El Cabo Suelto de Dios
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El profesor Tammick lo había escuchado todo desde el balcón de su despacho, esperó a que Albert y David marcharan para saltar. Dejaron el balcón entreabierto, aunque una pequeña cerradura no evitaría que se hiciera con el libro, celebraba la imprudencia de Albert, que como nunca fumaba, nunca tenía el balcón abierto, prefería el silencio a cualquier ruido que le sobresaltara; aquel día lo entreabrió para ventilar un poco el humo y se olvidó de ello. Las cortinas no dejaban ver el balcón encajado. El olvido, enemigo de la costumbre y amigo del infortunio.
Se apoderó del libro y regresó por donde vino; en su despacho hojeó su interior con la misma mirada de sorpresa que todo aquel que lo miraba por primera vez; su ansiado amigo Hammed Burkausi estaba en el seminario de Paris, era la segunda convocatoria, él había estado en la primera y sabía muy bien donde localizarle en la ciudad de la luz. Decidió salir para Paris en el primer vuelo que pudiera así que pasó por su casa para recoger el pasaporte y algo de ropa, estaba nervioso por lo que desordenó más de la cuenta; esto lo haría rico, pensaba, muy rico si sabía jugar sus cartas.
Al llegar a Paris se dirigió directamente a la universidad de Arquitectura, allí se celebraba el seminario; había conseguido salir en el primer vuelo y para una hora antes del mediodía se encontraba aterrizando en Paris. En hora y media estaba entrando en el salón de actos del edificio, justamente el mismo que semanas antes había acogido la primera convocatoria del seminario. Divisó el porte alto y orgulloso de Burkausi entre el cuadro de profesores del estrado encargados de las conferencias, el brillo del pelo engominado lo destacaba a lo lejos; el acto de la mañana estaba a punto de finalizar y Tammick se vanagloriaba de su suerte, en breve podría hablar con él. Esto ocurrió cuando el salón de acto comenzó a vaciarse, los profesores saldrían en último lugar y entonces fue cuando Tammick abordó a Hammed Burkausi asiéndole suavemente del brazo izquierdo.
- Señor Burkausi, buenos días ¿me reconoce usted?, - saludó - profesor Tammick de Tel-Aviv.
- Sí, Abdul ¿no?, hemos coincidido en un par de cursos creo recordar - correspondió amablemente Hammed - me alegro de verle, ¿asiste al seminario?
- No en esta convocatoria, asistí a la primera hace unas semanas, verá... quisiera enseñarle algo importante, muy importante - indicó con cierto nerviosismo Tammick asiendo fuertemente en su mano derecha el paquete que contenía el libro.
- Bien, precisamente íbamos a tomar algo, acompáñenos - invitó Hammed.
- Señor Burkausi - empezó a decir Tammick en un tono de voz notablemente más bajo- este libro lo conseguí esta madrugada en Tel-Aviv, sabía que usted se encontraría hoy aquí y he tomado el primer vuelo para poder enseñárselo, esto le hará ver de la importancia que creo que tiene el asunto; preferiría que fuese en privado,... debe ser en privado - dijo firmemente Tammick.
Hammed Burkausi miró extrañado e interrogante al desastrado Tammick que reflejaba en su rostro la vivencia de una noche agitada; conocía a ese hombre y no era un loco ni mucho menos, sino un respetable profesor de universidad; esto incitó la malévola curiosidad de Burkausi que asintió e invitó a Tammick a subir a la habitación de su hotel que justamente se encontraba en la misma manzana que el edificio de la universidad de arquitectura; le era más cómodo alojarse al lado de los lugares de celebración de las muchas actividades a las que acudía en el extranjero. En el paseo hacia el hotel, Tammick puso de manifiesto su simpatía con la ideología religiosa y política de Burkausi en un intento de explicar el porqué de su elección y a la vez ganarse la simpatía de éste, algo que obtendría pero no de la forma deseada.
Al llegar a la habitación del hotel, antes de sacar el libro de su envoltorio, Tammick refirió más tranquilamente lo ocurrido el día anterior sin llegar a la parte del robo; al nombrar a Albert Bernstein la actitud de simple curiosidad de Burkausi se transformó en inquieta y defensiva, mucho más seria; la inclusión de Albert en la cuestión aportaba credibilidad suficiente para su estudio aunque el tema en si fuera increíble. La idea de un 'diario' de Jesús le parecía grotesca si bien tenía noticias de Tolomeo de Bari y la secta creada por él.
Burkausi deseaba ver el escrito sin más demora indicando a Tammick que le hablara mientras lo hojeaba; como todos los que ven el libro por primera vez pasó las yemas de sus dedos por la cuidada encuadernación; al igual que hiciera Albert traducía entre dientes." Esta es La Palabra del Hijo de Dios", había visto muchos libros antiguos y éste, en efecto, lo era. El ritual seguido por Hammed Burkausi era muy similar al empleado por Albert, con los ojos cargados de excitación leía aquí y allá hasta llegar a la última página donde se percató de las dos manchas de sangre para él todavía desconocidas, también notó su calor al pasar los dedos por ellas.
- Albert no le daría a usted este libro en la vida ¿Ha robado usted esto, verdad? - preguntó impasible Burkausi.
- Si así fuera, ¿existiría algún problema? - jugó su carta Tammick.
- ¿Sabe alguien que usted ha robado el libro?
- Podrían sospecharlo pero no podrán probarlo, nadie me vio y estoy seguro de no haber dejado indicio alguno.
- ¿Sabe alguien que está usted aquí, que ha venido a entrevistarse conmigo?
- No, nadie; soy consciente de la importancia de este hallazgo, he venido aquí buscando su apoyo para la explotación del descubrimiento pues estoy seguro de que le interesa, debemos hablar de la acción a seguir...
Hammed no dejó que terminara la frase, acordó de salir inmediatamente para Damasco pero antes pasarían por casa de un amigo suyo a las afueras de Paris, un importante científico que les ayudaría en la investigación de la autenticidad del libro, Hammed se jactó de la casualidad de encontrarse en Paris, Tammick asintió indicando la sumisión en este aspecto a las órdenes de Hammed, precisamente para esto había contactado con éste.
Salieron con el coche alquilado que Hammed dejaba en el parking del hotel los días de trabajo en otras ciudades, su coste lo incluía en las dietas; atravesaron Bosque de Bolonia saliendo a pocos kilómetros de Paris, en medio de una gran arboleda una gran casa aparecía solitaria, aparcó en uno de sus laterales.
Tammick bajó del coche portando el libro bajo el brazo; fue en ese momento cuando Hammed lo abordó por la espalda, rodeó su cuello con la corbata que hábilmente se había desatado mientras bajaba del coche y con una destreza extrema estranguló al confiado Abdul; alguien debía de haber enseñado a Hammed esa forma de matar propia de asalto de comandos militares; con toda la frialdad del mundo despojó el cadáver de toda documentación, eso confundiría a la policía que lo tomaría por otro inmigrante ilegal muerto. Volvería a Damasco pero sin el estorbo Tammick y con el libro bajo su brazo. Una vez en el hotel realizó una llamada a Rosscross responsable de la página Web del Foro, ordenó que inmediatamente actualizaran la página anunciando la exposición de un gran hallazgo en el Foro para el miércoles siguiente.
Ahora saldría de Paris, alguien pudo haber visto a Tammick con él. Había cometido un asesinato y no era cuestión de esperar a la policía.