El Cabo Suelto de Dios

10

Miró el despertador por primera vez, eran las siete de la mañana del domingo, Albert no podía dormir más, de hecho no sabía muy bien si había dormido; pensamientos y sueños eran uno, la importancia de lo que tenían entre manos dominaba el cansancio y la voluntad. Se duchó y llamó a David; mientras éste pasaba al baño, él prepararía café; bajo la petición de su amigo encendió la televisión, David acostumbraba a escuchar las noticias todas las mañanas desde la televisión en las ediciones matinales cuando estaba en su casa y la casa de Albert en estos vanos aspectos podía considerarla suya e imponer sus costumbres.

- Buenos días Albert, ¿has dormido bien?

- Estoy descansado, buenos días - respondió atareado con la cafetera.

- Mira, ahora sale, los terremotos se han estabilizado, si es que estas cosas nunca vienen solas, siempre se presentan dos o tres calamidades juntas, acuérdate de hace dos años con las inundaciones de China y los huracanes en Colombia, que desastre - explicaba David entre sorbo y sorbo de café sin dejar de mirar la vieja pantalla de televisión.

- ¿Por qué será que te gustan tanto estas cosas, eh?, - medio increpaba Albert mientras apagaba el aparato de televisión - venga termina el café que nos vamos, tenemos una cita con la historia.

- Joder tío, con lo duras que están las magdalenas, deberías casarte así habría cosas de comer en esta casa - replicó con la boca llena dando el último sorbo al café.

- Cásate tú - le contestó Albert mientras literalmente empujaba a su amigo fuera de la cocina.

Salieron, la casa quedaba relativamente cerca de la universidad así que decidieron ir andando, la mañana era fresca lo que los despejaría aún más para afrontar uno de los días más importante de sus vidas. Al poco rato llegaron a la universidad que encontraron semi-desierta por la temprana hora, entraron en el edificio lateral y subieron al tercer piso donde se encontraba su despacho sin tropezar con nadie; no les extrañó no ver al bedel de guardia que estaría de ronda abriendo cada puerta de la universidad por el hecho de estar todo bajo llave en el edificio, cosa que no le importaba a uno de los miembros de la junta de gobierno de la universidad como era Albert. Al entrar al despacho se encontraron con una oscuridad inusitada que se hizo realidad al cerrar David la puerta tras de si. La extrañeza se volvió sorpresa al accionar el interruptor de la luz.

- ¡¿Quiénes son ustedes, como han entrado aquí?! - preguntó firme y nerviosamente Albert al verse rodeado por varios hombres. David sintió algo parecido a lo que había sentido Joseph el anticuario hacía un rato.

- ¡¿Dónde está?! - preguntó el hombre mayor que se encontraba en una de las esquinas del despacho.

- ¡¿Dónde está qué?! ¡¿Quiénes son ustedes?! - insistía el profesor, queriendo ignorar la pregunta de aquel hombre que en su cabeza tenía tan clara respuesta.

- Tranquilícense, no somos violentos si se nos complace señor Bernstein, intuyo de su inteligencia y a ella abogo para su colaboración - hablaba pausadamente el viejo - venimos por el libro que ayer cayó en sus manos y que no tengo lugar a dudas le habrá interesado sobremanera.

Desde un primer momento la cabeza de Albert había conjugado toda una serie de suposiciones que realzaban la importancia del libro; a la sorpresa inicial vino el examen de aquellos hombres y lo particular de sus vestimentas; su inferioridad numérica no importaba en demasía pues ni él ni David estaban acondicionados por la naturaleza para un enfrentamiento físico, aquello no hacía más que resolver la importancia de aquellos escritos y verificar su sospechas; de hecho el rigor científico hacía necesaria una colaboración con estos hombres para obtener toda la información posible alrededor de la historia que esa noche no le había permitido pegar ojo.

- Está en el cajón derecho de mi mesa - dijo seriamente.

- Aquí no está - afirmó secamente el viejo que ya permanecía frente a él y junto a la mencionada mesa.

- ¡¿Cómo?! - gritó exaltado Albert, saliendo disparado hacia la mesa - ¿cómo es posible?, ayer lo dejamos aquí bajo llave.

- Es verdad señor - aclaraba David.

