El Cabo Suelto de Dios

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Razón no les faltaba y con tan poco tiempo de maniobra, aquel viejo y cómodo furgón era lo único que encontraron; hubieran preferido dos coches pero sin papeleos y al momento no abundaban en Teherán; y menos con garantías para finalizar su empresa satisfactoriamente, como les indicó el conserje y dueño del hotel donde se alojaron Hassan y Salim aquella noche; luego pensarían en que el tipo que les vendió la furgoneta debía de ser pariente del conserje del hotel donde se alojaron, ya que por mediación de éste y tras una llamada de teléfono, a falta de verla, la furgoneta ya estaba vendida; se hizo de rogar el dueño seguramente bajo consejo de su cuñado, el del hotel, que viendo la disposición y urgencia con la que los dos hermanos trataban el tema, exigía un pago abultado por la misma y por el hecho de no hacer preguntas. Los hermanos que no se miraban con el dinero necesitaban un transporte y lo necesitaban ya; su padre llegaría en una hora al aeropuerto y no querían trasladarse en taxis hasta Denov, así que adquirieron la furgoneta de dudosa procedencia. Y en este amplio receptáculo que ofrecía el viejo furgón Mercedes, con tres filas de asientos continuos y dos más plegados en la zona de equipaje, viajaban los siete hombres que más bien parecía excursión de colegio que expedición para salvar al mundo.

Hassan conducía, Salim y Zeb junto a él ocupaban los asientos de copilotos, Shalmed y Albert en deferencia a la edad, algo a lo que se resistió el profesor, se instalaban en el segundo amplio asiento pensado para tres; lo propio Theodor y David en la tercera fila, iban relativamente cómodos.

El camino por delante era largo, propusieron dormir donde les cogiera la noche, aunque imaginaban que terminarían turnándose y no parando hasta llegar a Denov; no era descabellado el pensamiento pues tal como hasta ahora se había planteado la situación, para esta gente, los segundos contaban; para esta gente y para la humanidad. Cosa que maldijeron para sus adentros los dos amigos pues se escapaba la posibilidad de una noche como la de hacía un par de días; no querían imaginárselo, al raso, bajo un cielo estrellado iraní y el aceite oloroso; postura un tanto egoísta, y romántica en exceso, considerando donde se metían.

Y es que se dirigían, dicho suavemente, a la "zona más caliente del planeta", "un nido de víboras" en terminología coloquial entre beduinos; el norte de Irán, en linde con Turkmenistán y Afganistán, Tierra de los Señores de La Guerra, cordón umbilical del tráfico de drogas, ruta de abastecimiento de la guerrilla talibán, núcleo de financiación de Al-Qaeda, un sitio idóneo para ir de picnic. Y es que en esta porción de la tierra no manda nadie.

Lo más amigable que te puedes encontrar son las mencionadas víboras, las de verdad, el simpático animalito que si te pica te mata. Si te encuentras un ser humano, éste pertenecerá a una caravana de traficantes de drogas o armas, o las dos cosas; o a un grupillo de terroristas que se han separado de un grupo mayor para ver quien levanta tanto polvo. Ni que decir tiene que los dos amigos eran conscientes de ello, por otra parte sabían que los hombres del desierto pagarían su compañía con otro de sus relatos memorizados de cualquiera de sus fantásticos libros en custodia. Sobre todo esperaban oírles relatar del libro de Jesús.

Pero... ¿sabrían exactamente el nivel de peligro sus compañeros de viaje?, se habían limitado a comentar lo peligroso del viaje, pero sin concretar nada, de hecho no había nada que cuestionar, fuera como fuese el libro estaba allí y allí tenían que estar ellos - pero no habría estado de más hacerse con algún arma - pensaba David acongojado, sudando, mientras el marrón rojizo se hacía color predominante mirase donde mirase.

- Shalmed - reclama David, con dificultad ante el traqueteo de la furgoneta - ¿Son conscientes de donde vamos realmente?, no quisiera alarmarlos, sé que su vida es el desierto, y sus peligros de sobra conocidos por ustedes pero... este desierto es especial.

- ¿Que le inquieta?, querido amigo - contestó con otra pregunta amablemente Shalmed, que se alegraba de que alguien, y no él, empezará a hablar. A todos incomodaba el silencio entre ellos y se agradecía un poco de conversación, aunque fuera para lo que fue.

