El Cabo Suelto de Dios

23

Saltaba de emoción, durante el trayecto del domingo en la furgoneta no se hablaba de otra cosa; como otro domingo cualquiera se hablaba de deportes.

- Que paliza, tíos - decía David y los hermanos sonreían - valientes 'mindunguis' los Señores de la Guerra, jugando al Polo claro - se excusaba como si alguno de ellos lo escuchase. - Si os vieran por la tele... os imagino con cintas de Nike en la cabeza je, je.

- Gracias - le respondió Salim con voz suave sonriéndole, al que escuchaban por primera vez.

- A vosotros..., yo aluciné ayer, qué queréis que os diga; la gente estaba loca, era una fiesta.

- A ti lo que te gustó fue el brebaje de tu amigo; sí, el que olía a cabra - dijo sarcásticamente Albert.

- También, no digo yo que no; "en 'to' los 'laos' cuecen habas". - decía asintiendo en andaluz y sonriendo; nadie se enteraba de estas expresiones coloquiales que decía en español y que usaba constantemente; coletillas que oía a docenas de sus conciudadanos y alumnos de Granada y que reflejaban el carácter abierto de estas gentes.

Arrancó una sonrisa a la familia y un golpe en el brazo propinado por su amigo.

Una vez comentado el partido, David calló y la gravedad del viaje acudió a las mentes de todos, avanzaban en busca de la frontera entre dos países con nombres muy parecidos y ex-miembros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con un poco de suerte al día siguiente estarían en Denov.

Ese día tragarían kilómetros en línea recta, bajo un sol de justicia que castigaba sólo por estar debajo de él; la enorme furgoneta aguantaba bien el ritmo, ya habían gastado la mitad de los bidones de plástico de la gasolina prevista y no esperaban gastar los que quedaban.

A noventa kilómetros por hora eran adelantados por mastodónticos camiones, que evidenciaban toda clase de mercancías, era la prueba de que esa ruta era primordial en la comunicación entre los dos países; era más que eso simplemente, pues todo indicaba que era una gran carretera comercial. Y eso siempre había sido así, era la antiquísima Ruta de la Seda.

Tras dos horas de traqueteo acordaron almorzar pasada la frontera con Uzbekistán, pasaban el rio Amu Daria, el puesto fronterizo de Farab estaba cerca.

Y lo supieron al ver que, de pronto, una hilera de camiones aparecía aparcados al lado de la polvorienta carretera. En medio de una extensa llanura amarilla, la carretera de un solo carril para cada sentido transcurre paralela a un canal afluente del rio Amu Daria; entre éste y la carretera se habían ido posicionando los camiones. Eso no auguraba nada bueno.

Cosa que pronto verificaron; el puesto fronterizo se adivinaba a lo lejos y no podían continuar, la enorme parte de atrás de un camión de dieciocho ruedas, el último de la enorme cola, se les presentaba como muro insalvable. Allí estaban parados las decenas de camiones que antes les habían adelantado.

- Debe haber más de cien camiones, los coches y furgonetas serán otros tantos - informaba Salim tras introducir de nuevo su cuerpo por la ventanilla delantera derecha; ágilmente había salido fuera por ésta y se había encaramado al techo de la furgoneta, de allí y de un salto pasó al camión de delante, desde esa posición más elevada comprobaba que la fila era muy larga y al final, no era fila sino un apelotonamiento enorme de camiones y coches. Y ninguno parecía moverse. En sentido contrario venía un solo coche y mucho más retrasado un camión que parecían haber sido liberados de una jaula, volaban acercándose. De todo ello informó adecuadamente a sus compañeros de viaje.

- Parece que tenemos una puerta cerrada - decía tímidamente David.

- Así es, puede que esto nos retrase en demasía - indicaba Shalmed seriamente mirando pensativo al suelo de la furgoneta.

De pronto Theodor que conducía arrancó de nuevo enfilando el puesto fronterizo por el lado izquierdo, el utilizado como rampa de despegue de los coches que soltaban desde éste. Tuvieron la suerte de no encontrar a nadie de frente hasta llegar al puesto. La salida era un tapón, imposible salir por su sitio, estaba bloqueado por decenas de camiones y coches que no tenían otra maniobra que tirar hacia delante.

