadas de varios abusones fueron la comidilla de todo hijo de vecino durante varias semanas.

No sé dónde estarás Miguelito, solo espero que te traten como una persona...

13. Retomando el camino



Desperté temprano y preparé mi mochila para continuar el viaje. Ya estaba cansado de aquel hostal, sus clientes, su hedor a orines y sus peleas de prostitutas en los pasillos a altas horas de la madrugada.

Compré algo de comida para el camino y anduve hasta la salida de la ciudad. Había poco tráfico y no me apetecía hablar con nadie, así que tomé un camino de tierra que se alejaba dirección al monte.

Pensé que el contacto con la naturaleza me vendría bien, además durante estos últimos días había conocido a un montón de gente. Me sentía abrumado y un poco de soledad me pareció buena idea.

Después de largo rato caminando y una pequeña parada para comer llegué a un río de aguas cristalinas.

- Si el paraíso existe debe parecerse a esto - pensé.

Después de varios días en una ciudad podrida, aquel sitio era un remanso de paz inigualable. Los pajarillos cantaban y se acercaban a beber a unas aguas transparentes en las que peces asustadizos boqueaban tranquilamente. Yo por mi parte decidí darme un buen baño y sentarme a descansar bajo alguno de aquellos enormes árboles que filtraban la luz del sol, consiguiendo junto con el frescor del río una temperatura perfecta.

Dadas mis malas dotes de nadador estuve a punto de convertirme en un morado e hinchadito cadáver flotante cuando la corriente empezó a arrastrarme río abajo. Por suerte pude aferrarme a unas frondosas zarzas que frenaron mi descenso y rajaron mis manos con miles de afiladas púas. Con mucho esfuerzo y el miedo metido en el cuerpo pude salir y ponerme a salvo.

Vi un sitio donde la hierba crecía frondosa cual esponjoso colchón y decidí que sería un buen sitio para sentarse. Eran ortigas.

Lleno de pequeñas ronchas que rascaba hasta la saciedad y viendo que la madre naturaleza atentaba contra mi integridad física, decidí alejarme de allí y continuar con mi particular odisea...

14. Cielo estrellado



Después de dos horas de camino entre los picores de las ortigas y las sangrantes rajitas obsequiadas por las zarzas, comenzaba a anochecer.

Busqué un sitio (sin ortigas, zarzas ni ningún tipo de forma de vida vegetal) y me tumbé boca arriba intentando conciliar el sueño.

Aquella noche volví a dormir al raso, contemplando el cielo y la inmensa cantidad de estrellas que colgaban de él. Me sentí como una minúscula cagada de mosca en una enorme cristalera. Es genial mirar al cielo de vez en cuando para darte una pequeña lección de humildad a ti mismo y demostrarte lo insignificante que eres.

Así que filosofando cual reencarnación de Platón, intentaba pegar ojo mientras que a mi alrededor cientos de mosquitos esperaban su turno para picotearme el pellejo y robar un poco de mi sangre. Entre picores el sueño me venció en algún momento y descansé como un recién nacido. Creo que ni cambié de postura en toda la noche (la tortícolis del día siguiente así lo demostraba).

Sentía humedad en la cara y un olor raro, como si me frotaran el rostro con un trapo sucio, pero estaba tan agotado que nada me sacaría de mi profundo sueño. Notaba que la cara me pringaba de un líquido tibio y pastoso, pero estaba dispuesto a dormir sin miramientos. Cuando aquellas raras sensaciones se acentuaron hasta llegar a ser molestas, instintivamente mis legañosos ojos se abrieron y pude ver cómo una enorme lengua se ensañaba a lametones con mi entrecejo, mientras que chorreones de baba caprina me chorreaban por toda la cara.

Un macho cabrío (que en aquel momento me pareció de dimensiones colosales) se estaba pegando el lote conmigo. Chillé mientras rodaba por el suelo, hasta que pude deshacerme de mi romántico compañero y me vi rodeado por un rebaño de unas cincuenta cabras y rebozado por los cagarros de estos simpáticos animales, que debían haberme acompañado durante gran parte de la noche...

15. A tiro de honda



Fue un despertar bastante agitado, entre ruido de cencerros y balidos de cabras. Me limpié rápidamente las cagarrutas de encima y mientras intentaba salir de en medio de aquel rebaño, hubo alguna cabra molesta por mi presencia que me corneó el trasero. Pero lo peor aún estaba por llegar...

Todo rebaño tiene un buen perro pastor encargado de su protección y guía. Por los ladridos que escuché a mi espalda, el encargado de proteger a éste debía de ser del tamaño de un oso pardo.

Paralizado por el miedo estuve a punto de orinarme en los pantalones (siempre he tenido problemas para controlar mis esfínteres en momentos de pánico), pero mi instinto de supervivencia se activó inmediatamente y ordenó a mis piernas correr como alma que lleva el diablo.

Mientras corría perseguido por unos ladridos infernales creí escuchar gritos e insultos de lo que me pareció una voz humana, pero no tuve valor para volver la vista atrás.

Para terminar de alargar mi tremenda agonía, sentía el silbido de piedras que intentaban dar en un blanco móvil (yo) y por lo que pude comprobar, el tirador debía tener años de experiencia. Pues por más que me movía en zig-zag , intentaba correr agachado o saltaba impulsado por el terror que me infundían mis perseguidores, los proyectiles pasaban a escasos centímetros de mi cabeza.

Finalmente un cúmulo de circunstancias hicieron que diera con mis huesos en el suelo. No sé si fue por el éxito de mi cánido perseguidor, un certero proyectil disparado desde la honda de un experimentado cabrero, un mal paso dado por mí, un tropezón en toda regla o todas las circunstancias anteriormente narradas a la vez.

El caso es que caí fuertemente al suelo golpeándome la cabeza y segundos antes de perder el conocimiento pude escuchar:

- Ay granúa, ya te coí...a ver a quien te follas ahora...