El Cabo Suelto de Dios
22
En el desierto todavía no había amanecido, la mañana del sábado era fría, muy fría, lo imaginable en el mayor descampado que se pueda imaginar.
Durmieron casi cuatro horas y media, eso sí, enteras, desde el primer minuto al último.
Y fue de sus mejores sueños, se levantaron descansados, con fuerzas y alegres. Lo primero que hicieron los dos profesores es ir a evacuar, no veían el momento de verse a solas para "comentar la jugada" como decía David.
- Que te pareció 'Al' - preguntó David camino del excusado - yo aluciné.
- Tú alucinas mucho - respondió - jocosamente Albert, estoy de acuerdo contigo, una tranquilidad inusual se apoderó de mí, pero esta mañana al despertarme lo primero que pensé fue que ¿y si a Tolomeo le cegó la razón su amor por Jesús persona, y creyó lo que quería creer? Que Dios guiaba su mano, aunque ésta no usara del poder de Dios. Yo me sentí muy bien después de escuchar algo que el fondo de mí es lo que quería escuchar.
- Albert, que están los terremotos, tío, que nos la estamos jugando con Dios - decía convencido David - esto es la repera je, je, esto es la repera - estaba más que contento, estaba excitado. Además que te lo está diciendo Tolomeo.
- Pueden ser coincidencias, David, los terremotos pueden ser coincidencias, - decía Albert pausadamente.
- Y una leche, coincidencias - sentencio David - A Jesús le dio por escribir sus chanchullos. Si la mano de Dios está detrás desde luego que esto no le gustó nada. O sí, pues de estar detrás, estaría detrás de los escritos también. El caso es que Dios por una razón u otra maldice el libro e impone su fin del mundo como la carta final del juego, gran parte de la baraja la guarda la familia Hassbar bajo sus tiendas ; y aquí estamos tú y yo, meando en esta piedra marrón - decía mientras le salpicaban pequeñas gotitas de barro marrones en los pantalones y se apartaba un poco hacía atrás; sin solucionar el problema que lo seguía donde fuera - en medio de este desierto, pensándolo bien, en medio de este 'habitado' desierto, a un paso de no sé qué país.
Albert reía y al hacerlo también se salpicaba los pantalones de gotitas de barro; no dejaba de llevar razón su amigo.
- Además, ¿Qué hay de malo en cobrar, a quien pueda pagarlo, un par de consejos psicológicos?, en Nueva York los hay a puñados. - razonaba medio en serio medio en broma. Una cosa sí te digo, estas son las mejores vacaciones de mi vida.
Pasaron a mayores en la evacuación y se adecentaron con una garrafa de agua que Salim les dio. Imaginaban que los hermanos estuvieran haciendo lo mismo, de lo contrario el viaje podría ser aún más penoso de lo que era.
Reanudaron la marcha al alba, tras un desayuno frugal encarrilaron al este en una ruta paralela de una forma u otra a la frontera con Turkmenistán. Ahora tocaba pasarla.
- Espero que la felicidad que reflejan sus caras sea por lo de anoche y no por lo que acaban de hacer - bromeó Shalmed, algo inusual; parecía alegrarse de que los amigos hubieran escuchado el relato de la pasada noche.
- Se lo agradecemos de todo corazón - contestó Albert - créame Shalmed.
- Así es - corroboró David- muchas gracias -decía al mismo tiempo que vio cómo la cara de los hermanos denotaban un rictus de alegría controlada.
- Sepan que son las dos primeras personas de la Historia, aparte de mi familia claro está, en conocer palabra alguna de estos Libros. En conocer la Verdad. Y he de decirles que dentro de lo malo, me alegro de que sean ustedes.
Esto los dejó sin habla.
El calor, el ruido del motor, los baches, todo idéntico al día anterior, todo en calma, amodorrados pegaban cabezadas, y cabezazos, así no se podía dormir - gruñía David para si. Tras tres horas de viaje, el paso fronterizo no aparecía. De pronto.
- Problemas - dijo Shalmed.
Que palabra tan sutil para describir lo que se les venía encima, y tan buena para pasar del amodorre al acongoje. Tras encaramar una colina se vieron metidos en una ratonera, dos grandes piedras bloqueaban el camino y los bordes de la carretera estaban salpicados por un sin fin de grandes peñas seguramente procedentes del macizo marrón anaranjado que tenían a su izquierda; - perfecto para una emboscada - pensaría Albert y así era.