La frontera se basaba en dos grandes barracones de madera, uno a cada lado, una gran doble verja dividía la carretera. A ambos lados dos docenas de guardias deambulaban de un sitio para otro, examinando coches y camiones muy pausadamente.

Así que enfilaron el lado por donde se entraba a Turkmenistán, al revés. La furgoneta avanzaba despacio y David miraba de reojo a todos lados, excitado; Albert más tranquilo sonreía ya que miraba a Shalmed y éste también lo hacía. No pudo ser más sencillo.

Conforme avanzaban, todos los policías Turkmenos se cuadraban al paso de la furgoneta y abrían la verja de entrada para que salieran y lo mismo hicieron los policías de la otra parte; nadie se acercó a preguntar, todos se limitaron a cuadrase a su paso. David los miraba asombrado y consciente de estar siendo testigo de una acción divina; eso le erizaba los pelos de la nuca, pues otra explicación no tenía aquello; Albert ya no sonreía, también era consciente de ello y su pensamiento se dirigió hacia los terremotos y la seriedad que éstos tomaron en su mente, esto conllevaba la afirmación de la existencia de Dios y se negaba a ello mientras veía cómo se abría la verja de salida de Uzbekistán para que ellos entraran.

Sin parar y sin mirar para atrás salieron de allí internándose en dirección a Alat.

Otra vez la misma carretera, no parecía haber cambiado de país, de hecho no hacía mucho eran el mismo. Hubieran deseado interrogar a los anfitriones de la aventura que estaban viviendo sobre el 'privilegio' del que momentos antes habían sido testigos; pero no se atrevieron pues obtendrían como respuesta lo que ya sabían; asimismo pensaban en por qué no lo habían usado con la banda de contrabandistas en lugar de jugar al Polo, aunque habiéndolos vistos casi asegurarían de que lo hicieron a posta, por jugar sólo. Estaba claro que para ellos era un juego de Honor al que seguramente dedicaban gran parte de su tiempo en el peregrinaje a ningún sitio.

Shalmed paró al atardecer, Qarshi quedaba atrás, quería que sus hijos descansaran y porque tenía algo que contarles a Albert y David. Y esta vez necesitaría de más tiempo. Así que salieron de la carretera principal buscando cobijo a la intemperie como siempre

Encendieron un fuego y comieron más de lo mismo. Los hermanos se acostaron nada más terminar, el cansancio del juego del día anterior y los días de búsqueda hicieron mella en aquellos fornidos príncipes judeo-árabes; ahora les parecieron un poco más humanos a Albert y David. La tarde no era muy fría pero apetecía estar pegado al fuego, hicieron té y comieron.

Shalmed empezó a hablar.

Me he convencido hace tiempo de su honestidad Albert, y de la suya, David - le dijo mirándole lo que sonrojó un poco la mofletuda cara del profesor.- y no se me ocurre mejor manera de agradecerla si no es haciéndoles partícipes de la historia.

Deben escuchar lo que les tengo que contar.

De inmediato los amigos se miraron y se prepararon para escuchar.

Tolomeo dice:

Iba a ser testigo de la farsa al completo en lo que me da por llamar la Noche de los Canastos. Todo el entramado en pleno trabajo para la concepción de un milagro.

Yo, Tolomeo de Bari he de dejar constancia de lo que mi ojo vea, por él se sabrá la verdad, por él se unirán fe e inteligencia.

Llevo días sin ver a Jesús y el movimiento del campamento es inusual, han tenido que ampliar la parte de los corrales, no paran de traer mulas; los carros se amontonan fuera, se organiza una gran expedición; Simón Pedro no cesa en su tarea, han cortado la producción de aceite y Santiago le sigue a todas partes.

No veo a casi ninguno de sus hombres, aquí sólo están Pedro, Santiago y Juan; aunque eso no era de extrañar, sus hombres de confianza casi nunca están por aquí; pero no me importaba, tenía a la mano derecha y a uno de sus principales.