- Pues, a groso modo, donde nos dirigimos está lleno de bandidos- empezó a mascullar - ¿conocen ustedes a Al-Qaeda? De aquí maman. No me malinterprete, no soy un cobarde, si lo fuera no estaría aquí sentado.

- No lo dudo, es usted un valiente, y su temor fundado,... sí, conocemos Al-Qaeda, de hecho Dralic seguramente pertenezca a ella.

- Pues eso, imagino que este desierto no es el que usted y sus caravanas eligen en sus rutas, no es lógico pensar que elija una tierra plagada de asesinos para deambular con sus mujeres e hijos... y sus libros. Y si algo pasa, si nos encontramos con esta clase de gente, pues otra no habrá,... digo,... que hemos de estar preparados, a lo mejor... no, seguro; aunque pensándolo bien sus privilegios pueden ser más efectivos que cualquier pistola.

- Como le digo, su temor es fundado, amigo; quiero tranquilizarlos - dijo mirando brevemente a Albert, es verdad que muy pocas veces hemos tomado como nuestras las rutas de los Señores de la Guerra, pero a veces nos hemos visto obligado a ello y si alguna vez fue con dificultad nunca fue un problema. Llevamos las espaldas cubiertas y no necesitaremos de ningún arma de fuego. Esperemos que no surja ninguna especial dificultad, confíen en mí.

- No nos queda más remedio - pensó David, aunque eso sí, un poco más tranquilo, esta gente no eran gente normal, pero tampoco eran "Los Vengadores", el grupo de superhéroes de sus tebeos de Marvel.

Se acostumbraron a no decirse nada cuando el tiempo y el estrepitoso ruido del motor de la furgoneta hicieron su aparición de acompañantes del grupo. El constante rodar y continuos baches aburrían a cualquiera. En esas condiciones ni Albert ni David esperaban que Shalmed se dejara caer con ninguna de las transcripciones de memoria con las que les obsequiaba; al contrario, éste dibujaba un semblante serio, como el resto de sus hijos, y mantenía la mirada perdida sobre la parte de atrás del sillón que ocupaba Zeb. Fuera del vehículo, todo marrón; en varios tonos, rojizo tierra, oscuro piedra., arena claro..., macizos rocosos con varios marrones en grandes tiras horizontales se sucedían. A lo más, pasaba a un rojo con tono marrón. Todo indicaba que sólo verían tierra pelada por mucho tiempo, con éstas de vez en cuando David le indicaba a Albert: pues para mí es naranja, eso sí tirando a marrón.

Y así fue durante todo el trayecto con luz del día, del marrón suavemente se pasó al negro de la noche. Habían comido dentro del coche de las viandas que los dos hermanos ordenaron preparar al dueño del hotel, este mismo se encargó de conseguir la gasolina suficiente, así como enseres que pudieran necesitar para un viajes de a lo sumo cuatro días de carretera secundaria, contando imprevistos como pinchazos y demás; la furgoneta no daba para más de noventa kilómetros por hora sin baches; una tartana, la velocidad media de avance era mucho menor. Esto hacía, junto con el calor y el rojizo de la tierra, que se pareciera a un descenso lento hacia el infierno.

El tipo hizo el agosto con la familia. Y como se lo pagaron bien, bien fueron servidos; ya que de aquellas rudimentarias tarrinas de comida para llevar, hechas con cajas redondas de madera forrada de papel de aluminio, asomaron verdaderas exquisiteces al paladar de cualquiera con buen saque; en especial David que se deshizo en florituras ante los ajos en vinagreta y los riñones de cordero fritos en aceite. Pero eso fue cuando el sol no se veía por las ventanillas de la furgoneta y David más sudaba.

Después a la tarde, el infierno se trasladó al estómago de David en la digestión de los riñones y los ajos, cosa que empeoraba con el calor y el traqueteo de avance. Agradecía que nadie hablara, cada uno ensimismado en sus pensamientos iban comiendo día y kilómetros.

Ahora era de noche y el cansancio y las necesidades humanas hacían mella.

- Pararemos - indicó Shalmed a Albert y David - hemos pasado Sabzevar hace poco, y llevamos más de siete horas de viaje, según calculamos pronto encararemos la frontera con Turkmenistán. Es de noche y es preferible pasar de día.