Se habían ido adentrando en el desierto alejándose de los núcleos urbanos y penetrando más en los terrenos de los Señores de La Guerra - 'el nombre por si solo ya acojona' - pensaba David, que los tenía delante. La verdad es que rodeaban la furgoneta. '¿Y ahora qué?' - pensaba, al ver tanto Kalashnikov junto a caballo.
- Calma - intentó tranquilizar Shalmed. Yo saldré. Son de las Tribus del Norte.
Cogió su macuto y bajó de la Mercedes Benz. Con paso firme se encaminó al que sin duda era el líder; le dirigió unas palabras que nadie en la furgoneta escuchó; acto seguido metió la mano en su macuto y sacó un papel que entregó a aquel individuo de prominente mostacho negro y gorro de piel de oveja calado hasta las orejas. Éste tras leerlo le devolvió el papel a Shalmed. Alzó el brazo hacia el cielo con su fusil en el puño y emitió un alarido de rabia y alegría; dio vuelta a su caballo y todos los demás le siguieron, Shalmed entró en la furgoneta.
Las caras de Albert y David eran la misma: la de la sorpresa interrogante; la de los hermanos reflejaban una sonrisa especialmente marcada.
- Nos ganaremos el paso por su región en un partido de Polo - dijo Shalmed.
Los amigos no salían de su asombro.
- ¿Un partido de Polo?, ¿aquí?, ¿con esta gente?, ¿está de broma, no?- interrogaban incrédulos los dos profesores.
- Sin duda saben que el Polo es muy apreciado aquí en Irán. Y muy antiguo, con este juego los ejércitos mantenían en forma a sus jinetes y sus caballos, el mismo Alejandro Magno se jugó su paso por estas tierras en un partido de Polo y eso haremos nosotros.
- Así es, creo recordar que fue el rey persa Darius, se negó a pagar por no ser atacado; ante las amenazas de Alejandro Magno le envió un 'chaugan', taco de polo de los primeros, y una bola, acompañado por una nota en la que le aconsejaba jugar con esos palos mofándose de su corta edad, en lugar de dedicarse a la guerra, - decía nerviosamente David -, entonces Alejandro le contesto aquello de "la bola es la tierra y yo soy el taco".
De vez en cuando David sorprendía a Albert, '¿y desde cuándo te gusta a ti el Polo?' le preguntó.
- A mí el Polo no me gusta en especial, el Alejandro tenía un par, aunque fuera "ella" a ratos, he visto la película - respondió David sarcásticamente.
Amante visual de todos los deportes, lo del partido de Polo era surrealista.
- Dígame, Shalmed, ¿qué dice el papel que le ofreció? Algo tiene que ver. - inquirió Albert.
- Es nuestra licencia de juego en estas tierras, adquirida hace más de mil quinientos años. Nuestros antepasados ya tuvieron que ganarse el paso por aquí más de una vez. El primero que lo hizo se ganó el derecho a poder jugar esta baza por siempre, en oposición a la otra opción.
- ¿Cuál? - preguntó aligerando David.
-La de matarnos y quedarse con todo lo que llevemos.
La tez del profesor palideció, se jugaban la vida en el partidito, 'joder, joder' - pensaba.
- Tranquilos, nunca perdimos - dijo Shalmed.
- ¿Eso debería tranquilizarme? - pensó.
Sacaron la furgoneta de la débil carretera y la escondieron detrás de uno de los grandes pedruscos que por allí se diseminaban; con ellos se habían quedado diez hombres a caballo, cada uno de los elementos del grupo montó a la grupa de uno de éstos. Los transportarían a su campamento, a una hora de camino a caballo en dirección al macizo montañoso que se vislumbraba al norte.
El recorrido exacto había que conocerlo; docenas de gargantas pétreas se abrían hacia el interior de aquel sistema rocoso color ocre, resquebrajándolo; se adentraron por una de ellas; la altura de estas paredes verticales impresionaba a David que pensaba que en cualquier momento aquellas infinitas paredes de piedra marrón anaranjado se unirían y los aplastarían a todos como si fuesen moscas. A Albert le causaba vértigo mirar hacia arriba y observar el rayo de cielo azul que aquellas paredes dejaban ver; él pensaba que esto les retrasaría, confiaba en la familia del desierto para salir indemnes de aquella situación, sólo había que ver el porte de aquellos hombres con sus capas blancas cayendo por detrás del caballo; los bandidos que los llevaban parecían como niños guiando el caballo; - 'eso', - pensaba - 'da la impresión de un padre enseñando a su hijo pequeño a llevar el caballo por primera vez'.- Detrás suyo iban cuatro guerreros solos con sus fusiles, éstos no parecían niños.
