36. Rehabilitación
La recuperación fue lenta y dolorosa, pero los cuidados de El Alcaparra ayudaron a que mi lamentable estado mejorara notablemente en poco más de un mes.
La primera semana mitigué el dolor a base de trompas de pacharán casero y licor de membrillo - no sé si son tan eficaces como la morfina en vena, pero a mí me resultaron tremendamente efectivos -.Mi rehabilitación consistió en moverme lo menos posible, levantarme nada más que para ir a mear y escuchar el cante de mi compañero cuando estaba por la cabaña, ya que pasaba la mayor parte del tiempo por el barrio en busca de chatarra. Aunque no era sólo chatarra lo que buscaba...
Juan Antonio usó todos los medios de los que disponía para dar caza a aquellos tres maleantes que asaltaron nuestra casa a media noche y me habían dejado la cara como un mapa. Toda una red de yonkis, prostitutas y machacas corrían la voz y buscaban a tres rumanos (uno de ellos sin oreja) a cambio de una buena recompensa.
He de deciros que jamás los encontró y en el fondo (quizás muy en el fondo en ese momento) una parte de mí se alegró de ello, pues de otra forma Juan Antonio hubiese podido hacer cosas que cambiarían para siempre la percepción que tenía de él. Todas las noches después de cenar mientras fumábamos un cigarrillo antes de dormir, me narraba frente a la hoguera una cantidad de suplicios inimaginables que tenía reservados para aquellos tres hijos de la gran Rumanía. Se recreaba tanto en los detalles de aquella orgía de sangre que llegaba a dar miedo...
Además yo nunca he sido rencoroso, creo que un trozo generoso de oreja y un tipo con la cabeza rajada por un litronazo a cambio de una cara morada durante varias semanas, orinar sangre los tres primeros días y el cuerpo dolorido por un tiempo... No fue tan mal cambio.
Nunca he sido un gran negociante, ya lo sé. Pero en fin... Así soy yo.
37. Ampliando el negocio
Después de unos meses de recuperación, cuando conseguí andar sin que la mayoría de mis doloridos huesos crujieran y viendo que la segunda potencia chatarrera del barrio había desaparecido sin dejar rastro, decidimos ampliar horizontes.
Me fui dando cuenta de que mientras yo iba recuperando mis fuerzas poco a poco, a Juan Antonio se le hacía cada vez más difícil empujar el carro lleno de hierros por la calle. Solía llegar serio, pálido y muy cansado a la cabaña, aparte de quejarse muy a menudo de dolores en el pecho. Le dije más de quinientas veces que debería ir al médico, pero él siempre me contestaba que no confiaba en los matasanos, que no había nada que una buena copa de aguardiente no pudiese curar.
En fin, decidimos comprar una furgoneta y desterrar los pesados carritos de supermercado para siempre. Seguramente nuestro cuerpo lo agradecería, sobretodo el maltrecho corazón de mi amigo.
Ahorrando un par de meses, invirtiendo el poco dinero que quedaba en mi cartilla de ahorros y tirando de los contactos de El Alcaparra, quizás conseguiríamos un vehículo de octava mano por un precio asequible.
Como ya era tradición entre nosotros, decidimos que no habría mejor forma de celebrarlo que unas cervezas en la peña a la noche siguiente, además El Alcaparra me dijo sonriendo:
- ¡La celebración de mañana va a ser legendaria payito! ¡Inolvidable! ¡Vas a ver en acción a uno de los mejores cantaores que hayas visto nunca! Y que no me entere yo que falta algo de beber o que te veo acercarte a la barra a pagar.
¡Mañana invito yo y manda mi polla!
38. Preparativos
Al día siguiente notaba a Juan Antonio un poco más inquieto de lo normal. Fumaba compulsivamente y no paraba quieto ni un instante.
Cuando se acercaba la hora de ir a la peña entró en la cabaña a arreglarse, mientras yo lo esperaba fuera observando cómo dos ratas correteaban y hacían pedazos una bolsa de basura.
Después de un largo rato oí como se abría la puerta de nuestro refugio y antes de que pudiera girarme le escuché decir:
- Date la vuelta payito, que vas a ver lo que es un tío "engalanao" y hecho un pincel.
El hombre al que vi detrás de mí era una versión elegante del chatarrero pero a la vez muy desmejorada. Lucía un traje oscuro que, aunque antiguo y un poco rasgado por alguna costura, le daba un toque de elegancia. Aun así su rostro denotaba cansancio, e incluso pude atisbar algo de palidez en su rostro moreno.
Pensé en decirle si se encontraba bien pero no quise estropear el buen rollo que se respiraba en el ambiente, así que le pregunté a qué se debía aquel modelito a lo James Bond. Él tosió varias veces y después de esbozar una de las fantásticas sonrisas que le caracterizaban me dijo:
- Ya te dije ayer que hoy era un día especial, así que menos hablar y más andar que desde que te dieron el palizón te estás quedando "engarrotao" de no menearte en todo el día.