Ya que sus hijos estaban al corriente, concretaron entre ellos en parar y descansar en deferencia a sus acompañantes. Este pequeño retraso no aumentaba el peligro, el libro llevaba tiempo en manos de Dralic y hasta su salida de Teherán no había habido cambios en Yellowstone, ni en ninguna otra parte del mundo había sucedido catástrofe alguna, pensándolo bien, Dralic recibiría el paquete del hermano y muy probablemente ni siquiera lo viera, Hammed no querría ver el libro manoseado por un terrorista con las manos llenas de grasa del Kalashnikov, aunque fuese su hermano. Sin duda incluso le indicaría que no abriera el paquete para evitar la curiosidad innata del gato.

Y pararon, estipularon no dormir más de cuatro o cinco horas, lo hicieron al lado de una gran piedra de color negro, - con la luz del sol seguro que es marrón - pensó David, enorme, se podía esconder un autobús en uno de sus laterales perfectamente.

Zeb conduciría por la mañana, no salió del coche, comió un trozo de queso con pan y se echó a dormir en la parte de atrás de la furgoneta; los demás bajaron, Salim se alejó del grupo y volvió al cabo de un rato con leña para hacer fuego - '¿de dónde la habrá sacado?' - se preguntó Albert, que al mirar de reojo a David comprobó que éste también se había quedado con el asunto. 'Estos saben manejarse aquí' - pensó David, 'si voy yo, a lo mejor, ni vuelvo'.

En un santiamén había un campamento beduino tamaño "menos da una piedra" montado, los dos amigos se apartaron un momento para sanearse por fuera y por dentro y a la vuelta ya lo tenían todo listo; los dos se sintieron incómodos a la vez y así se lo hicieron saber el uno al otro, se miraron.

Ambos sabían que aquellos hombres habían parado por su culpa, de no ir ellos seguramente optarían por continuar, turnándose en la conducción y durmiendo en marcha. 'Seguro que atravesarían la frontera de noche tan ricamente, como en Teherán' se dijeron momentos antes.

Y ahora se encontraban con la hospitalidad del desierto hecha campamento; un gran fuego en medio y las mantas beduinas formando el círculo; todo a la protección de la gran roca y la furgoneta posicionada en L. Se sentaron y comieron, cordero, arroz y fruta, nadie habló, Hassan preparaba el té. La noche era cálida, Theodor montaba guardia no muy apartado del grupo, se le podía ver con la débil luz de luna sobre una piedra del tamaño de un coche, sentado con las piernas cruzadas y la espalda erguida, sus ropajes ensalzaban su porte principesco creando una suave sombra negra a lo largo de su figura que se mecía con la brisa. - 'de cuento' - pensaba Albert, - 'de lujo', - pensaba David que aquello le recordaba a una teteria de la calle Elvira de Granada donde solía ir-, 'esto está de lujo'.

- No es noche para ofrecer el Kan, ustedes nos disculparán y lo entenderán - inició pausadamente Shalmed -

- Lástima, pero no, no era noche para eso, no - pensaba David - aunque si hay que morir..., y se sonreía.

- Somos conscientes de su amabilidad Shalmed, de todas sus molestias, no dudo que todo esto es por nuestra culpa, y le damos las gracias a usted y a sus hijos - dijo Albert.

- Hemos sopesado la situación y no creo hacer mal descansando esta noche; usted dijo que Dralic no sería capaz de traducir el libro, además seguramente Hammed se cuidaría de que no lo tocaran por evitar deterioros, confiamos que el 'diario' no saldrá de su paquete hasta que no lo saquemos nosotros y el descanso es necesario.

- Además - continuó - quisiera terminar de relatarle lo concerniente a la financiación del proyecto de Jesús, ahora David sí podrá escuchar lo que dice Tolomeo al respecto.

Una ligerísima sonrisa se dibujó en su rostro al tiempo que David dirigía su avergonzada mirada al suelo - 'que yo estoy acostumbrado, o eso creía' -pensaba.

Tolomeo dice:

Busqué a Pedro; si un envío estaba a punto de entregarse Pedro debería estar cerca, o al menos habría dado dirección donde encontrarlo, me despisté de Santiago así que le pregunté al primero que vi, un hombre sin dientes, que portaba un saco de carbón.

- ¿Sabes dónde puedo encontrar a Pedro?

