31. ¡Esto hay que celebrarlo!



Y entre chistes y cachondeo, llegamos a la peña flamenca "Macarena la Pelúa".

El Alcaparra me contó que se llamaba así por la mujer que la fundó. Decía que era una cantaora tremenda, que podía alargar las noches de cante, casi tanto como los pelos de sus sobacos.

- Muy buena cantaora payito, lo único malo que tenía era saludarla... Le dabas dos besos y te pinchaba con el bigote - me explicó entre carcajadas.

El Alcaparra no paraba de saludar a los parroquianos, así que me adelanté a la barra y pedí un par de cervezas para ir adelantando el trabajo. El camarero , calvo de cabeza, pero con unas patillas que darían envidia al mismísimo Curro Jiménez, puso un par de botellines rápidamente encima de la barra y unas tapitas de queso arenoso que me parecieron una delicatesen. Mientras saboreaba aquel quesillo peleón vi un cartel escrito con tiza en el que decía:

"ESTA NOCHE GRAN VELADA FLAMENCA"

Con las actuaciones de:

Al cante:

  • Mariano Jiménez "El pandereta"
  • Pepe Flores "El bizco de Monturque"
  • Dolores Benavente " La Pachona"
  • Enrique Porrino "El Tartaja"

A la guitarra:

  • Leopoldo Cañete "El niño sin dedos"
  • Francisco Cabrera "Frasco el manco"

Mientas pensaba en lo curioso de aquellos apodos y la historia que tendrían detrás, Juan Antonio se acercó y bebió su cerveza de un trago. Viendo que miraba fijamente el cartel de la actuación me informó muy seriamente:

- Payito, mucho arte hay escrito en ese trozo de pizarra, aprovecha que es viernes, que ya no nos acostamos hasta el martes - y volvió a reventar en risotadas.

He de decir que nunca conocí a nadie que riese tanto y tan sinceramente como Juan Antonio "El Alcaparra". Vivía en una chabola, se ganaba la vida entre hierros oxidados y no tenía ni un puto duro... Pero risas y cachondeo para dar y regalar.

Le comenté que siempre lo veía con la sonrisa en la boca y él me contestó con mucho arte:

- Aaaaaay, peor sería estar todo el día llorando, además, si rio tanto es para lucir el diente de oro, que bastante trabajico me costó apañarlo...

Entre cervezas, copas de vino blanco y tortillas de camarones, la noche se nos fue yendo de las manos. Después de ver a algunos de los cantaores, me quedó claro el por qué de sus apodos. "El bizco de Monturque" era el más evidente... Se podría decir que tenía un ángulo de visión de más de 180º.

Las actuaciones acabaron a altas horas de la madrugada, pero eso no tenía importancia para un par de socios en plena celebración exaltados por una ingente cantidad de alcohol en sangre.

La gente empezaba a abandonar la peña poco a poco y el camarero con pintas de bandolero andaluz sacó su escoba y recogía mesas y sillas entre miradas descaradas que pedían a gritos que abandonásemos el local. Así que después de pedir un par de gintonics en vaso de plástico, salimos de la peña a todo gas.

Charloteamos un buen rato sentados en un banco, hasta que El Alcaparra se arrancó por bulerías taconeando encima de un coche del aparcamiento mientras yo daba vueltas alrededor del mismo gritando '¡olé, olé y olé!' e intentando acompañarlo a las palmas en un bochornoso espectáculo. Empezaba a amanecer y algunos de los vecinos que querían descansar nos invitaron a marcharnos sutilmente: cagándose en nuestros muertos varias veces, amenazándonos de muerte e incluso hubo alguno más directo que nos tiró un cenicero de cristal desde su balcón del quinto piso.

Percatándonos de la hostilidad vecinal que habíamos creado con nuestro flamenco aquelarre, decidimos movernos un poco, pues la noche de excesos nos estaba pasando factura y algún vecino mosqueado podía hacer aparición de un momento a otro para darnos una didáctica explicación de por qué no se debe bailar flamenco encima del techo de su coche a las 6:30 de la mañana.

Reventados y hartos de reír, decidimos posponer la celebración para otro día e ir a descansar a casa de Juan Antonio.

32. La cabaña



Nos apartamos un poco del barrio de El Pandero dirección a unas colinas. Tras andar varios minutos por un sendero entre árboles, matorrales y montones de basura, llegamos a la "residencia" de El Alcaparra.

A él no le gustaba llamarla chabola, decía que era su cabaña.

Según mi punto de vista, aquello era un agujero inmundo. Podría haber sido perfectamente la entrada al inframundo. Era una construcción primitiva fabricada con restos de todo: uralita, palets, plásticos de embalar, restos de camas antiguas e incluso varias botellas de anís formaban parte de los materiales que sostenían en pie aquella madriguera.