Temo importunar a Pedro, no es malo pero tampoco bueno, tiene mal carácter y lo observo nervioso. Su obsesión son los canastos, es su palabra más repetida, no para de acumularlos bajo una gran tienda. Hubiera querido abordarlo pero no me atrevo, lo intentaré con Santiago, el bocazas, aquí pasa algo y debo saberlo.

Lo encontré apilando canastos, los incrustaba uno en otros, vociferaba a sus trabadores que se emplearan en arreglar los carros, no quería verse con carros rotos en mitad del viaje. Muchos se afanaban en ellos.

- ¿De qué viaje hablas Santiago? - le sorprendí por la espalda.

- Hombre, Tolomeo, amigo - contestó con una gran sonrisa cortada por el esfuerzo de llevar diez canastos incrustados sobre su hombro. ¿Qué me preguntas?

- Veo mucho ajetreo, y acabas de decir que os vais de viaje, me pregunto a qué se debe.

- Nos vamos a Caná, - me dijo secándose el sudor con sus antebrazos desnudos, no llevaba nada puesto, sudaba como un cerdo.- ¿no te ha dicho nada Pedro?

- No - contesté.

- Se le habrá pasado, estamos muy liados últimamente, cuenta contigo, me lo ha dicho, nos vamos mañana.

Con esa información me sentí con fuerza para abordar a Pedro, lo vi entrar en su tienda procedente de los baños, y me dirigí a ella; me recibió muy cortésmente, se estaba sirviendo una copa de vino y me ofreció una; se la acepté lo que provocó una sonrisa en su cara mientras asentía con la cabeza. La tienda estaba mucho más limpia que el día en que estuve por primera vez; habían muchos más pergaminos sobre la mesa, pero olía bien.

- Me vas a perdonar Tolomeo - empezó a decirme - ¿te habrás dado cuenta de la que nos traemos, no?, le pegó un sorbo al vino y se metió detrás de un gran biombo a cambiarse de ropa.

- Sí, por ello estoy aquí, Santiago me dice que os vais a Caná, ¿es allí donde está Jesús?

- Nos vamos - dijo alzando la voz, mientras aparecía reluciendo un amplio camisón limpio que no le disimulaba su barriga - porque tú te vienes con nosotros, vas a ver con tus ojos de qué va esto.

Me intrigué, también debo decir que me alegré; iba a participar en la representación, me daban un papel en la obra, el de observador y escriba, empezaba a dudar que mi presencia aquí fuera decisión mía, Jesús me informó en su carta del comienzo de esta confabulación, él sabía que yo vendría y me había preparado un lugar de privilegio desde donde verlo todo... - ¿Se hará un "milagro"? - le pregunté.

- ¡Oh sí!, y el más peliagudo, te lo digo yo - contestó dando otro sorbo, ahora estaba más moderado, hasta parecía buena persona - Has visto los cestos, los carros. Vamos a ver...

Tomé asiento ante su invitación y se dispuso a contarme la situación. Antes me llenó otra copa de vino, la anterior me la bebí de un trago cuando me dio la noticia.

- Jesús se fue hace diez días con Andrés, Felipe y Simón Zelote, se prepara una gran reunión, lleva predicando y anunciándolo por los pueblos de la zona; la voz se ha corrido y espera reunir de cuatro a cinco mil personas; hace cinco días salieron para allá Bartolomé y Mateo, Bartolomé es de Caná y conoce a la gente de allí y Mateo sabe de números; Tomás, Santiago Alfeo, Tadeo y el Iscariote trabajaran en los pueblos próximos al mar de galilea, no sé cómo se lo habrán distribuido al final, pero los puntos de contacto deben ser respetados en Tiberias, Vagdala y Genesaret; Jesús estará un poco más al norte y dentro de cinco días debemos estar nosotros allí.

- ¿De qué se trata? - pregunté.

- De llenar todos los canastos - me contestó.

Intuí un tono de cansancio en su voz y entendí un "ya te enterarás". No apuré mi copa de vino y me dispuse a salir dándole las gracias.

- No me las des a mí, dáselas a Jesús, así lo dispuso - me dijo. Me di la vuelta para salir y me llamó - ¡Tolomeo! - me volví -, lo dispuso hace tres meses - remató, yo llevaba allí doce días.