De pronto aquella garganta desapareció y la luz del sol cegó a todos, una gran explanada se plantaba en medio de aquel inmenso sistema montañoso, redonda y llana, hundida en roca, encerrada entre altísimas paredes con multitud de enormes franjas horizontales color marrón y ocre; simulaba un circo romano de paredes verticales. A esta llanura de tierra anaranjada confluían hasta media docena de gargantas como las que habían traído a los amigos; al tiempo de llegar ellos observaron como de estos cañones aparecía más gente a caballo; - pronto se ha corrido la voz - pensó Albert, llevaban casi una hora cabalgando, aunque no se les hizo tan largo, sí lo notaron al bajarse de los caballos.
El grupo primero de bandidos se había desperdigado por aquellas grietas gigantescas corriendo la voz del partido entre los innumerables grupos de paisanos que habitaban aquel inhóspito paraje; antes de que el equipo contrario llegara al terreno de juego, cientos de iraníes los esperaban; nunca se perderían un partido de polo, lo llevan en la sangre desde hacía miles de años. Además, hacía siglos que no se enfrentaban a la leyenda, por ello lo era.
A su llegada todo estaba listo; el borde de la cancha, un rectángulo de trescientos metros de largo y ciento veinte de ancho, era limitado por estacas y cuerdas; los postes clavados en el suelo en ambos extremos, situados a su distancia reglamentaria, delimitaban las zonas de tanteo. Había muchos caballos, casi todos los presentes montaban en uno, el ambiente parecía el de una feria en su máximo apogeo; la nube de polvo constante que unía a la marabunta no duraría mucho; todos se dirigían hacia una zona reservada para dejar sus caballos volviendo a pie hacia el rectángulo de juego.
El grupo, siempre escoltado fue dirigido a una especie de corral donde se alineaban cuarenta caballos lomo con lomo, todos atados a una misma cuerda.
Al llegar fueron recibidos por un personaje de cuento; al igual que la familia Hassbar, era un hombre del desierto; de unos setenta años, de mediana estatura y gran barriga, de grandes bigotes blancos y barba gris espesa; vestía con una túnica persa, verde, con exquisitos bordados en hilo de oro y un cinto rojo sangre que aseguraba una daga con empuñadura de marfil. Ojos pequeños y pobladas cejas anárquicas. Mofletudo, eso le daba un aire bonachón.
Se acercaba a paso ligero al grupo, con cierto nerviosismo, apartando a empujones de su paso a la gente que allí se encontraba. Se encaminó hacia Shalmed que lo esperaba con porte altivo y rostro serio; esbozó una gran sonrisa que dejó al descubierto todos sus dientes, David - que observaba expectante - llegó a contar hasta cinco dientes de oro desperdigados por su boca; abriendo los brazos de par en par y mirando al cielo gritó: '¡Es un Honor! ¡Alá es grande!', para entonces un silencio cercano se había hecho notar, tan sólo se escuchaba a lo lejos el trajín de la llegada de más espectadores. David y Albert se miraron de reojo, ahora ninguno de los dos se había quedado con el tema.
- El Equipo de Tolomeo, aquí, en mi casa, ¡OH!, ¡OH! - Bufaba - tan magnánimo es Alá, que tan pequeño soy y tan grande me hace. A continuación gritó: ¡Nacimos para este día! - y todos a su alrededor aullaron.
- Toloméico... Mi nombre es Azarmig; Azarmig Anoshag, y mi linaje es casi tan antiguo como el tuyo, puede que más - fanfarroneó - ¡bienvenido a mi casa!
- No se puede dar la bienvenida a quien se trae a punta de pistola - dijo serio Shalmed, había empezado el juego.
- No, no, de ninguna manera, no sabíamos quienes erais; debes comprender que los negocios son los negocios; ahora sois mis invitados, no faltaría más,... desde luego - afirmó categóricamente. Shalmed asintió con la cabeza lo que de una manera u otra borró de las mentes de los dos amigos la apuesta vital de este partido, ahora no temían por su pellejo.
- Podrías enseñarme el Tratado de Paso - rogó Azarmig - es un honor.
