El Cabo Suelto de Dios

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Mirarse de reojo los dos profesores al escuchar aquello fue el mismo acto, - '¿Samarcanda?, je' - pensaba David que gracias a su afición desde muy pequeño a pasar horas delante de un enorme libro de atlas geográficos, los tenía de todo tipo, presuponía que Samarcanda sería mejor opción que Taskent, la capital - 'Denov está al sur, casi linda con Tayikistán al Oeste y muy cerca de Afganistán al sur; Samarcanda tiene aeropuerto'.

- ¡Joder! más escondido no puede estar - decía en voz alta y sin remilgos tras sus pensamientos y ubicación mental de donde se encontraba el libro - la ciudad en Uzbekistán más cercana con aeropuerto es Samarcanda.

Lo que escucharon todos y agradecieron, aunque la familia del desierto sabía perfectamente donde se encontraba Denov, no así Albert que no tenía ni idea de su ubicación; eso sí, sólo el nombre de Uzbekistán ya le quedaba lejos.

En aquella casa sólo disponían de teléfono, lo que sin previo aviso utilizó David para intentar informarse de lo necesario para poder salir inmediatamente, tras unos veinte minutos de conversación arábiga comunicó que sólo había logrado hablar con un departamento de control del aeropuerto el cual le informó que debido a la hora que era todo, salvo lo imprescindible para el funcionamiento del aeropuerto, estaba cerrado incluidos los departamentos de las compañías aéreas, aconsejando llamar al otro día. Así que acordaron repartir los cuartos que quedaban pues uno ya lo ocupaba Hammed junto con Zeb, de esta manera Albert y David ocuparon uno, Shalmed otro y los hermanos se acomodaron en el resto.

En el salón de la casa había una radio portátil que David se llevó a su habitación preguntándose por las condiciones de Yellowstone, por más que barrió el dial de la radio no pudo encontrar información sobre ello. Había sido un día largo y no exento de emoción, el cansancio hizo mella incluso en los hombres del desierto y al cabo de media hora un silencio absoluto brotaba de la casa. Los comentarios y reflexiones sobre lo acontecido tendrían que esperar, o eso pensaban los dos amigos, vestidos, si cabe, para ir a dormir.

Los suaves golpes en la puerta hicieron que los dos se miraran extrañados.

- Por favor sería para nosotros un placer poder ofrecer el Kan de la noche en su compañía - dijo Shalmed en un tono complaciente y esbozando una ligerísima sonrisa de sinceridad que se les antojaba la primera en aquellos rostros quemados por el sol del desierto.

El silencio cortaba el aire caldeado del salón, el olor a incienso y la tenue luz rojiza que irradiaba las dos lamparitas de mesa, a las que les habían echado por encima sendos pañuelos de seda rojos con bordados dorados, hacían que la habitación fuera distinta a la que habían abandonado minutos antes; se asemejaba a un lugar de oración si contamos que todos los allí reunidos se encontraban sentados en el suelo en medio de ésta. Habían quitado los muebles y se encontraban formando un círculo. Ataviados todos por igual con túnicas de lino blanco inmaculado con asimismo exquisitos bordados dorados en mangas y pechera, Shalmed vestía igual salvo que sus bordados dorados se entrelazaban en perfecta armonía con otros de hilo rojo sangre.

En la rueda estaban dispuestas sus dos plazas, la negativa a la reunión se daba por excusada.

- Parecemos indios de las películas - pensaba David, aunque recordando al instante la vida de estos hombres, pensó que cualquier tribu que se pasara toda su vida a la intemperie, ya sea aquí o en Mongolia, se sentaría así en reunión para pillar cacho del calor del fuego que se instalaba en medio. Con un pequeño movimiento se conecta visualmente con cualquiera de sus ocupantes y fluye la comunicación, no hay posición dominante, la mesa redonda - la perfección del círculo - se decía para si. Divagaba expectante, nervioso.

Albert no divagaba, escrutaba a Shalmed. Reconoció al instante un ritual de aquellas gentes. Milenario quizás, y no podía perder detalle, los hombres no hablaban, miraban al centro, donde se encontraba una copa llena de un líquido rojo y una gran bolsa de piel de cuyo interior Shalmed sacó otra de papel rugoso o algo similar; inmediatamente un fuerte olor invadió la estancia, los dos amigos reconocieron al instante el fuerte aroma y eso hizo que se volvieran a mirar de reojo, en esta aventura se miraban de reojo más de lo acostumbrado. Una forma de interrogarse e indicar que se habían quedado con el asunto. Los dos sonrieron levemente, empezaron a suponer.

