21. Carta para la abuela Gladis



Querida abuela Gladis,

Espero que no sigas enfadada por mi rápida e inesperada partida y hayas tenido tiempo para reflexionar sobre los motivos que me hicieron abandonar tan súbitamente nuestro hogar.

Quiero que sepas que todo me va bien, estoy conociendo un montón de gente y viendo lugares de todo tipo.

Gozo de una salud estupenda y tengo la moral por las nubes. ¡¡Voy a comerme el mundo!!

Antes de marcharme dejé en el fondo de la alacena un regalo para ti, son tres botellas de tu ginebra favorita, espero que las disfrutes con moderación y tomes un trago a mi salud.

Un abrazo enorme de tu nieto.

Te quiero.

P.D. Junto con esta carta te envío un salchichón de excelente calidad, que aunque un poco doblado por algún golpe, sé que hará tus delicias.

Después de pagar al joven que tanto me había ayudado y empaquetar el salchichón junto con el mensaje para mi abuelita, me acerqué al mostrador y se lo entregué a la hermosa joven junto con la carta de Güarmigué.

No me preguntéis cómo ni porqué, pero mucho tiempo después me enteré de que aquel joven al que agradecí su ayuda hasta la saciedad, me había engañado brutalmente. Había tergiversado mis palabras y añadido contenidos "extra" a la tierna narración que le dicté con pelos y señales.

Y paso a relataros lo que aquel gañán irrespetuoso, escribió a mi abuela en lugar de la tierna narración atrás contada...

22. Lo que recibió la abuela Gladis aparte de un salchichón doblado



Querida gorda de mierda,

No sé si sigues enfadada porque me marché, pero me importa un carajo.

Espero que hayas entendido que me largué de casa porque tu olor corporal haría vomitar a un cerdo y los gases que salían de tu grasiento trasero eran más nocivos que el gas mostaza.

Quiero que sepas que han estado a punto de violarme en varias ocasiones, perdí un ojo en una reyerta y unos traficantes de órganos me han robado un riñón.

He intentado suicidarme en varias ocasiones, pero tranquila, no lo he conseguido... Ni lo conseguiré, pues si mi coeficiente intelectual no me permite anudarme los cordones de los zapatos con normalidad, no creo que llegue a aprender a hacer un nudo para poder ahorcarme.

Como sé que eres una borrachuza apestosa, te aviso que en el fondo de la alacena hay tres botellas de ginebra rellenas de amoniaco, si no quieres palmarla no te las bebas, puedes usarlas para desatascar el baño.

Siempre tuyo, el imbécil de tu nieto.

P.D El salchichón te lo puedes meter por el culo vieja asquerosa, porque aunque doblado, sé que hará tus delicias.

Salí de la oficina de correos contento y orgulloso, pues había cumplido con Güarmigué y dentro de unos días la abuela sabría que todo me iba estupendamente (pobre iluso, todavía no sabía que había sido víctima de un fatal engaño).

Así que me dispuse a dar una vuelta para conocer aquel hermoso pueblecillo y buscar algún lugar para pernoctar.

23. Por las calles de Villanueva



Recorría aquellas calles empedradas cuando comenzaba a anochecer. Observaba las blancas fachadas llenas de macetas con geranios de todos los colores y el olor a azahar de los naranjos de las aceras me hacían sentir realmente bien. Y de pronto, me lo encontré...

Era un joven alto y delgado, con una pequeña cresta rizada coronando su cabeza. Me dio de beber de su litro de cerveza mientras me contaba que opositaba para maestro. Detrás de sus gafas pude atisbar dos pequeños ojillos que me transmitieron confianza, así que justo en ese momento dejé de ser abstemio. Le dije que no bebía alcohol, pero que quizás ese día podría hacer una excepción.

Me explicó que andaba mal de pasta, que si podía invitarle a un litro de cerveza fresca o algo de vino dulce le haría un gran favor. Sin pensármelo dos veces, le dije que esa noche invitaba yo.

