El Cabo Suelto de Dios

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Se acordó de la casa de un amigo suyo que sólo ocupaba en vacaciones, de la cual tenía la llave y que usaba de retiro pues se trataba de una casa de lujo. Así, Hammed colaboraba en el pequeño mantenimiento de la misma evitando las posibles incidencias que una casa cerrada plantea. Burkausi llegó a Damasco en la madrugada del domingo al lunes. No tenía sus libros para acometer una traducción fiable del diario pero pensaba que sería peligroso pasar por el Foro a recogerlos; suponía bien que lo estarían buscando en la manera en la que aquel libro cayó en sus manos y por supuesto por la importancia del mismo. Pasaría el tiempo intentando traducir lo que pudiera para leerlo en el Foro en una primera exposición del hallazgo: así quedaría atribuido a su persona el descubrimiento, convencido de que no podrían demostrar jamás como había llegado a su poder. Sus socios se encargarían de la organización del evento y claro está, desconociendo su paradero. Los esfuerzos por encontrarle antes del miércoles serían en vano. Lo que más temía era la seguridad del libro propiamente dicha. Abdul robó el libro y sus dueños deben andar buscándolo - pensaba -; la figura de Albert Bernstein en el asunto no le gustaba nada, sabía que su excompañero no era tonto.

Ese miércoles amaneció claro, sin nubes que amenazaran con pasar por agua la presentación del libro en el Foro, circunstancia que aseguraba la presencia de más gente al evento, que aunque desconociendo la verdadera constitución del mismo, debido al trabajo publicitario y de contacto directo de los socios de Hammed, éstas se esperaban en número alto. Los hermanos no habían dejado de hacer guardia ante el Foro, nadie despertó aquel día pues nadie durmió, los nervios aprisionaban la mente obligándola a pensar en lo que se avecinaba.

David pasó toda la noche buscando información relativa a Yellowstone, la temperatura en ascenso del volcán se había estabilizado en las últimas horas y eso le tranquilizaba un poco; si Hammed Burkausi logra leer tan siquiera una palabra del libro delante de toda aquella gente, Yellowstone explotaría y sería el fin de todo, incluido él.

- La radio ha verificado la situación en Yellowstone, 'Al' - dijo David que compartía habitación con su amigo - te das cuenta, hoy nos levantamos para evitar la extinción de la raza humana, me siento como un héroe de película aunque me aterroriza pensar que Hammed logre leer algo del libro delante del auditorio.

- Apenas he dormido pensando en tal posibilidad, confiemos en los hijos de Shalmed, actúan como una sola persona y esperemos que esos "privilegios" de los que gozan logren capturar a Hammed antes de subir el escenario del Foro.

- Eso me asusta pues si no han logrado dar con él en dos días quiere decir que no son infalibles y eso es lo que me pellizca el estómago.

- Vamos, Shalmed nos espera en el vestíbulo del hotel - indicó Albert.

- ¿Cómo lo sabes? - preguntó David mirándole receloso.

- No lo sé, simplemente lo supongo y no me mires así que no disfruto de privilegio alguno.

- Buenos días - saludó Shamed al verlos aparecer en el vestíbulo - vamos, mis hijos vigilan el Foro.

Correspondiendo al saludo salieron del hotel y se dirigieron a pie hasta el viejo edificio ya que éste se encontraba cercano.

- Mis hijos cubren las entradas, tanto la principal como las de almacenaje, uno de ellos se encuentra ya dentro del auditorio, otro vigila el despacho de Burkausi pero mucho me temo que este individuo acceda directamente al escenario; todavía faltan dos horas y aun no hay mucha gente.