Shalmed sacó un pequeño recipiente de barro cerrado con una tapa de cuero, cosida con dos pequeños cordones que ajustaban ésta al recipiente evitando que su contenido se derramara, dentro había una especie de aceite verde oscuro. También sacó una pequeña vasija de barro que se dividía por la mitad, dentro había un polvo gris; Shalmed la abrió con sumo cuidado, espolvoreó un pellizco en el aceite y cerró el oscuro recipiente. Metiendo su dedo meñique en el líquido, sólo tocó su superficie, una gota quedó adherida al dedo que pasó verticalmente por su frente, de arriba abajo, por la mitad y parando en el entrecejo; volvió a mojar levemente el dedo y la siguiente gota se la llevó directamente a la punta de la lengua; pasó el tarro de las esencias a Hassan, sentado a su izquierda, que hizo lo mismo; Theodor repitió. Se lo dieron a Albert que con todo el cuidado del mundo sostuvo el tarro entre sus manos indagando en su superficie desde que Zacarías, que era el que tenía a la derecha, se lo ofreció.

No quiso romper el ritual acercándoselo a la nariz para olerlo mejor pues ninguno de los hombres lo había hecho, sería descortés - pensó - eso sí, se empeñó en olfatear de lejos el sutil aroma del mejunje. Mojó su meñique de la misma forma, quedando una gota pegada a su dedo que pasó por su frente, y otra más que a continuación sorbió con la punta de la lengua. Y se lo cedió a David.

A David le temblaban las manos, nervioso y expectante, así comenzó y así seguía. Al igual que Albert, no se lo acercó para olerlo, metió el meñique lo justo para adherir una gota la primera vez pero mojó más el dedo la segunda, consciente o inconscientemente casi mete la primera falange del dedo entera, y todo eso se lo tragó.

Se lo pasó a Salim, mirando al suelo, no quería cruzar la mirada avergonzado; de hecho hubiera comprobado que nadie le miraba; - 'esto huele a marihuana que apesta' - pensó - 'resulta que va a ser verdad'. Albert pensó lo mismo y como la memoria del saber aparece en la mente como una foto, todo de golpe, recordó los innumerables artículos y reseñas científicas que vinculan a Jesús con el uso de un aceite derivado del cannabis, el Kaneh-Bosm, existen libros escritos dedicados a esta relación; según éstos, Jesús empapaba de este aceite oloroso a quien mostraba ciertas enfermedades, y además con una concentración de cannabis extremadamente alta. Ahora le cuadraba la invitación de Shalmed que minutos antes había dicho 'ofrecer el Kan', palabra hebrea para denominar al cáñamo, 'qaneh', o al menos refiere a la raíz de ésta, 'qaneh bosem' caña aromática.

Esto no era chocante para un erudito como Albert, bastante llevaba para que esto le sorprendiera a estas alturas y para él la seriedad de este asunto sobrepasaba cualquier distracción que no se ajustara al mero estudio científico; pero otra cosa era David, que aún a sabiendas de esta supuesta relación de Jesús y el cannabis, una cosa era leerlo en un artículo y otra estar allí con unos hombres, que parecían llegados del pasado, concretamente del año cero, consumiendo una pócima 'cannábica' real, porque aquello era 'aceite de 'maría''- pensaba sonriente - 'y tanto si lo es,... que marihuana hemos fumado todos, ahora sí, esto es más serio,... aquí no hay chicas ni 'rockanroll', jeje, reía para si, vaya con los 'Lawrences' estos,... lo mismo ahora fumamos...' pensar esto y caer de espalda coincidió en el tiempo; estaba dormido como un niño pequeño.

A Albert se le encendió el rostro, como si las varillas de una estufa fuera, pues se percató de cómo David había metido casi medio dedo meñique en el aceite, conocedor de la simpatía que el rockero de su amigo profesaba por algunos estupefacientes, heredada de su juventud y no del todo olvidada. Shalmed lo tranquilizó, - no pasa nada, es normal. Todas las cosas tienen su medida, y las del espíritu su dosis adecuada; en todas las cosas el exceso no es bueno en cualquier sentido y la falta es mala casi siempre. Déjelo dormir.-

Cogió la copa y le dio un pequeño sorbo pasándosela a Hassan, que bebería y pasaría. Albert le dio un sorbo y se la devolvió a Shalmed - esto sabe cómo a té rojo con vino - pensó. Al mismo tiempo Shalmed sacaba de la bolsa un platillo de barro del tamaño de un cenicero mediano y una pequeña campana de barro agujereada que encajaba a medida en el platillo. Asimismo extrajo otra bolsa de la qué sacó una especie de hierba seca. La puso sobre el plato y prendió fuego con una extraña barra que hizo rozar sobre una de las partes de la campana. - pedernal-, pensó Albert, - hoy en día la llevan los que gustan de perderse durante días en la naturaleza, muy socorridas en caso de urgencia in extremis, o simplemente, para tener esa sensación de superioridad al comprobar que somos más listos que un chimpancé bajando hasta ese nivel primero de humanidad-.