El hombre me miró sorprendido y asustado, nunca se le había pasado por la cabeza que alguien que pudiera dirigirse a Pedro se dirigiera también a él; con la cabeza agachada y mirando al suelo me indicó, sin hablar, su tienda; alzó su tembloroso brazo señalándola, sus harapos dejaron al descubierto su antebrazo comido por la lepra.

El sol había salido lo suficiente como para empezar a calentar el rostro, me dirigí hacia la tienda del segundo en rango. Era igual de grande que la de Jesús, llamé desde fuera alzando la voz. Enseguida alguien surgió, lo primero que vi fue su larga melena al salir de la tienda, cuando se irguió ante mí observe el más bello rostro de niña que jamás había visto, sus ojos verdes destacaban contra su piel aceitunada; sólo los pude ver un instante antes de que reclinara la cabeza, mantenía con su mano izquierda abierta la tela que hacía de puerta para que yo entrara - Pedro está dentro, le espera - el suave tono de su voz retumbó en mi cabeza como las campanas de Jerusalén.

La tienda era un desastre, una gran mesa con pergaminos encima y una silla, una cama desecha y un olor agrio.

- Tolomeo de Bari, maestro del maestro - me saludó jocosamente aquel hombre enorme, de barbas anchas, tripón; el camisón abierto por el pecho querría seguir abriéndose en constante lucha con un botón a punto de estallar a la altura de la boca del estómago.

En qué puedo ayudarte - me preguntó condescendientemente - era sabedor de las instrucciones de Jesús sobre mi persona. Notaba su indiferencia hacía mí, no le caía ni mal ni bien; tendría que responder mis preguntas por orden de Jesús y eso no le hacía ninguna gracia. A mí tampoco me gustaba este individuo, no me gustaba ninguno y menos los que pasaban las noches con niñas; pero de todos los que rodeaban a Jesús, éste tenía la mejor información, la trama estaba en sus gordas manos. Manejaba las cuentas y algo más.

- He visto el aceite - empecé a comentarle.

- Impresionante, ¿verdad? - dijo sonriendo sarcásticamente, él sabía que a mí no me gustaba todo aquello, sabía que no me gustaba él, sabía que no compartía en absoluto la locura de Jesús y sabía que estaba allí para contarlo.

- ¿Así se paga el engaño? - pregunté.

- En parte - respondió - se había sentado y había cogido un jarro con vino que me ofreció sin atender a la temprana hora, no bebí, pero algo me dijo que me alegraría de que él si lo hiciera, el vino desata las lenguas y más la de los arrogantes, grado que se eleva si éste es además poseedor de un gran secreto. Secreto con permiso para contar.

- ¿Cómo 'en parte'? - insistí.

- Amigo mío, o no, es igual; este teatro no se mantiene tan sólo del aceite milagroso, si bien yo estimo que es un uno, quizás uno y medio por ciento de los ingresos, o quizás ni eso; no digo que no se saque dinero pero el resto hay que trabajarlo.

- ¿Cómo trabajarlo? - se expresaba como un patrón.

- No te impacientes, todo lo sabrás, ja, ja - rebuznaba mientras se llenaba otro vaso de vino, y se lo llevaba a la boca, gotas del rojo líquido caían sobre su enorme barriga, cosa que parecía no importarle.

- Tienes delante de ti a todo un ejército - prosiguió - un ejército con un fin, un honorable fin. Para muchos el sentido a sus vidas, para otros la vida misma. Hay muchos que pagan por comer con el General. En nuestro caso disfrutar de los "poderes de Jesús" en el salón de sus casas; gentes ricas, muy ricas, al principio costó como todos los negocios; las primeras curaciones de Jesús hubo que pagarlas de nuestro dinero, las primeras ventas del aceite nos recuperaron de las perdidas y empezamos a ganar dinero y fama; la fama atrajo el dinero de verdad, el mensaje de Jesús es claro, vivir después de la muerte, ahí es nada. Quien no quiere tener pasaje y mejor aún poder reservarlo, asegurarte hablando con el capitán del barco; Jesús visita personalmente a quien bien lo pague, ingentes cantidades de oro, créeme.

- ¿Cómo se organiza? - pregunté, preguntándome donde estaba el fondo de la trampa.