El Foro Islámico era un edificio antiguo, una antigua fortaleza rehabilitada como centro de congresos y biblioteca islámica, poseía tres entradas; una, la principal de grandes portones de madera oscura, precedido de una ancha escalinata que daba paso a un amplio portal rematado con dos columnas de mármol; otra era la entrada de camiones y materiales, daba acceso a las cocinas por la parte derecha del edificio; y otra, por la izquierda, la entrada a oficinas y despachos que comunicaba con la zona de auditorio y diferentes salones para grandes celebraciones; la de hoy tendría lugar en el auditorio principal.

Todo ello lo cubrían los cinco hermanos. Shalmed quedaría junto a Zeb en la puerta principal, Albert y David se apartarían del edificio a efectos de evitar que Hammed los reconociera cuando llegara, se acomodaron en una cafetería cercana desde la cual veían perfectamente a Shalmed y su hijo y así poder reaccionar ante una acción brusca del nómada por la que entendieran de la localización de Hammed, bien les hubiera venido ese "privilegio mental" de los hombres del desierto en esos momentos, pero esto es lo único que podían hacer para no entorpecer la labor de los guardianes del libro y a su vez ofrecer su ayuda si fuera necesario.

Las dos horas de espera se hicieron eternas en un silencio entre los amigos que simulaba la tensión del que va a ser atacado de un momento a otro por el enemigo en las trincheras de cualquier guerra; en sus mentes el libro de negra encuadernación y la figura de Jesús, los terremotos y Dios, el asombro y la preocupación, todo ello se trasladaba en nerviosismo e inquietud al no ver aparecer a Hammed Burkausi conforme pasaba el tiempo; no así los asistentes al acontecimiento que en número aforado rondaban los quinientos según estimación de los que los vieron ir llegando.

- Albert, faltan quince minutos para la hora anunciada de la presentación - dijo David - y Hammed no aparece.

- No hace falta que me lo recuerdes, se puede retrasar, además es lógico que juegue con el tiempo, así reduce los riesgos de verse sorprendido, Hammed es inteligente y sabe que el libro es buscado.

El silencio volvió acrecentando la preocupación, veían desde su puesto de observación como Shalmed gesticulaba nerviosamente, sólo faltaban cinco minutos y Hammed no aparecía por ninguno de los puntos que vigilaban él y sus hijos.

- ¡Albert! - dijo súbitamente David - pasadizos... 'Al', este edificio era una fortaleza antiguamente, ¿qué fortaleza no tiene pasadizos secretos que la alejen de ella? Se utilizaban como canales de huida...

- O de entradas secretas evitando la ciudad - dijo exaltado Albert - Vamos, debemos avisar a Shalmed. ¡¿Cómo no hemos caído antes?!

Los dos salieron a toda prisa, corriendo atravesaron la calle que los separaba encontrándose con el nervioso Shalmed al cual explicaron en una palabra sus temores: pasadizos. Inmediatamente todos los componentes, esta vez sin excepción entraron en el edificio del Foro y se dirigieron hacia el auditorio principal, los hermanos abandonaron sus puestos en las puertas laterales pues no quedaba más que parar a Hammed en el propio auditorio, ya que era muy probable que estuviera dentro. Salim y Zacarias tomaron posiciones cubriendo cada uno una de las dos escaleras laterales que conducían al escenario, Theodor comprobó que no existiera entrada al escenario por la parte posterior encontrándose con una gran tela blanca que servía de pantalla de cine para la proyección de películas y una puerta pequeña que daba a una espaciosa sala de espera con tres puertas; allí se encontraban varias personas a las cuales no extrañó en nada ver a Theodor por allí y ninguna de ellas era Hammed Burkausi. Hassan cubría la parte derecha del patio de butacas y la única zona de palco a media altura que tenía el auditorio que simulaba un teatro de corte clásico. Shalmed, Zeb, Albert y David vigilaban la zona izquierda, a su vez Salim y Zacarias vigilaban sus lados correspondientes. Todos miraban a todos, si alguien comenzaba a hablar lo localizarían de inmediato

De pronto la cortina del quinto palco de la derecha se corrió dejando entrar a un hombre que portaba un paquete bajo el brazo; acercándose a la barandilla del pequeño palco hizo el silencio en la sala, ya que por ser la hora fijada un leve rumor corría por ella, con un sonoro 'Buenos días señoras y señores', era Hammed Burkausi. De una manera u otra estaba allí.