A la mañana siguiente me despertó el ruido de carros y animales; aún no había salido el sol, me arreglé y salí de mi tienda. A unos cincuenta metros estaba Santiago gesticulando con los brazos; intentaba ordenar una fila de carros con sus mulas, cada carro dos mulas; eran cinco los carros que conformaban aquella fila, ataba las mulas de uno al carro que tenía delante; terminarían siendo ocho las filas que formaran, o sea cuarenta carros y ochenta mulas; el objetivo de atarlos de cinco en cinco es que sólo eran dieciséis personas las que viajarían, a dos personas por filas de cinco carros; observé que cada carro llevaba una veintena de canastos vacíos. Santiago me gritó -¡salimos en un rato!

A la hora de partir busqué con la vista a Pedro que le daba las últimas instrucciones a los componentes de la excursión, al final contabilicé veinte personas contándome a mí. Sobrarían cuatro para turnarse o ayudar donde fuera menester. Escuché como les indicaba que sólo debían seguir al carro de delante, que no se despistaran y bajaran el ritmo, éste debía ser lento pero sin pausa. Los despidió y los mandó cada uno a su lugar. Me miró y me pilló observándole con mirada interrogante - Tú vendrás conmigo Tolomeo -. Eso esperaba oír.

No terminaba de comprender aquella trama; esperaba que Pedro me la aclarara durante el trayecto; por descontado que me la aclaró, esa y más.

Nos acomodamos uno frente al otro en la parte de atrás del primer carro de todos, éste no llevaba canastos al igual que el carro número treinta y seis, donde viajaban los hermanos Santiago y Juan controlando la retaguardia. Aquello empezó a andar. Atrás quedaba el campamento y media docena de hombres para guardarlo.

- ¿Intrigado?,... ¿Verdad? - me preguntó sonriendo.

- No lo niego - contesté - ¿nos dirigimos a Caná?, eso está en las montañas; ayer me dijiste que los puntos de reunión eran los pueblos costeros.

- Ja, ja - reía exultante -, sí, hacia allí vamos pero no llegaremos a entrar en las montañas, no nos desviaremos mucho, Mateo y Bartolomé nos saldrán al paso con los hombres. Cogeremos la ruta del Jordán.

- ¿Hombres?, - pregunté - y a cada palabra que digas te interrogaré si no decides contarme la historia sin tapujos - incluí.

- Está bien, está bien, no te enfades; sabes que tienes la confianza de Jesús y que no se te ocultará nada - me dijo sonriendo.

Ahora parecía una persona completamente distinta con esa rica túnica que llenaba por completo, un gran collar de oro que metía por dentro; aseado hasta en sus barbas, juraría que se las había peinado; las manos llenas de pequeños anillos. Ahora parecía un hombre de negocios respetable y no un borracho pedófilo.

El trabajo es el siguiente: tenemos que estar dentro de cuatro días al caer la tarde en los llanos al norte de Cafarnaúm, al otro lado del Mar de Tiberiades. Se trata de dar de comer a unas cinco mil personas sin que lo sepan - aquí aguanté la respiración mientras Pedro seguía - y sin que se entere nadie, sólo los necesarios. Como supondrás necesitamos de ayuda para llenar los canastos, transportarlos y repartirlos.

- ¿Para llenarlos de qué?- interrumpí.

- De peces y panes, - contestó -, el asunto es complicado, la representación más grande que hemos acometido; donde intervienen más personas, más gente a la que controlar y sobornar, nadie debe hablar y cada uno con un precio diferente; hemos trabajado mucho para conseguir el dinero necesario; al principio no entraba como ahora, con lo que conseguíamos de la venta del aceite podíamos sobornar apenas a cuatro mendigos que hacíamos pasar por ciegos o tullidos; cuando las monedas que entraban eran de oro el "milagro" adquiría calidad. Créeme cuando te lo digo; empezó él solo con un sencillo truco, según me contó; parece que su madre lo llevó a una boda en Caná, se quedaron sin vino. Jesús bajo tus enseñanzas de química parece que consiguió convertir de alguna manera el vino en polvo rojo; en la boda vertió un pequeño saco que llevaba en una gran cántara llena de agua y cuando se disolvió toda el agua era vino. Había empezado a jugar con la gente crédula e ignorante.