- Cómo no - respondió Shalmed, que buscando en su bolsa sacó un pliego, el mismo que dos horas antes había enseñado a aquel bigotudo. No era papel sino una fina piel de cabra con símbolos grabados, el Ojo de Tolomeo encabezaba el documento, debajo y en filas de tres se encontraban grabados a fuego quince símbolos, los sellos de las quince tribus de Irán. Los ojos de Azarmig parecieran querer salirse de sus órbitas y pegarse contra aquel trozo de piel, único en el mundo y en la historia. Empezó a llorar.
- Elegid los caballos - dijo orientando su mano derecha hacía los cuarenta equinos, pero antes os presentaré a mi equipo.
Cuatro altos iraníes aparecieron de la nada entre la multitud que allí se agolpaba; los campeones de entre todas las tribus y son mis hijos: este es Bazag, su hermano gemelo Bozid, este es mi muchachote Daray y mi grandullón Gok
- Éstos tienen otra pinta - pensó Albert que los comparó a los bandidos que los trajeron, y se avergonzó por prejuzgar.
Y vaya si la tenían, si los hermanos Toloméicos parecían príncipes árabes de cuento con sus vestimentas blancas al viento; éstos las tenían negras con fajines dorados, llevaban botas alta de cuero negro que aprisionaban el final de sus amplios pantalones, también negros.
- Éstos son los míos - declaraba Shalmed - Hassan, dijo posándole su mano en el hombro izquierdo, el mayor; Salim, el menor, dijo mirándolo; Theodor y Zeb su unión.
Los hermanos se observaban entre si, los negros a los blancos y los blancos a los negros. En la misma milésima de segundo los cuatro hermanos Toloméicos se volvieron y se dirigieron a elegir sus caballos - 'los privilegios', pensó David acordándose de la virtud telepática de sus compañeros de viaje.
Lo hicieron primero que sus contrincantes, deferencia donde empezaba a dar gala la caballerosidad que rige este juego, con este gesto el anfitrión elimina las dudas respecto a la calidad de los caballos que usarían sus enemigos en el juego. Es un juego donde históricamente el Honor y el Coraje gobiernan. Eran caballos altos, el juego debía ser rápido, así se instauró en la antigua Persia; atléticos y resistentes; - aquellos cuarenta caballos eran los mejores que los hermanos habían visto nunca, a excepción de los suyos, claro está. Cada uno de ellos debía elegir a cuatro, uno para cada cuarto de siete minutos, reventarían.
Hassan, Salim, Theodor y Zeb parecían uno. Posaban su mano sobre la frente del animal y cerraban los ojos. A su criterio desataban el caballo y lo elegían para su uso. Mientras esto hacían, Shalmed se acercó a Albert y David.
- Aquí prima el honor, he de indicarles que no se usarán de ninguno de nuestros privilegios durante el partido; y no se engañen, si perdemos se quedarán con todas nuestras pertenencias, nos respetarán la vida pero nos quedaremos sin nada. Así está escrito en el Tratado de Paso y lo cumplirán a rajatabla.
- Sería una catástrofe, sería muy difícil continuar, perderíamos mucho tiempo - comentó en voz baja Albert, como si entre aquel griterío alguien fuera a escucharle.
Al menos no nos matarán, algo es algo,- pensaba David - que veía lo de quedarse sin nada, ni transporte ni víveres como un mal menor. Algo nos darán pensaba, no van a ser tan hijos de... y se acordó de los Kalashnikov.
Los hermanos habían terminado de elegir los caballos que se llevaban para el terreno de juego, se acercaron a su padre, y asintieron con la cabeza.
De uno, el delantero, jugará Salim - indicaba Shalmed a los dos amigos -, de dos y tres Theodor y Zeb, serán los centrales; el defensa, el cuatro será Hassan.
-Quiere usted saber la alineación contraria - preguntó Albert - que observó la relación en los puestos.
- Por supuesto, es preferible anticiparte a los movimientos del enemigo, pero ¿Cómo lo sabe? - Preguntaba con rictus extrañado; pero no tanto como el que tenía David, -'Albert no tiene ni pajolera idea de polo' - pensaba.
- El uno será Bazag, significa "halcón", jugará de delantero, ágil y ligero; centrales Bozid, que significa "salvado", trabajará para los demás y Daray, "el que posee el bien" y repartirá, Gok, "buey", es el defensa, firme y seguro. Nombres y significados y como marcan a la persona, cosas mías - explicó sonriente -
- 'Alucinado me dejas', 'Al' - Dijo David. Shalmed sonrió, los hermanos también.