Nos reímos a la par como de costumbre y, después de un breve forcejeo y varias collejas en plan broma, nos dispusimos a pasar una noche apoteósica en la peña "La Pelúa".
39. Cosas de la vida
Nada más entrar por la puerta de la peña me empecé a percatar del porqué de la elegante vestimenta de mi compañero y de que ese día sería una celebración especial.
En el cartel en el que días anteriores se realzaba el nombre y apodos de diversos cantaores, ahora solo aparecía un nombre en rústicos caracteres escritos con tiza.
ESTA NOCHE ACTUACIÓN ESPECIAL.
DISFRUTEN DEL CANTE DE JUAN ANTONIO HEREDIA
"EL ALCAPARRA"
Al instante comprendí toda esa nube de secretismo y nerviosismo que brotaba en el ambiente. Juan Antonio me miró con una sonrisa pícara y me dijo:
- Ay payito mío, hoy son todo buenas noticias, te me estás recuperando como un león de la tunda que te metieron los rumanos y encima hoy subo al tablao. Que sepas que te voy a dedicar el tema más "rajao" que salga de mi garganta.
Bebimos hasta la saciedad, disfrutamos de conversaciones varias y buena compañía, pero algo me decía que El Alcaparra no estaba en su mejor momento.
Juan Antonio subió al tablado entre tambaleos y agarrones en el pecho. Yo se lo achaqué a las doce copas de vino tinto que su organismo intentaba asimilar, pero quizás había algo que no llegaba a percibir en su forma de actuar.
Se sentó con mucho arte en una vieja silla de anea que había sobre el escenario y cuando su amigo El Patacabra empezó a tocar la guitarra se hizo el silencio.
Empezó con unas bulerías que hicieron las delicias de los presentes incluido yo, que aun siendo un analfabeto del flamenco entre otras cosas, me arrancaron alguna que otra lagrimilla de emoción.
A continuación vinieron un par de soleas y algún que otro tango. El ambiente era expectante, pero la cara de El Alcaparra no mostraba orgullo ni satisfacción (como la del cerdo de vuestro rey, en el mensaje de nochebuena de cada año), más bien esbozaba una mezcla de agobio y dolor.
Después de un parón de unos quince minutos para aclararse la voz con anís de cazalla y limpiarse la cara con una toalla vieja, subió de nuevo al tablao. Y antes de continuar con su cante desgarrado me dedicó unas palabras que quedaron grabadas a fuego en mi interior.
- Aunque la vida no me ha dado hijos, el próximo cante va dedicado a mi payito, el de los ojillos moraos. El niño que nunca tuve que me ha hecho sentirme padre.
Después de aquella dedicatoria que me emocionó y sonrojó a partes iguales entre los eruditos del cante, borrachos, yonkis talegueros y demás personajes variopintos que allí se arremolinaban, Juan Antonio usó el poder de su voz y del micro que sujetaba entre sus sudorosas manos para cagarse en los muertos del tal "Camarón" y sus secuaces que, según dijo a gritos, le había robado la canción que a continuación cantaría.
El silencio se rompió entre murmullos de desagrado, silbidos y algún grito perdido de aprobación.
Entonces El Alcaparra empezó a cantar... La que sería su última canción en vida...
40. Muerte accidental de un cantaor
Por lo poco que pude entender de aquel cante, pues estaba más atento en cómo la cara de El Alcaparra iba tomando un tono purpura azulado, la canción narraba como un río bajaba de una montaña (o al menos eso es lo que yo pude entender entre líneas).
Las venas de su cuello se hincharon hasta alcanzar el tamaño de una morcilla, y cuando el cante llegaba a su clímax... Juan Antonio perdió la vida.
Quizás su sistema cardiovascular resentido por el anís cazallero y el vino tinto se rindió a mitad de faena. Puede que alguna de las vigorosas e hinchadas venas de su pescuezo estallaran por soleares después de varias horas de castigo... La verdad es que nunca supe el motivo... Lo que sí comprendí de inmediato fue que El Alcaparra se 'había quedado pajarito' delante de todos los parroquianos que ese día habían reunidos en la peña y que la espuma blanquecina que brotaba de su boca no era una buena señal...
Subí al tablao e intenté reanimarlo a base de tortazos en la cara y blasfemias de todo tipo, pero El Alcaparra... Ya se había marchado.
La ambulancia llego después de hora y media de espera. Según nos contaron sus ocupantes, una panda de yonkis drogopropulsados les habían saqueado en un cruce de caminos. Morfina, tranquilizantes y todo el género de jeringuillas del que disponían había sido arrebatado en un acto de bandolerismo digno del José María "El Tempranillo".
La verdad es que ya nada importaba, pues la persona que más apreciaba en esos momentos me había abandonado para siempre... Y otra vez me encontraba solo, malherido y sin rumbo fijo.