Cerca de mi pueblo por unas monedas convenció a un harapiento para que le siguiera el juego.

Y luego me encontró a mí, desesperado pues no conseguíamos pescar nada, la mala suerte nos comía, mis hijos estaban hambrientos; me indicó que me adentrara en el lago, me dio un saco de una masa amarilla y arenosa que olía a demonios y me dijo que la fuera echando al agua conforme echara la red; resultó ser un cebo maravilloso; llenamos la red dos veces. Habló conmigo y me hizo ver que la hambruna acechaba a mi familia, necesitaba hombres para un proyecto largo en el tiempo pero que nos reportaría grandes beneficios.

Ese día nos apuntamos cuatro; mi hermano Andrés, en mi misma situación y los hijos de mi vecino Zebedeo, que tampoco le corrían buenas, los dos que van atrás, Santiago y Juan. Aprovechaba cualquier ocasión donde hubiera gente para soltar su charanga, al irnos con él muchos vecinos nos despidieron, él les dijo en voz alta: "desde ahora pescarán hombres". A nosotros nos contó su plan esa misma noche.

¿Por qué confiamos en él?, no sé... pero su mirada indicaba que podía realizar cualquier cosa que deseara, el brillo de su inteligencia,... estaba por encima nuestro; se convirtió en nuestro patrón.

Lo tenía todo planeado hasta el último detalle; lo primero el aceite, empezamos con apenas media docena de vasijas que negoció con unos pastores, daba friegas a endemoniados y los calmaba. Las gentes veía en esto un milagro, eso hacía que se vendieran bien. Y empezamos a tener dinero; y a comprar a la gente, primero a alguien conocido como mi suegra, te lo puedes creer, engañamos a la pobre como a un niño, en realidad lo era, no se acordaba de nada; 'si quieres esta moneda ponte mala', 'toma ésta y te pones buena' y se ponía riéndose, 'ahora te pones mala y este señor te curará', le decía a la pobre - esto lo dijo con cierta amargura dirigiendo su mirada al suelo de la carreta.-

Luego llegaron los falsos leprosos y paralíticos pagados a buen precio, aunque si te he de ser sincero también callaban por las amenazas de romperles las piernas de verdad; y es que... - calló por un instante y mirándome a los ojos dijo - ... ya éramos una banda.

Alguna vez casi se nos va de las manos, recuerdo que en la piscina de Siloé el hombre hizo su papel a la perfección, pero cuando se retiraba con la camilla los allí presentes le increparon por ser sábado, se puso nervioso y empezó a acusar a Jesús; tuvimos que intervenir metiéndonos en medio antes de que hablara demasiado, Jesús apartó al hombre de la discusión en la que se enzarzaron los muchachos con la gente; lo miró a la cara cogiéndolo por el pecho y le dijo: 'No peques más para que no te ocurra algo peor'; yo estaba a su lado con caras de pocos amigos y el hombre se fue asustado.

Pedro no paraba de hablar, lo que yo agradecía. No le interrumpí para nada, todo me estaba quedando muy claro.

- Con cada pequeña representación el dinero ingresado aumentaba, hace ya más de un año que mandó a Andrés a intentar el negocio de la venta directa, su fama era ya lo bastante grande como para tantear esa posibilidad; desde el principio Jesús sabía que era allí donde estaba el dinero. Lo instruyó en la forma de acercarse a los Saduceos; lo vestiría con ricas ropas y le instruiría en buenos modales. Andrés siempre iría acompañado por alguno de nosotros, a él le debemos todo esto; en cuanto cayó el primer Saduceo, los demás caerían en cascada, la fama de Jesús precedía a Andrés y el Saduceo a su oro. Entre ellos y en sus corros lo publicitaban en secreto, llegando a interesarse hasta nobles romanos. Si el premio es una vida eterna todo el mundo quiere participar.