Antiguamente la cabaña fue un cortijo de agricultores del que ahora únicamente quedaban un par de paredes en pie. Todo lo demás había sido añadido por un arquitecto de la necesidad en su empeño por no dormir al raso.

La electricidad era gratuita, pagada por los contribuyentes (dos alargaderas robaban la energía a una farola cercana), y el agua la recogía del pozo del cortijo. Un viejo hornillo de gas le servía de cocina y un bidón agujereado en la rama de un árbol cumplía la función de ducha improvisada. Como no sabía que usaría como retrete me tomé la libertad de orinar en uno de los pinos que rodeaban la casa, aunque tiempo después me fue revelado que una cacerola a unos metros de allí estaba destinada a tal función. En la zona exterior, una gran bobina de cable hacía de mesa, rodeada por varios bloques de hormigón que funcionaban a modo de taburetes.

Yo dormiría en un sofá cama situado al lado de una chumbera mientras que él decidió que vería el amanecer tumbado en una roída manta, en la que finalmente se estaba quedando dormido.

Varios días atrás había escuchado una conversación, en la que decían una frase que no dejaba de darme vueltas en la cabeza. Así que antes de quedarnos dormidos decidí contársela a El Alcaparra, con el fin de obtener su visión filosófica del asunto:

"No es más pobre el que menos tiene, sino el que más desea".

Se giró para mirarme con los ojos desorbitados y una sonrisa burlona, que sacaba a relucir su flamante diente de oro y me dijo en tono socarrón:

- Cosas de payos, que no te engañen hijo mío... Que eso seguro lo escribió un payo rico con mucho tiempo libre. A ver si tenemos suerte y nos toca el 'euromillón', que te vas a hartar de escribir refranes para los sobrecillos del azúcar pero con mucho parné en el banco.

Así que después de una lección de lógica aplastante por parte de mi gitano chatarrero favorito, entre ronquidos y el ruido de coches de una carretera cercana, el sueño me venció mientras pensaba que aquel no era un lugar tan malo para vivir.

Quizás estuviera encontrando mi hueco en aquel mundo loco que me rodeaba.

33. Vida chatarrera



Los días pasaban convirtiéndose en meses, los meses estaban a punto de convertirse ya en un año y yo me había convertido en un experto chatarrero junto a mi maestro y mentor Juan Antonio "El Alcaparra".

Dominábamos el negocio de la chatarra en el barrio y éramos "la empresa" más fuerte del sector seguidos de cerca por una cuadrilla de rumanos, con la que ya habíamos tenido algún que otro encontronazo por tema de territorios y diversas movidas (el mundillo del cobre era duro, competitivo y peligroso a partes iguales).

Ya era uno más dentro del barrio de El Pandero, donde todo el mundo me conocía y respetaba. Desde el pobre diablo que intentó atracarme el primer día que pisé esas calles hasta el patriarca de un famoso clan gitano dedicado a la venta de... Digamos..."fármacos ilegales", pasando por todo tipo de curiosos personajes.

No nos faltaba de nada, teníamos lo básico y estrictamente necesario, pero a decir verdad vivíamos como reyes según mi punto de vista. Trabajábamos lo justo para vivir, pegarnos una buena juerga el fin de semana y como decía el alcaparra "tirar pa'lante".

El Alcaparra me enseñó a acompañarle a las palmas y a tocar el cajón, así que, cuando las madrugadas se alargaban más de lo normal, montábamos unas buenas juergas en la cabaña con lo más "selecto" del barrio. Por allí pasaron cantaores profesionales, aficionados, amateurs, una yonki que podía tocar la pandereta más de dieciséis horas seguidas sin parar - os lo juro, mis ojos presenciaron más de una vez como aquellos movimientos espasmódicos se alargaron horas y horas... -, guitarristas de todo tipo e incluso un tipo llamado Diego al que le decían "El Cigala", que cantaba bastante bien y pillaba unos pedos de ron apoteósicos.

En general nos iba todo bien, aunque ya se sabe que en esta vida las cosas buenas suelen durar muy poco y a nosotros la buena racha se nos estaba alargando demasiado... Ahora tocaba caer en picado.

34. Una de rumanos



La madrugada de un domingo, después de varios días de festival, dormíamos plácidamente cuando de repente un sonido repetitivo de golpes secos me despertó alterado. Provenían de detrás de la cabaña, de un pequeño cobertizo donde guardábamos los hierros hasta poder juntar una cantidad considerable para venderlos.

Juan Antonio roncaba profundamente dormido, así que decidí no despertarlo. Quizás solamente fuese un animal atrapado entre el amasijo de metales o el viento moviendo una chapa. Echaría un vistazo rápido para asegurarme de que todo iba bien y volvería rápidamente a la cama.