- ¡¡Juguemos!! - gritó a todo pulmón Azarmig y comenzó a andar ligero, casi correr lo que sus rechonchas piernas le permitían; tambaleándose se dirigió a su privilegiado puesto, un sillón encima de una caja en primera fila justo a la altura donde se produce el saque, en medio de la cancha. Pasaría media hora de la una de la tarde.
Un griterío ensordecedor llevaba a los dos equipos en volandas hacia el terreno de juego, rodeados por decenas de sudorosos hombres de las montañas no veían hacia donde se dirigían, sólo se dejaban llevar. En un instante los ocho caballos elegidos para el primer tiempo se mostraban ante los jugadores.
Los Hombres de Negro montaron primero y salieron ante el estrépito general, todos se agolpaban sobre las limitaciones del campo; quien podía se subía en algo, una pequeña piedra o sus mismos ropajes liados, todo para estar dos dedos por encima del que tenía delante, unos se subían encima de otros, lo que originaba la correspondiente trifulca; nadie quería perderse nada de lo que allí sucediera.; y la expectación era explicable.
El Equipo de Tolomeo... hacía setecientos años que no pasaban por allí; según cuentan los libros más viejos de las aldeas, había un equipo de polo supremo, de luz blanca cegadora, una vieja leyenda aseguraba que eran invencibles, el brazo de Alá golpeaba por ellos; personajes extraordinarios de leyenda que achacaban a la adoración de sus reyes por este deporte; los cánticos lo alababan como el deporte de los dioses y así surgió la mitología. Volaban sobre el caballo al que hacían parecer una estatua.
Así sabían de ellos y de un momento a otro aparecerían en el terreno de juego.
Los Hombres de Blanco comenzaron su rito, uno tras otro extendieron sus capas blanca sobre el lomo de sus caballos lo que dio sensación de una ola sincronizada; uno tras otro sujetando con su mano izquierda la capa posaban ésta en la brida, otra ola blanca sesgo los ojos de los más privilegiados; en este momento los jinetes se ocultaban tras su capa extendida y el caballo; nadie observó movimiento alguno cuando uno tras otro se irguieron encima del caballo, la tercera ola blanca provocó un silencio de un segundo. Aquella olla de piedra gigantesca crujió cuando tuvo que aguantar el grito histérico al unísono del millar de personas allí reunidas; les alcanzaron sus tacos de juego.
Uno a uno fueron entrando en el campo, entonces todos cayeron en la cuenta de que sus caballos eran también blancos; primero Salim, luego Theodor, Zeb y Hassan; atacaban de derecha a izquierda, se alinearon en su lado, en el centro, frente a los Hombres de Negro.
Con el ceño fruncido por la concentración, los Hombres de Negro miraban fijamente a los de Blanco, eran conscientes del equipo a quienes se enfrentaban; lo que habían oído eran cuentos para niños que los abuelos contaban en noches frías frente al fuego; éstos eran personas, eran cuatro contra cuatro y ellos eran los campeones de las tribus de Irán; todos esperaban que el juez lanzara la bola desde la banda, rastrera por el suelo y entre las dos filas de caballos; todos permanecerían inmóviles hasta que la bola no saliera de las manos del juez. Lo que no entendían era ¿por qué los Hombres de Blanco tenían los ojos cerrados? Lo que siguió los dejó alucinados, a ellos y a todos los allí reunidos a excepción de Shalmed.
Uno a uno cada caballo blanco se puso en pie sobre sus cuartos traseros permaneciendo inmóvil, las capas de los Hombres de Blanco colgaban verticales y paralelas al cuerpo del caballo. Primero el de Salim, luego el de Theodor, a continuación el de Zeb y finalmente el de Hassan, ese era el orden en el que esperaban la bocha. La bola de madera.
- Salida en saludo, demuestra el respeto por el Coraje del contrario, enaltece el Honor del juego - explicó en voz baja Shalmed a Albert y David, que como todos, estaban con la boca abierta. Azarmig el que más. Shalmed rehusó amablemente sentarse junto a Azarmig en deferencia hacia sus compañeros de viaje.
El juez dudó en lanzar la bocha, situado a la distancia reglamentaria de cinco metros pensaba que la inmovilidad exigida para el comienzo del partido se cumplía y así era pues los caballos blancos con cuartos delanteros apuntando al cielo no se movían. La lanzó con todas sus fuerzas a ras del suelo.