- ¿Quién es usted? - preguntó el viejo.

- David Bowman, amigo mío, profesor de la universidad de Granada - se adelantó a aclarar Albert.

- Bien, este cajón está forzado, así nos lo hemos encontrado esta mañana. - explicó el viejo señalando la astillada madera de la zona de la cerradura.

- No sé, no me lo explico, las únicas personas que sabíamos que el libro estaba aquí somos David y yo; Joseph, el anticuario que me lo trajo no puede saber si lo guardé aquí o me lo llevé, aparte de que no robaría algo que es suyo; además me indicó que nadie más sabía de su existencia aparte de la mujer que se lo vendió, que por su descripción pienso tenga relación con ustedes; supongo que están aquí por mediación de Joseph.

- Así es pero no le culpe.

- ¿Le han hecho daño? - preguntaba dudando Albert.

- ¿Quién se cree que somos? - dijo con voz alta y enfadada el viejo - no lo hemos torturado ni matado, no somos de esos, lo creía más inteligente profesor.

- Ustedes son Toloméicos No Mesiánicos, ¿no? - afirmó Albert.

- Vaya, acabo de subestimarlo - indicó complacido.

- Si me permiten, señores - pidió David - creo que sé quién ha robado el libro.

Todos miraron al unísono al temeroso David.

- ¿Y bien? - preguntó el viejo.

- Señor - estableció seriamente David - imagino que el libro les pertenece y que son una especie de responsables de su custodia, estos ropajes y su forma de actuar así me lo sugiere; siendo así deben saber que Albert y yo somos historiadores, y de los más curiosos, queremos que el libro aparezca en igual o mayor medida que ustedes; en lo que a hallazgo histórico se refiere es lo más importante ocurrido jamás, nada es comparable con este libro. Creo hablar por mi socio también (al oírse llamar 'socio' Albert miró extrañado a David) cuando les invito a explicarnos todo lo relativo al libro que por su parte les atañe, quiénes son ustedes, qué es ese libro en realidad; en fin, todo lo que envuelve este descubrimiento y entonces yo les diré quién han robado el libro.

Inmediatamente después de terminar la frase David tenía una de las doradas dagas de aquellos hombres sobre su garganta, lo que le hizo tragar saliva y pensar que sus palabras en ese tono fanfarrón no habían gustado nada; la idea de hombres no violentos se le desmoronó y la tranquilidad que las anteriores palabras del viejo le habían producido se tornó en sudorosa inquietud.

- Guarda eso Hassan - ordenó el viejo y dirigiéndose a los dos amigos - no es nuestro proceder; no somos violentos pues en principio nuestras creencias así nos lo exige, pero como toda situación ordena una actuación, debo indicarles que nunca nos hemos visto en una situación parecida y mientras podamos evitar un acto violento así lo haremos, espero que me entiendan; no tenemos tiempo señores, aun así escúchenme y entonces comprenderán que necesitamos recuperar el libro con toda urgencia.

El nombre de quien robó el libro me lo diría usted sin necesidad de explicaciones pero me temo que les necesitaremos de nuestro lado y de su ayuda para localizarlo; si intentan sacarlo a la luz requerirán de su estudio y traducción; ustedes se mueven en este mundo de historiadores mejor que nosotros; sea quien sea, quién ha robado el libro deberá acudir a un especialista y en esto no creo que haya muchos en el mundo, así hasta el nombre del ladrón resultaría vano.

Ya suponía, al ver cómo nos hemos encontrado su despacho, que se lo habían robado, de otro modo si éste se encontrara aquí lo hubiéramos hallado nosotros; esperaba averiguar si de verdad había sido robado pues cabía la posibilidad de hallarse en su poder; acabamos de terminar su búsqueda en el despacho y ya había establecido nuestro siguiente paso con o sin su ayuda, desde luego el nombre del ladrón simplificará su localización. Usted Albert está capacitado para traducirlo y conocerá sin duda quien más lo puede hacer. Bien señores lo que les voy a contar les incitará a implicarse en su búsqueda y espero nos ayuden en ello, siéntense por favor.