Seguidamente Shalmed colocó la campana sobre el plato y una serie de columnillas de humo procedentes de los agujeros comenzó a inundar el círculo.

- Hablemos - sugirió dominante Shalmed.

Y empezó Albert, siendo testigo como era de algo difícilmente explicable con palabras, no podía más que empezar agradeciendo la invitación y a reglón seguido decir: He de hacerles saber, sin querer adelantarme a lo que tenga que decirme, que algunos investigadores han logrado relacionar al cannabis con Jesús, pues no tengo ninguna duda de qué lo que ahí se está quemando es cannabis. Indican que el aceite sagrado usado como ungüento en enfermos se componía en su gran parte de Kaneh-Bosm, palabra que derivaría en 'Kannabus' referida en la Mishna, ley hebrea, según dice el investigador Chris Bennett, estadounidense, me interesó su teoría y la seguí, no es descabellado ni mucho menos. El estudio es más amplio pero no viene a cuento, sí les tengo que indicar mi sorpresa, pues se supone que Jesús utilizaría esta pócima para curar enfermos; enfermos de epilepsia por ejemplo, malditos a los ojos de aquellas gentes y curados al ungimiento por la manos del Mesías impregnadas de aceite aromático, esto me cuadra a la perfección de la trama urgida por Jesús, donde el engaño se hace patente y hace pasar por milagro el efecto medicinal de una planta.

Aquello sólo hacía que a Albert le pellizcara el vientre y tragara saliva. Ahora veía esto y se le disolvería cualquier cristal de duda en la acidez de su estómago.

También hubo un resquicio de sorpresa escondido tras la fingida indiferencia de Shalmed.

- Empecé subestimándolo, querido amigo, y cada vez me alegro más de que se haya cruzado en nuestro camino. Así es, salvo detalles sin importancia, así se puede resumir unos de los capítulos de los supuestos milagros de Jesús; el óleo sagrado de Salomón y el Rey David. Ese que acabas de beber, el gesto en la frente es una conjunción en pos del libre pensamiento en unión con el cuerpo, por ello se extiende por la frente y se bebe. Ritual que Tolomeo adquirió del mismo Jesús y que nos transmitió.

Los rituales se forman y fijan el pensamiento y la fe. Hacen que no se desvíen, es el Ritual de lo Habitual, lo habitual es bueno, el cambio desestabiliza el poder. Toda religión llena de ritos sus enseñanzas. Los ritos bloquean la entrada de ideas nuevas, ideas desestabilizadoras y esto Jesús lo sabía.

Ahora le tocaba el turno a Albert, que en medio de aquella nube y aquellos rostros oscuros destacando entre sus blancos ropajes, la tenue luz rojiza, le pareciera estar entre fantasmas del pasado; que Shalmed asemejaba a Jesús y aquellos hombres sus discípulos. El brebaje hace su efecto - pensó - pero se dejó ir, era momento de vivirlo y no joderla con razonamientos científicos, quería fumar, tabaco o lo que fuera... No tenía tabaco pero tampoco era plan de decirle a Shalmed, ¡eh colega hazte un porro!, aquello era serio, entonces ¿por qué no pensaba en serio?, que era eso de 'colega' o 'porro', esos hombres no eran de este tiempo, aquellos eran fantasmas, sin duda este aceite era más potente de lo que presuponía. Bastaba ver a David acurrucado con, ahora, una gran sonrisa en la boca. Se avergonzó. No podía hablar.

Pero sí escuchar, lo que Shalmed tenía que decir:

Tolomeo escribe:

"Amanecer en el campamento de Jesús, esto debe quedar escrito y escrito quedará, por tiempo imposible. Estos individuos no duermen, son más de doce los que cuento, el sol asoma lento como siempre y aquí el agua hierve temprano. Cada uno tiene a su mando a dos o tres infelices, la escoria. Veo una gran tienda de forma cónica, no se usa para vivir en ella, es más grande que el resto y no cierra en su parte superior, se amolda a una especie de chimenea y una densa columna de humo sale de ella, es la cocina, da la sensación de estar en un campamento militar. Dos mujeres salen de la tienda central, de la tienda de Jesús; una es Magdalena, a la otra no la conozco. De qué me extraño, Jesús es apuesto y hombre, si sufre como hombre amará como tal. Jacob, llamado Santiago el Mayor, viene hacia mí, su paso largo y basto hace bambolear sus hombros a derecha e izquierda, es hipnótico.