Todos esperaban que la bola atravesara parte de aquel pasillo equino; lo que no ocurrió, Salim se dejó caer a plomo por el lado derecho de su caballo, agarrándose con la mano izquierda a las bridas se descolgó hasta casi dar en el suelo, extendió su brazo y con él el taco; cortó la trayectoria de la bola mandándola por entre las patas del caballo de Bazag rebasándolo; el caballo de Salim rebotó hacía la izquierda y pasó como una exhalación por el lado derecho de Bazag que todavía no se había movido.
La bola botaba hacia los dos postes propiedad de los Hombres de Negro aún muy lejanos; detrás Salim y a sus espaldas el resto que sólo pudieron dar la vuelta a sus caballos y ver como Salim preparaba el golpe final; corría hacía la bola con el brazo derecho completamente estirado hacia el cielo, su taco prolongaba el brazo, en dos segundos había dado alcance a la bocha; puso el caballo al lado de ésta y en unos de los botes dejó caer su brazo hacia atrás; marcando con la cabeza del taco una circunferencia perfecta asestó un golpe seco, sincronizado con las patas delanteras de su caballo firmemente asentadas en la tierra. La bocha pasó rauda entre los dos postes perdiéndose entre la gente, luego se supo que un hombre la paró con el pecho y que le había roto un par de costillas. Su gruesa capa de piel de oveja le salvó la vida.
La gente vitoreaba el tanto, el más tempranero que habían visto nunca, se lo contarían a sus nietos frente al fuego, en realidad le contarían todo el partido.
Azarmig aplaudía frenético y eso que el gol era en su contra.
- Esto está ganado - pensaba David, muchísimo más tranquilo pues no perderían su medio de transporte, ahora estaba seguro - vaya manta les va a caer a estos fulanos; que grandes los hermanitos mudos ¡y son mis amigos¡ Y empezó a vociferar cual hincha de futbol en final europea acallando incluso al iraní envuelto en piel de oveja que tenía a su lado, y que apestaba como tal.
- 'Tan sólo queda disfrutar' - pensaba Albert, que tampoco dudaba de la paliza.
Shalmed sonreía un poco más de lo acostumbrado, este juego hacía que las gentes se olvidaran de sus problemas, sólo había que mirar alrededor; Shalmed tenía el libro muy presente y por eso sólo sonreía levemente.
Había que cambiar de campo, ahora atacarían de izquierda a derecha; el primero del pasillo sería ahora Hassan, luego Zeb, Theodor y Salim. Todos inmóviles frente a frente, esta vez los caballos no se pusieron en pie. El juez lanzó la bocha de la misma forma que minutos antes. Sin preocuparse de ella Hassan volteó su caballo hacia la derecha y corrió hacia su portería, al mismo tiempo Salim se lanzó en una carrera solitaria hacia los postes contrarios, Zeb y Theodor lucharían con los hermanos de negro por el control de la bola, o mejor dicho se la birlarían como el mejor de los carteristas; dejaron que Daray la recibiera, no la retrasaría por miedo a Salim; Theodor cortaría la trayectoria a Bazag, el delantero. Así que podría ponérsela a Bozid, cubierto por Zeb; lanzar hacia delante, lo que aseguraría su perdida; o salir con ella controlada; y como el ego de las personas no tiene tiempo ni patria decidió salir con ella controlada, lo que Zeb suponía que haría; abandonó la marca de Bozid y de un salto cortó el toque de control de Daray; la bola pasó por debajo de su caballo y cuando la vio aparecer por el lado derecho realizó un golpe hacía atrás con el revés del taco en dirección a Hassan que esperaba la bocha; sólo un bote dio cuando se encontró con el taco de Hassan que desde sus postes mandó la bola por los aires hacia Salim; la bola ascendía velozmente y bajaría vertiginosa marcando una alta parábola, Salim fue en busca de ella por la proximidad de Gok.
La bola bajaba directamente hacia el Hombre de Blanco a una velocidad espantosa; el público aguantaba la respiración. Corría hacia ella de pie sobre los estribos, paró en seco al caballo, cogió la cabeza del taco con ambas manos y reforzándola con el antebrazo la uso de escudo; la bola rebotó en ésta hacia arriba otra vez pero muerta; de un rápido movimiento cogió el taco por el mango de nuevo y le atizó a la bola al caer; su dirección, el espacio entre los dos postes enemigos. Los Hombres de Negro aplaudieron el segundo tanto de los Hombres de Blanco.