Salim optó por trepar desde el escenario a la fila de palcos pues desde el suelo ofrecía serias dudas para llegar de un salto. Hassan que estaba casi al final de la sala eligió salir de ésta y buscar la entrada del quinto palco por su puerta natural.

- Aquí presentes hoy para ser testigos de la presentación del mayor hallazgo de todos los tiempos... - comenzó a hablar Hammed mientras blandía en su mano derecha el paquete que traía - Salim no llegaba saltando de palco en palco, lo cual extrañaba al público pero no impedía que Hammed siguiera hablando y Hassan no aparecía.

- ¡¡Asesino, Asesino!! - gritó Albert con todas sus fuerzas - no se le ocurrió mejor manera de hacerle callar; si ocultara algo, y el profesor estaba seguro de ello, se pondría al menos nervioso. Buscaba ganar tiempo.

Todo quedó en silencio, mientras Hammed miraba sorprendido a quien lo acusaba de ese modo, el rumor fue creciendo entre los asistentes y éste fue el tiempo necesario para que Hassan apareciera en el palco a ojos de éstos como un policía pues era lo que todos, tras las acusaciones de Albert, querían ver. Theodor; que en cuanto conoció de la aparición de Hammed en el palco, buscó la salida en esa dirección de aquella habitación donde se encontraba, llegó detrás de Hassan. Vistiendo ambos uniforme de agente de policía redujeron a Hammed sacándolo del palco y arrebatándole el paquete de las manos mientras el rumor del público se convertía en griterío a favor de Hammed.

Aquello se convirtió en un tumulto; todos salieron de allí lo más deprisa que pudieron tras muchos de los asistentes que movidos por el miedo salían apresuradamente del local. David en su huida se dio de bruces con un espigado individuo de bigotes retorcidos.

- Excusez-moi - se disculpó en francés e ignorando a David se dirigió contracorriente hacia el quinto palco vociferando algo que no se entendía.

En la antesala al palco, Hassan y Theodor intentaban inmovilizar a Hammed amordazándolo primero con un pañuelo y sujetándolo como si de lucha libre se tratara. En esto que llegaron dos verdaderos agentes de policía de patrulla parados en la calle por alguna persona asistente al incidente.

- ¿Qué ocurre aquí? - preguntó vociferando uno de ellos - ¡Oh!, perdón capitán Zelic -rectificó reconociendo en Hassan a su superior; iba con las intenciones de resolver aquello de un plumazo y deseaba que su capitán estuviera allí para verlo, se jugaba un ascenso - ¡a sus órdenes mi capitán! - terminó de hablar el agente disciplinariamente.

- Se le acusa de asesinato, déjeme sus esposas, ¿tiene el coche patrulla aquí? - preguntó autoritariamente Hassan.

A todo esto Theodor había abierto el paquete que Hammed portaba y comprobado su interior.

-Bien, déjeme las llaves, ustedes quédense aquí y aplaquen el posible disturbio, si lo necesitan pidan ayuda, el agente y yo nos llevaremos al detenido - ordenó Hassan.

'¿A qué agente se refería?', pensó por un momento el guardia.

- ¡A sus órdenes! - verificó el policía entregando las llaves del coche patrulla a Hassan.

Los hermanos salieron de allí con Hammed esposado y en el destartalado coche de policía. El resto del grupo se dirigió al hotel por orden de Shalmed, tanto verbal como mental; por el camino Albert se percató del serio semblante de Shalmed y le extrañó ya que parecía que todo había salido bien, Shalmed lo vio y le dijo con voz amarga: no es el libro.