Mientras me acercaba seguía escuchando el sonido de la chatarra entrechocando y justo al volver la esquina me los encontré allí, profanando nuestro santuario y saqueando nuestra preciada morralla; nuestro sustento.

Eran tres, uno mantenía la furgoneta arrancada sentado en el asiento del conductor mientras los otros dos habían destrozado la puerta del cobertizo y llenaban la parte trasera del vehículo a marchas forzadas. Aquellos invasores 'rumanoides' iban a pagar cara su osadía, habían llegado demasiado lejos.

Buscaba algo a mi alrededor que me sirviese de arma para dar un buen escarmiento a aquella panda de sinvergüenzas y en ese momento agradecí enormemente que las inmediaciones de la cabaña estuviesen plagadas de basura, pues pude recoger algunos instrumentos del suelo que me ayudaran a espantar a aquellos rufianes (una litrona vacía y la cacerola que usábamos a modo de retrete fue la elección final, después de una rápida selección de armamento).

Al grito de ¡¡¡HIJOS DE PUTAAAAAAA!!! (Ya sé que no fui muy original pero, entre el nerviosismo que se empezaba a apoderar de mí y que estaba cagado de miedo, no se me ocurrió nada mejor) salí corriendo de la oscuridad que me protegía y propinando un fuerte golpe contra el cráneo de uno de aquellos mangantes exploté el litro de cerveza, que cayó fulminado al suelo sangrando abundantemente y totalmente fuera de combate.

El conductor de la furgoneta aceleró levantando una gran nube de polvo y se alejó a toda velocidad dejando por el camino una nevera vieja y varios trozos de metal, aparte de a uno de sus compatriotas tirado en el suelo.

Ya sólo me quedaba un contrincante al que noquear, pero al verlo acercarse entre la polvareda me di cuenta de que una cacerola con restos de mierda seca no me servirían de mucho contra aquella bestia parda. Quizás aquel gigante hubiese sido campeón de lucha libre en Rumanía, pues era una enorme mole musculada, dispuesta a vengar a su compañero caído y furioso por la traición del conductor que, según mis cálculos y viendo la velocidad a la que había salido disparado, ya debería estar llegando a tierras rumanas.

Recuerdo que pude esquivar la primera embestida del enorme morlaco y colgarme de su espalda. Mordí salvajemente su oreja y la boca se me llenó de ese sabor metálico que da la sangre fresca, pero el rodeo terminó pronto. Caí de espaldas en el suelo dando un tremendo golpetazo... Lo último que vi de aquel combate era como la bota de mi contrincante bajaba rápidamente hacia mi cara golpeándome brutalmente la nariz.

Después de aquello todo se volvió negro... Perdí el contacto con el mundo que me rodeaba...

35. Dolorido



Cuando recobré el sentido, El Alcaparra llenaba el tercer cubo de agua en el pozo con la esperanza de poder reanimarme. Al verme totalmente empapado, me di cuenta que los dos anteriores dieron en el blanco y cumplieron con su propósito.

Sentía un dolor descomunal por todo el cuerpo y apenas podía abrir la boca debido a la hinchazón. Uno de mis ojos estaba oculto bajo la carne inflamada y mis labios se habían vuelto de un color negruzco y del tamaño de una morcilla de burgos.

Mi buen amigo se dio cuenta de que había despertado y, dándome un beso en la frente que me dolió más que una puñalada debido a la hinchazón, empezó a gritar al viento:

- ¡Válgame el señor payito mío, que te han puesto la cabeza más morada que un higo! ¿Qué es lo que ha pasado aquí? Que pensaba que te me morías... ¿Quién te ha hecho esto? ¡Qué le voy a pegar un navajazo en la barriga, que va a tener que llevar las tripas en un canasto!

Le expliqué como pude, que nuestra competencia rumana nos había hecho una visita nocturna, pero que los había sorprendido en plena faena y la cosa se había puesto fea... Le pregunté si habían conseguido llevarse mucho de nuestro material.

- ¡Aaaaaay mi payito Bruce Lee! ¿Y por qué no me despertaste?, que fuese cambiado la historia... Ahora mismo estaríamos tapiando el pozo con unos cuantos de rumanos dentro. Se han llevado algo pero ahora mismo no te preocupes por eso y descansa cabezón.

Me contó que cuando despertó por el ruido de la pelea y se acercó ya se habían largado de allí, lo único que pudo ver fue a mí en el suelo con la cara hinchada por los golpes y un trozo de la oreja de mi contrincante en la boca.

- ¡Olé ahí mi payito pitbull! A ver ahora donde se apoya las gafas de cerca ese malaje - dijo con sorna.