- Éstos salen a gol por minuto - pensaba David - que lamentaba el que hoy no se admitieran apuestas.
Los gritos y vítores no paraban; estaban viendo algo fantástico, histórico y casi mágico, la leyenda era cierta. Las Luces Blancas, el Equipo de Tolomeo, impresionante. Azarmig miraba al cielo con los brazos abiertos dando gracias.
Había que volver a cambiar de campo. Otra vez de derecha a izquierda. La misma posición que antes sólo que ahora los cuatro caballos blancos se arrodillaron en la espera del lanzamiento del juez; todo les maravillaba, un rumor de expectación zumbaba entre la gente '¿Qué harían ahora?'.
Al momento de salir la bocha de la mano del juez los cuatro caballos saltaron hacia delante como si de uno se tratara, aterrizando entre los caballos contrarios y avanzando hacia los postes contrarios; los cuatro jinetes de negro se encontraron mirando al vacío. Los cuatro blancos habían saltado por encima de la bola; Hassan, el último, la recogió con su taco e iba dándole golpes en el aire sin dejar que se cayera al suelo; los otros tres jinetes blancos se pararon y dejaron que Hassan llevara la bola hasta los postes contrarios; los jinetes negros se lanzaron tras él, no conseguirían alcanzarlo, Hassan iba botando la bola sobre el palo a toda velocidad; algo no visto, paró el caballo y depositó suavemente la bocha entre los dos palos de tanteo. El tercero subió al marcador. La gente enloquecía mientras cambiaban otra vez de campo. El juez pitó el final del primer tiempo cuando Zeb marcó el cuarto tras interceptar Theodor una bola a golpe de Gok. Había que cambiar de caballos.
Aprovechó Shalmed para hablar con Azarmig, le diría que ellos tenían mucha prisa, que algo urgente les requería y muy cortésmente le pidió que diese por finalizado el partido ante la diferencia entre los equipos. A lo que se negó de la forma más rotunda que se puediera imaginar. El polo eran cuatro tiempos y esto es lo que se jugaría. Como esperar otros setecientos años para ver jugar al Equipo de Tolomeo. Durante los tres minutos de descanso no se movió nadie. El juego continuaba.
Cada saque desde el centro terminaba en gol por parte de los Hombre de Blanco al minuto o minuto y medio. De los más aplaudidos del segundo tiempo fue el que consiguió Theodor, Zeb atrapó una bola rechazada hacia la esquina derecha del campo enemigo, la centró elevándola suavemente pero le salió un poco escorada hacia fuera, Salim no podía llegar a ella; Theodor apareció de sopetón, frenó el caballo que achancó de atrás y elevó la cabeza; de un salto se puso de pie sobre su grupa, el pie derecho sobre el lomo y la rodilla izquierda sobre la cabeza del animal que lo aguantaba sin bajarla; paró la bola con el pecho, cuando caía y sin cambiar la postura, bateó hacía los postes; la gente saltó al campo de éxtasis. Sonaba música y muchos estaban ya borrachos; 'toda una fiesta sí señor' - pensaba David, - que también bebía de lo que le ofrecían; una especie de leche con un sabor más fuerte de lo normal y al qué le chocaba que la ley de la Sharía, imperante en todo Irán y que condena a muerte al que consuma bebidas alcohólicas y drogas, se la pasaran allí por el forro de las chilabas. - De qué me sorprendo, esta gente trafica con alcohol y drogas - pensaba mientras le pegaba un buche al estómago seco de cabra del que bebía - está esto bueno... ¡aúpa mis colegas! - gritaba entregado. Albert sonreía y lo miraba entre condescendiente y preocupado, qué iba a hacer con él.