- Vienes muy bien, Tolomeo; me indica Jesús que te enseñe el campamento, que aplaque tu curiosidad. El trato con los pastores ha salido bien. Hay cinco carros llenos para el aceite - el bocazas de Santiago no paraba de hablar - y seguro que quieres ver cómo lo hacemos - me indicó.

Entramos en aquella cocina inmunda, no suponía cómo Jesús podía consentir eso, hasta que me di cuenta que era una especie de taller con una gran olla en medio, allí extraían el jugo de las plantas, el aceite milenario, el Kan. Unos se afanaban en limpiar el cáñamo, separar lo importante del tallo, éste lo reutilizarían, desde cestos hasta cuerdas. Muchos atendían la gran olla, se afanaban en hervir las plantas, el tiempo era importante, el primer hervor el mejor, el aceite resultante es más fuerte; sabían bien cómo hacerlo, Jesús se lo había enseñado, yo se lo enseñé a Jesús. Otros se encargaban del filtrado, la separación del óleo sagrado del resto de impurezas, me fijé, Jesús había modificado el proceso, hervía las plantas con algo que volcaban desde unas cántaras, Santiago no me pudo decir lo que era, Jesús lo hubiera hecho si se lo hubiera preguntado, mas no me interesa.

Sí me interesó lo que Santiago dijo:

- Esperan los pedidos - vociferó - los carros han llegado, encended la otra olla, ¡despertad!

En realidad aquellos hombres llevaban toda la noche trabajando, el siguiente turno eran los que traían los carros. Los salientes prepararon la segunda olla y otros cinco aparecieron por detrás de nosotros, los comandaba Bartolomé. El cambio de turno se realizó.

- ¿Pedidos? - le pregunté a Santiago.

- Sí, vendemos este aceite, bajo cuerda claro está, hay mucho viejo dolorido por los años y... rico - añadió. Pero eso es tema de Pedro, lo mío es organizar esto, y que salga bien el jodido jabón.

Acopladas a la gran tienda pequeños toldos se ocupaban de proteger cajas apiladas de cinco en cinco, contenían vasijas de todo tipo, las de la izquierda vacías, las pilas de la derecha llenas, aseguradas con una tapa de cuero atadas por dos cordones también de cuero. Recorrí las inmediaciones de aquella fábrica itinerante, al lado de donde se almacenaban las vasijas llenas, otro toldo cubría dos grandes barricas donde se almacenaba el aceite antes de ser repartido en sus recipientes finales, aquí un hombre montaba guardia. Al otro lado, donde se almacenaban las vacías, había tres grandes bañeras donde se lavaban vasijas, cántaros y ánforas de todo tipo.

No mucho más allá, apartado de las tiendas estaban los animales, una cerca delimitaba su zona y a su lado una docena de carros; estaban armando dos de ellos, probablemente para cargar las cajas de vasijas llenas que había visto momentos antes.

No necesitaba ver más.

Enseguida me di cuenta de donde salía gran parte de la financiación de este absurdo proyecto. Jesús vendía el aceite, él era su etiqueta, muchos pagarían en oro curarse de los achaques de la vejez, dolores en los huesos, de cabeza...tenía el dinero, tenía el montaje. Esa maquinaría no saldría nunca a la vista, el trabajo sucio lo harían otros, Jesús era la cabeza pensante, llevaba su empresa con estructura militar, todos sabían que era el jefe. Todos comían y sacaban tajada, eso los unía y Jesús lo sabía.

He de hablar con Simón, al que apodan Pedro.

Palabra de Tolomeo.

'Joder' - pensó Albert - Médico... hoy en día sería un... 'camello'.- se resistía a deducir.

Entonces se percató que estaba reclinado sobre un cojín, casi tumbado, apoyándose en el codo sujetaba su cabeza, no había estado en esa postura desde hacía veinte años. Escuchando a Shalmed 'se le había ido el santo al cielo' como solía decir su amigo, aunque aquí de santo y cielo veremos a ver, se auto bromeó, y lo mejor es que se dio cuenta de ello. Interiormente se reía. Esto había que repetirlo.

Shalmed cerró el tarro con una seguridad adquirida durante años, con sus noches, noches de desierto y aceite.

Shalmed ató el tarro con un cuidado extremo, sus hijos recogieron y nos levantamos, David hubo de ser llevado entre dos de los hermanos a la cama, fue entonces cuando Albert se fijó en un pequeño emblema que se encontraba bordado en la parte de atrás de las túnicas. Era una especie de ojo con una pequeña cruz rodeada de llamas haciendo de iris; en su conjunto asemejaba un rombo tumbado y daba la sensación de ojo, lo había visto antes, recordó el libro "Corrientes Sicráquita y Toloméicas", estaba seguro de haber visto ese emblema: "El Ojo De Tolomeo", el que había visto la verdad.