Después de rascar algo de mi cartilla de ahorros y abastecernos en la tienda de la esquina, me llevó a una plazuela en la que entre el tintineo de las litronas y algún que otro cigarro, entré en el alcoholismo y el mundo de la nicotina la misma noche. Conversamos de tantas cosas... Que creo que deberían ser contadas en un nuevo capítulo.

Buena gente este Bob...

24. Bobo



Se llamaba Javier, aunque todo el mundo le llamaba "Bobo" o simplemente "Bob". No sé de dónde vendría aquello de "Bobo", pues de bobo no tenía ni un pelo...

Dijo que era de un pueblo de Málaga, pero no sabría deciros cual (seis litros de cerveza y media garrafa de vino dulce, me hicieron olvidar muchas de las anécdotas de esa noche, recordad que hasta entonces lo más duro que había bebido era el mosto de manzana).

Decía que harto ya del pueblo le dio por andar, por ver mundo. En ese mismo instante me di cuenta de que éramos dos ejemplares bastante parecidos.

Estudió en un colegio de monjas, en el cual sus ideas anarquistas no eran bien recibidas... Aun así aprobó y esperaba una oportunidad para ejercer de maestro.

El día de su graduación, los bomberos acudieron a sofocar el fuego que se había iniciado en la capilla de su colegio. Las malas lenguas decían que él tuvo algo que ver, pues una vez el incendio fue controlado, se percataron de que la Virgen del Carmen ya no sostenía al pequeño Jesús en su regazo, en su lugar encontraron un enorme pene de goma en el que rezaba la oración "VIVA DURRUTI CABRONES".

Conforme pasaba la noche, su manera de hablar se tornó en un cloqueo gangoso y sus movimientos espasmódicos hicieron caer al suelo la gran bolsa de equipaje que le acompañaba en su viaje. Todas sus pertenencias se desparramaron por el suelo mientras él, después de varias vomitonas rápidas y necesarias, entraba en un profundo sueño.

Recogí todas sus pertenencias del suelo mientras los transeúntes observaban perplejos, no por verme recoger varios cd´s de punk patatero y varios calzoncillos sudados, lo que realmente les llamaba la atención era ver cómo guardaba en su mochila un niño Jesús de tamaño real un poco chamuscado... Cada cual que saque sus propias conclusiones, yo solo puedo volver a repetiros... Buena gente este Bob...

Le coloqué la mochila a modo de almohada y le tapé con el cartón de embalaje de una moderna lavadora, que alguien había abandonado cerca de un contenedor de basura. Mientras me alejaba entre mareos y arcadas, sentí que quizás hubiese debido quedarme unos días más con él... Seguramente le echaría de menos.

Andaba a trompicones y con dificultad por aquellas callejuelas empedradas, intentando reprimir las intensas ganas de vomitar... Debo ser sincero y deciros que no lo conseguí. El mundo daba vueltas a mi alrededor, ¿o quizás era yo el que giraba? No estoy muy seguro... Mientras intentaba buscar un hotel o posada donde pasar la noche, caminé por varias calles tropezando con todo el mobiliario urbano que se cruzaba en mi camino: papeleras, bancos y cabinas de teléfono fueron víctimas de mi loco caminar. Hasta que exploté...

Mi estómago decidió que había sido una mala idea eso de regarlo con cerveza y vino dulce. Fue una erupción, un geiser de fluidos gástricos y alcohol mal digerido que impactó directamente contra una bonita fachada blanca, digna de una postal.

Un grupo de vecinas que sentadas al fresco disfrutaban de la noche y de todos los cotilleos del vecindario me increparon, decían que los forasteros sólo "ponían mierda de por medio" y daban problemas y disgustos. Por suerte Antonia no era así y al verme maltrecho y con la cara bañada por el sudor frio me levantó, con muchas dificultades, hasta que entramos en su casa. Me llevó a su sofá y después de retirar los cojines hechos a mano y varios tapetes de ganchillo, me dejó descansar toda la noche.