- ¿Las visitas?, - comenzó a contestar tras tragar otro buche de vino - éstas las organizan mi hermano Andrés y Felipe, si te has fijado no los habrás visto en estos días por aquí, están en los alrededores de Jerusalén; ¿Cómo lo hacen? No te sabría indicar exactamente pero llegan a la ciudad alentando la fama de Jesús, no tardan en ponerse en contacto con ellos algún criado o algún esclavo de alguien que no quiere llamar la atención; incluso romanos, te lo digo yo; por una razón u otra son gentes que no quieren que se les relacione con Jesús pero que no quieren quedarse fuera del barco. El boca a boca ha hecho el resto. Estas gentes son poderosos, Saduceos, gente rica que no pueden estar a mal con el Rey ni con el Sanedrín; siclos, denarios e incluso algún talento romano de una vez, su miedo les lleva a pagar grandes sumas por la visita en sus casas del Maestro, visitas nocturnas la gran mayoría... ¿me imagino que no querrás ver el libro de cuentas?, - bromeó - aunque si quieres puedes, ahí está, tienes vía libre, Jesús te la ha dado.

Estaba menospreciándome, haciéndome creer que no le importaba en absoluto, no pude resistir la tentación de hojearlo; no debería haberlo hecho delante de aquel individuo, Jesús terminó siendo más rico que los que le daban ese dinero. Los números se referían a cantidad en monedas de oro y plata, nunca bajaban de las centenas, y otros directamente hacían referencia al peso de las bolsas de este material, me fijé en que el talento romano era muy utilizado en los apuntes.

- El aceite - continuó - esto lo vendemos en vasijas de distintas capacidades, depende del tamaño y de quien lo compra; si el que compra es adinerado un talento la vasija mediana, si el que compra es pobre... si no tiene un as... incluso podemos llegar a regalársela, eso sí, las vasijas pequeñas, esas que son como vasitos ja, ja, ja... como ves tenemos nuestro corazoncito, ja, ja, ja...- se burlaba de mí.

- Y lo hacía por creerme que con lo del aceite bastaba para tal engaño, por presuponer tempranamente; el maestro alumno y el alumno pasa a maestro, eso significaban sus risotadas; la aberración chocó con la indignación que ello me producía.

- Aunque - dijo con voz seria y despejada de toda connotación con la que el vino había marcado sus carcajadas - aquí hay muchas partes que meten la mano. Los sobornos, la contratación de trabajadores, todo cuesta dinero, cierto es que gran parte se queda aquí, pero tú sabes cómo termina esto ¿verdad?, el "maestro" debe morir; y lo va a hacer el muy loco, ¿y por qué te cuento esto?, porque tú lo sabes, has venido a impedírselo y en eso estoy contigo, aunque no creo que lo consigas; le quiero, le tengo afecto de verdad, me propuso esto cuando más apurados estábamos en mi familia, me enseñó los números y ahora gano dinero, no es malo vender algo que cura ¿no?, y los que pagan por unas palabras tienen mucho, por eso lo pagan, allá ellos. Las enseñanzas de Jesús son las del Mesías, o yo entiendo que así hablaría El Mesías, convence al pueblo y su mensaje es el amor.

Le dio otro buche al vino, tenía la boca seca.

- No hace daño a nadie, es lo que el pueblo espera. Que su obra no provenga de Dios directamente es algo cuestionable, pues bien te digo que creo ver en Jesús un ser excepcional, es mucho más inteligente que el resto de todos nosotros, incluido tú. ¿De dónde le viene? Su pasado lo conoces mejor que yo y sabes del misticismo que rodea su nacimiento, y... está dispuesto a morir. Y si eso ocurre, amigo mío, aquí hay muchas familias que deben seguir viviendo.

Alguna frase acuchilló mi estómago. Aquel hombre me abrió los ojos sin pretenderlo, quien es nadie para juzgar el camino que utiliza Dios para sus fines, y si El Mesías debe actuar tal y como lo está haciendo Jesús; y si esto es lo correcto. Dios hizo inteligente al hombre para algo, en su Hijo ha unido a Dios con el Hombre. Por la inteligencia del hombre vendrá El Mesías así lo ha dispuesto Dios.

Palabra de Tolomeo.

- Arrea - pensó David, y luego nada más, se quedó mirando el fuego; y el silencio se prolongó unos largos segundos.

Tras escuchar esto último, una paz interior reconfortante invadió a los dos amigos.