Entre malabarismos de los Hombres de Blanco y vueltas sin sentido de los Hombres de Negro llegó el cuarto periodo y con él la levitación colectiva. Un saque de banda pegado a la línea de fondo de los Hombres de Negro, a la derecha del ataque; el juez manda la bola entre las líneas y Salim retrocede a mitad de campo, Gok recula hacia sus postes, la esquina del campo es un hervidero de caballos del que se aparta Hassan; la bola rebota entremedio de la patas de los animales; ahora es Theodor el que se tira al suelo, agarrándose a la tierra con la mano izquierda en la que porta el taco y con la derecha a la brida, levanta la bola hacia Zeb; esa era la señal para que Salim empezara a correr a toda mecha hacia la portería contraria, hacia Gok; Zeb la saca del bullicio con un suave golpe hasta Hassan que, sin dejarla caer, centra alto de un golpe seco hacia la zona de los dos postes; Salim se dirige hacia allí a toda velocidad directo hacia Gok, éste lo mira creyendo que iba a ser arrollado; la bola no había llegado a la altura de Gok cuando el caballo de Salim saltó con todas sus fuerzas; los músculos de sus patas traseras temblaron espasmódicamente al extenderse, Salim volaba por encima de Gok; justo en su vertical giró su torso hacia la derecha con su brazo derecho extendido y pegado a él su taco; al ver aparecer la bola terminó el molino, el caballo miraba hacia delante y el jinete hacia atrás, dejo pasar la bola por delante de su cara y la machacó con un revés entre los dos postes de espaldas a la portería. Cuando el caballo cayó en tierra los Hombres de Blanco subieron al cielo. Allí concluyó el partido, unos dicen que fueron veinte y tantos goles, otros que más de treinta. El resultado es lo de menos en este deporte. Los Hombres de Negro se sentían henchidos de placer por haber disputado un partido contra el Equipo de Tolomeo.
Y Azarmig quería morirse. Incluso lo dispuso,... luego se arrepintió.
Les dieron comida y bebida, tal como indicaba el Tratado de Paso, les despidieron como a héroes y les llevaron a caballo hasta la furgoneta, eso sí, cada uno en el suyo. Pero con una salvedad; no regresaron por donde habían venido sino por el lado contrario. Frente por frente a la hendidura en la piedra por la cual habían llegado a la explanada se abría otra más estrecha y alta; una resquebrajadura que serpenteaba por el macizo atravesándolo, tan estrecha que la luz del sol apenas llegaba abajo así que cada uno seguía al caballo de delante; tampoco había sitio para que lo adelantara. David iba pegando cabezadas, 'durmiendo la mona' como diría después. Y de pronto la luz de sol los cegó uno a uno conforme salían de aquella raja en la piedra. Aquello espabiló a David al que le dolía tremendamente la cabeza. Allí estaba su furgoneta intacta.
- Estáis en Turkmenistán, si continuáis por esta senda acortaréis tiempo, de todas formas la carretera os hace dar un rodeo; son las cinco de la tarde, mucho tenéis que correr para llegar a la frontera con Uzbekistán antes de que anochezca. Os quedan dos días de viaje para la tarde-noche del lunes estaréis en Denov, por aquí nadie os molestará; - dijo uno de los dos bandidos que los guiaron - aquello también estaba escrito en el Tratado de Paso. Todos sonrieron con sorpresa, Albert y David se miraron de reojo.
Habían adelantado algunas horas. Y lo mejor de todo es que ya habían pasado la frontera.
Los bandidos habían atravesado con la furgoneta por un paso más ancho que se encontraba un poco más al sur; se despidieron cortésmente no sin antes fotografiarse uno a uno con los hermanos, el Equipo de Tolomeo. Uno de ellos llevaba una cámara fotográfica e insistieron hasta que consiguieron su objetivo, su alegría era extrema; no lo sería tanto cuando revelaron las fotos y comprobaron que el hombre de blanco con el que se habían retratado tenía el rostro del que echaba la foto; los hermanos por orden telepática de Shalmed habían usado de uno de sus privilegios; el que les permitía ser conocidos, el que a la larga mejores resultados les daba, el más usado. Así como cada bandido quería verse componente del Equipo de Tolomeo obtuvieron ocho fotos, en cuatro saldrían vestidos de blanco y en las otras cuatro con su Kalashnikov al hombro. Su poder se transmitía incluso a las máquinas.
La noticia del adelanto en el tiempo alegró sobremanera a todos, el día había sido duro, sobre todo para los hermanos; Shalmed determinó avanzar sólo dos horas y acampar a descansar temprano por lo que antes de que se ocultara el sol, que todavía se observaba alto en el horizonte, pararon al lado de otra gran piedra.
- ¿Qué ciudad ha sido la última que vistes en la señales, por dónde vamos?, es que me he quedado dormido, preguntaba David medio avergonzado desviando la mirada de su amigo.
- Zahmet, hace media hora o así - contestaba pacientemente Albert.
No hubo campamento, todos estaban cansados del día transcurrido y deseaban continuar lo más pronto posible el domingo siguiente, la noticia del adelanto les animó sobremanera.