Nunca he sido creyente y las religiones me importan un carajo... Pero he de deciros que Antonia era un verdadero ángel.

25. Antonia



Desperté aturdido por una resaca descomunal, creo que mi cerebro había decidido que después de haberlo maltratado con la desmesurada ingesta de alcohol de la noche anterior, debía tomarse una revancha (y la verdad es que lo estaba consiguiendo con creces).

Me encontraba pegado por el sudor a un sofá granate de piel falsa adornado con tres tapetes de ganchillo, digno de haber sido tejidos por la más profesional de las abuelas. Ojeé la habitación en la que me encontraba mientras intentaba recordar cómo había llegado hasta allí. Jesucristo me juzgaba desde un cuadro a tamaño real, con una mirada reprobadora que llegó a angustiarme por un momento.

Hubiese matado por un vaso de agua, así que después de conseguir despegar mi piel del sofá de skai, intenté abrir la puerta de la pequeña salita con total disimulo, pero las bisagras chirriaron a un volumen desmesurado rogando que las engrasaran.

Justo al entrar en el pasillo, me la encontré de frente. Vestida de negro y surcada por arrugas hasta en el último centímetro de su piel. Era Antonia, ochenta y nueve años. Curtida desde joven por el duro trabajo en el campo y maltratada por una vida injusta.

Me dijo entre risas que la acompañara hasta la cocina, que aunque no sabía si conseguiría despertar, me había preparado el desayuno. Después de beber casi medio litro de agua de un viejo porrón, las tostadas de jamón con tomate me supieron a gloria.

Me preguntó que de dónde venía y qué hacía en aquel pueblecillo perdido de la mano de Dios. Le conté un poco de mi historia a grandes rasgos. Ella me agarró de la mano y rompió a llorar.

Antonia era una mujer fuerte y luchadora, pero la vida se había ensañado con ella de mala manera. Y por más que preguntaba a su dios que 'qué había hecho para merecer tal castigo' nunca conseguía una respuesta.

Me contó que provenía de una familia humilde, que se casó con un buen hombre que murió joven mientras trabajaba en el campo, pero que por suerte su único hijo le acompañó y la ayudó a salir adelante cuando todo estaba perdido.

Ángel. Su nombre fue Ángel.

Dijo que fue su razón de vivir después de perder a su marido. Que fue un niño vivaracho e inquieto que le arrancó una sonrisa cada vez que la desidia se intentaba apoderar de ella.

Le pregunté que por qué hablaba en pasado de él, entonces su llanto fue incontrolable.

Ángel creció y se fue a la ciudad en busca de un trabajo y un futuro mejor, pero sólo encontró una aguja en su antebrazo que deshizo su vida. Fue una de las miles de víctimas de la heroína.

Enjuagándose las lágrimas en un viejo pañuelo de tela me dijo:

- Hijo, anoche te recogí porque eras el vivo reflejo de Ángel en sus peores días. Gasta cuidado con el mundo, pues vas a encontrar una trampa en cada esquina y los jóvenes no veis venir el peligro.

Le dije a Antonia que sólo había sido una borrachera, ¡y encima la primera de mi vida! Pero pienso que no me creyó, pues me dijo que mintiéndole sólo me engañaba a mí mismo.

Las marujas de la calle se asomaban por la ventana o entraban a casa de Antonia con la excusa de un poco de aceite, sal o cualquier cosa con tal de ver que el borracho que recogió la noche anterior no la había rajado y aprovechaba para robarle las estampitas de la virgen que decoraban cada rincón de la humilde casa o algún geranio del patio. Antonia podría haber dormido cada noche con la puerta de casa de par en par sin miedo a que entraran a robar, es difícil saquear algo donde no hay nada.

Viendo que mi presencia iba notándose demasiado en el pueblo y que en la puerta de Antonia había un corrillo de mujeres velando por su seguridad, me despedí de ella con un gran abrazo y me dispuse a continuar mi camino.