Y hasta ahora..., aquí hay mucho en juego, se nos va a ir mucho oro en estos días que vienen pero los resultados pueden ser de los mejores. Nos medimos a cinco mil personas, el conocimiento de este acontecimiento traspasará las fronteras. Jesús asegura que multiplicaremos por cien el dinero; éste crece al parejo de la fama. Y créeme cuando te digo que entre lo que ya se han llevado y lo que llevamos nosotros alcanza los mil siclos de oro en monedas de todo tipo. Y otros quinientos en joyas y alhajas; también nos pagan con esto.

Paramos, hicimos un descanso bajo una gran arboleda, comimos y otra vez a las carretas, era una larga y lenta caravana, tuvimos que aguantar los insultos de la gente que nos cruzábamos por el camino y el calor era insoportable, Pedro no tenía ganas de hablar.

Pero tuvo que hacerlo, una columna de legionarios romanos se acercaba a nosotros, dos centurias con su centurión mayor al frente y ciento sesenta hombres; desde allí pude observar los estandartes que portaban, pude distinguir el águila dorada en primer lugar seguido del Signum; distinguía la mano dorada y las guirnaldas que colgaban adornándola. Por delante el centurión mayor y sus oficiales a caballo, por detrás una hilera interminable de dos hombres pertrechados para la guerra. Una nube de polvo les perseguía. A cada segundo los distinguía mejor.

Por allí no cabrían los dos, había que echarse a un lado; había que echar a un lado del camino a cuarenta carros y ochenta mulas... y pronto.

Todo el que no tuviera unas bridas en la mano debía bajarse de los carros y empezar a empujar a las mulas fuera del camino, el terreno era bastante irregular y algunos carros volcaron, otras mulas no se movían y los legionarios no aminoraban el paso; uno de ellos llegó a caballo y gritó en latín, ¡quitad esos sucios carros del camino! Unos entendieron y otros no pero todos supieron lo que quería decir.

Al final se logró cuando la cabecera de la columna llegó a la altura de nuestro carro, destacaba el sonido de las pisadas acompasadas de los legionarios a su paso y el polvo cegador que levantaban, Pedro asentía con la cabeza una y otra vez reverenciando y pidiendo disculpas, nadie nos miró; escudos, cascos, lanzas y sandalias era todo lo que se veía entre el polvo. Cuando todos hubieron pasado Pedro dejó escapar un suspiro que cortó de inmediato cuando vio aproximarse dos caballos procedentes de la columna.

Los dos oficiales romanos no se quedaron muy conformes al ver tanto carro, tanta mula y tanto canasto. Pertrechados en lo alto de sus dos corceles nos preguntaron en latín quiénes éramos y el porqué de nuestra caravana; Pedro estaba mudo pues no los entendía.

- Somos comerciantes y nos dirigimos a Caná - les dije.

- ¿Comerciantes de qué? - preguntaron.

- De mulas, carros y canastos - contesté.

Se miraron con cara seria preguntándose si me burlaba de ellos, finalmente asimilaron que otra explicación no podría tener semejante caravana y se retiraron a todo galope. Después nos enteraríamos que regresaban a Jerusalén procedentes de los alrededores de Sidón donde habían acudido a aplacar unas revueltas de las tribus del norte. No puedo dejar de pensar que algunos de aquellos legionarios participarían en los latigazos y uno de ellos posiblemente fue el que asestó el golpe final que acabó con la vida de Jesús.

Pedro me abrazó de forma efusiva dándome las gracias; no tenía palabras para ello,- casi se echa todo a perder - decía - si no llega a ser por ti fracasamos.

Acababa de participar de forma activa en la obra.

El día levantó igual de caluroso que el anterior, habíamos parado al anochecer y todos caímos rendidos; como yo, Pedro se levantó descansado y con ganas de charla. Desayunando no paraba de bromear,... - Pues qué vamos a vender romano, lo que ves, ja, ja, que astuto, amigo mío, que astuto - decía, - ya eres de los nuestros... - dijo y se calló; sabía que yo no compartía la forma en la que Jesús había montado todo aquello y creyó haberse equivocado; lo hizo pero salí en su ayuda contestándole - yo soy de Jesús antes que tú. Se relajó, me interesaba pues así me contaría más cosas, es mejor una lengua agradecida que una rencorosa. Además - le dije - sólo pensé lo que pensaría el romano: semejante caravana de comerciantes sólo es viable si la mercancía es la propia caravana.