Mi nombre es Shalmed Hassbar número veinte en la sucesión de los guardianes del libro, nuestro antepasado Tolomeo Al Crait conocido en la historia como Tolomeo de Bari fue maestro y responsable de la educación de Jesús de Nazaret; lo hacía, no por dinero pues su familia era rica, sino por vocación y llevado de la inteligencia que Jesús poseía, inigualable y nunca vista. Tuvo a Tolomeo hipnotizado con sus razonamientos, capacidad de cálculo y memoria; Tolomeo se sintió inferior a Jesús y éste sólo contaba con siete años. Una leyenda rodeaba al niño, lo que acrecentaba en Tolomeo la necesidad de ver cómo eran sus reacciones, la idea de Hijo de Dios se iba haciendo cada vez más fuerte en la cabeza de Tolomeo por la inmensidad de su inteligencia, no humana o al menos no conocida por humano. Las continuas disertaciones de Jesús, los razonamientos que éste esgrimía respecto a todo tipo de cuestiones le separaban cada vez más de las santas escrituras, en las cuales Jesús era especialista pues su enseñanza fue el tronco de su educación. Tolomeo incitó a Jesús a que escribiera estas ideas cuando quisiera y le fuera posible, así Jesús fue escribiendo las páginas que habéis visto que enviaba a Tolomeo para que las guardara pues entre ellos así lo acordaron.

Jesús desafió a la sociedad reinante, se consideraba, y de hecho lo era, superior de intelecto a cualquier otro ser vivo en la tierra, su ego en cierta manera lo mató; la idea de convencer a todo su pueblo de que él era El Mesías le atraía en gran medida, ¿existía desafío mayor para su mente? Jesús nunca se creyó ser El Mesías en realidad, aunque su madre no pararía de hacérselo ver de una manera u otra; su vida se tradujo en una mera obra de teatro con todo muy bien organizado, una estrategia sin precedentes, no ha habido alguien como él jamás. Esa inteligencia anormal, divina, causaba en Tolomeo muchas preguntas y su única respuesta se reducía a que Jesús era el verdadero Hijo de Dios pero su inteligencia le traicionó; cumplió su objetivo pero no como su padre quería. Dios se hizo hombre en su hijo, le proporcionó inteligencia y fe, la inteligencia venció a la fe en cierto modo; el paso por la tierra del Hijo de Dios, con todo, salió como estaba previsto, o se esperaba a la vista del Hombre, la única prueba de que no fue por fe en Dios, sino inquietud de su inteligencia extrema, es este libro; desde entonces el libro es maldito de Dios. No debe ser leído nunca por nadie, a cada nueva persona que extraiga de él palabra o frase alguna, Dios mandará un castigo que arrasará la tierra.

- ¡Los terremotos! - exclamó David interrumpiendo la exposición.

- Exacto - comentó pacientemente Shalmed - Dios designó a Tolomeo y sus sucesores únicos guardianes vigilantes del libro, nadie nunca debía saber de la existencia de estos escritos, Tolomeo delegó en los cinco primeros guardianes a sucederle en el cargo de Guardián Primero y estableció que cada Guardián Primero tuviera cinco hijos varones en los que apoyarse en la custodia, a falta de éstos lo haría con sus hermanos, así se garantizaba la seguridad del libro. Nadie más que estas personas conocerían de la existencia del libro, al nacimiento del quinto hijo los hermanos que no son Guardián Primero ocultarían su existencia a sus hijos. Yo soy ahora Guardián Primero y estos son cuatro de mis cinco hijos, el quinto está con Joseph; somos nómadas, no tenemos descanso en ciudades pues el libro debe pasar desapercibido y la mejor manera es evitar ser señalados por alguien, el desierto es nuestra vida y en él nos ocultamos, los escritos de Jesús llevan dos mil años de travesía por el desierto garantizando no ser descubierto accidentalmente por nadie. El libro no puede ser destruido, así lo estableció Dios, al ser palabra de su Hijo es palabra de Hombre y de Dios, malditas por Dios mismo y condenadas al Hombre.

David, comentó usted los recientes terremotos ocurridos, tan seguidos era algo anormal por lo que sabíamos que el libro estaba siendo leído, son tres las desgracias: Turquía y Grecia primero, luego Méjico, esto equivale a tres las personas que han leído parte del libro, usted David, Albert y....

- Y el ladrón - terminó David - el profesor Tammick.