Nos esperaba otro día de lento andar, polvo y el sol cayendo a pleno sobre nuestras cabezas.

- ¿Sabes qué? - me preguntó sin dejarme contestar - me caes bien, sé que yo a ti no te gusto, pero tú a mí me caes bien; imagino que tus enseñanzas influyeron para hacer de Jesús quién es, y creo que por ello Jesús te aprecia tanto.

Aquello me sacudió, a lo mejor ya había participado activamente en esta farándula antes del día de ayer; no me culparía, sólo fui un peldaño más en la escalera de Jesús al cielo.

- Pues bien,- le entendí entre los zarandeos de la carreta,- ¿sabes cómo está montado esto? Cada uno de nosotros tiene una misión ineludible, es un eslabón de la cadena; nadie puede fallar pues de lo contrario la cadena se rompe. Bartolomé y Matías se habrán encargado de contratar a personas suficientes, hasta un número de diez para que nos ayude; gentes de las montañas, aldeanos aislados y pobres, serán pagados con oro, serán muy bien pagados y lo serán a plazos para garantizar que cierran la boca durante mucho tiempo; lo mismo con todo aquel que participe en este trabajo, le solucionaremos la vida durante mucho tiempo, hasta que se olviden, aun cuando Jesús falte; entonces nos encargaremos nosotros.

Jesús mandará dividir la multitud en grupos de cuarenta o cincuenta personas, así nos será más fácil. Se formaran alrededor de cien grupos y estimamos que con cuatro canastos de peces y cuatro de pan por grupo será suficiente, son canastos grandes; cada carro portará veinte o veinticinco canastos y al llegar nos distribuiremos entre la multitud, allí habrá más carros de las gentes y animales; será relativamente fácil llegar por separado y perdernos entre ellos, pasaremos por unos carros más.

Andrés será el encargado de transmitir la señal a Jesús cuando todo esté preparado, uno de nosotros lo buscará por las inmediaciones del Maestro y se lo comunicará. Le dirá: 'Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces', así lo escucharan todos los que están a su alrededor y así lo creerán, los echará en un canasto que ya estará lleno y que nosotros le proporcionaremos, de eso me encargo yo.

Seguía hablando y yo escuchando, estaba interesado ¿de dónde sacarían tanto pan y tantos peces?, me lo imaginaba pues todavía no habían hecho acto de aparición ni Judas Tadeo, ni el Iscariote; ni Tomas, ni Santiago el Menor, -estos están pescando y amasando- pensé y así me lo confirmó.

- ¿Y la comida? te preguntarás - continuó Pedro - pues ahí están los demás. El Iscariote y Tadeo estarán pescando y Tomas y Santiago haciendo pan. Llevan siete u ocho días recorriendo los pueblos y aldeas entre Tiberias, Vagdala y Genesaret. El Iscariote y Tadeo apalabraran la pesca como Jesús hizo conmigo; llevan sacos del cebo apestoso que tan buen resultado me dio a mí, no dudo que si actúa igual llenaremos los canastos; llevaban ordenes de contactar con diez familias de pescadores. Pescaran durante dos días seguidos y habrán de llenar cuarenta canastos cada una. Los peces se conservaran en salazón, no pasaran dos días hasta su consumo, de hecho supongo que los más afortunados los comerán recién pescados unas horas antes. Se les pagará con mucho oro y joyas, a plazos, claro que con una primera entrega jugosa. Se les pagará por sus peces y su silencio.

Gentes para hacer pan hay menos y es más laborioso pero aguanta más, por ello Tomas y Santiago me imagino que llevaran cinco días azuzando las panaderías que hayan podido contratar, yo personalmente les he indicado cinco, deberán buscar otras cinco y que cada una de ellas llene cuarenta canastos. Se las pagará igual que a las familias de pescadores, a plazos y con oro y joyas por sus panes y su silencio.

Calló. Una sutil sonrisa se le dibujó en la cara.