El Cabo Suelto de Dios

24

Zarandeó su vaso de té, Shalmed paró y bebió, nosotros callábamos mirando al fuego.

Prosiguió.

Fue el día de los encuentros, el clan se uniría y acudiría a teatro. Nos levantamos temprano, aún no había salido el sol. Una vez acomodados de nuevo en el carro, Pedro me dijo:

- Estamos en nuestra tierra, tú eres de Nazaret ¿verdad?

- Así es y allí vivo - contesté, en ese momento me di cuenta de una cosa; Jesús me llevaba a casa para que viera como se coronaba Mesías en la misma tierra donde lo educara, no tenía ninguna duda, aquello me lo dedicaba a mí. En el mismo sitio donde años atrás discutíamos sobre la dualidad razón-fe; en la misma tierra que, cuando todavía siendo un niño, me decía que las uniría. Uniría la fe con la razón en su persona.

Me estremecí.

A una hora de camino divisamos un grupo de hombres que reflejaban la leve luz del amanecer. Eran Bartolomé y Matías con diez hombres. Saludaron a Pedro con grandes alardes y abrazos, Santiago y Juan llegaron corriendo desde su carro, se abrazaron entre ellos, Bartolomé era un hombre alto y corpulento de grandes barbas; Mateo seco y enjuto, de nariz prominente. Determinaron que Mateo vendría con nosotros y Bartolomé iría con Santiago y Juan. Los hombres jóvenes que lo acompañaban se distribuirían entre los carros, sus ropas delataban su extrema pobreza.

Me alegré otra vez de mi suerte, aunque dudé de que fuera suerte; podría Pedro haber elegido a Mateo adrede; éste era recaudador de impuestos para Roma, sin duda alguien mucho más interesante que Bartolomé. Aún más, ¿seguía Pedro las instrucciones de Jesús?

Creo que me hizo viajar con él para contarme lo que me contó bajo orden expresa de Jesús y ahora me ponía en bandeja a Mateo otra vez bajo orden expresa; todo aquí estaba preparado bajo orden expresa de Jesús, todo calculado al detalle.

Mateo era delgado, extremadamente delgado y seco, de compacta barba negra recortada y cuidada, ojos pequeños y hundidos y una gran nariz aguileña; también vestía con ricas ropas pero sin ningún anillo ni cordón de oro al cuello.

A Mateo le costaba sonreírme, sabía que yo era Tolomeo, el maestro del maestro. Supuse que su sonrisa era por orden de Jesús y su conversación también.

- He de decirte, Tolomeo, que yo estoy con Jesús por ideología que no por dinero como algunos, - decía ignorando a Pedro - yo estaba acomodado, vivía bien, recaudaba para Roma, trabajaba bien; alguien debía hacer ese trabajo y lo hacía yo. ¿Qué prefería la gente?, ¿a un recaudador romano que les cobrara a golpes o a mí?, que los ayudaba a pagar alargando los plazos, retrasando los pagos aún a costa de mi propia seguridad? Sin duda 'ninguno', pero Roma es el invasor y éste se hace pagar. Yo les ayudaba y ellos sorprendían mi buena fe; me insultaban y apedreaban. Jesús me vio en una de las peleas que tuve con algunos judíos e intervino separándome, valoró mi trabajo y me propuso unirme a él; yo accedí. Quiero darles una lección a esos engreídos, ellos son los pecadores y no yo.- dijo altivamente.

- Debo agradecer tu confianza Mateo - le dije sinceramente, tenía que contarme su historia de forma obligada, prosiguió.

- No me las des a mí - ya había escuchado eso antes - dáselas a Jesús.

- Mi labor en el grupo es la de ayudar con los números a Pedro, facilitar las reuniones de Andrés, tratar con los pastores el precio por el aceite,... cuando se hablan de cuentas allí estoy yo. Presupuesto con Pedro los salarios para los trabajos de los demás; por ejemplo, en este trabajo Bartolomé iba con mucho dinero y no es hombre adecuado para tratar con él.... Ese tipo de cosas, al servicio de todos los demás y a las órdenes directas de Jesús. Tomás es mi ayudante.

- Vaya, otro pez gordo,- pensé.

Pasaron dos horas y nos encontramos con Judas Iscariote esperando al lado del camino, en cuanto nos vio aparecer a lo lejos, empezó a realizar aspavientos de alegría y a gritar bailando, se sobrevino corriendo hacia nosotros. Era el tipo más alegre y desenfadado de cuantos estaban allí, aún no me explico por qué Jesús lo eligió para que lo entregara. Abrazó a Pedro llamándole 'cabezón'; a Mateo le llamó 'saquito', en referencia a su constante ir y venir con bolsitas de cuero con monedas, éste lo ignoraba con una sonrisa asqueada, a Judas le daba igual. Cuando aparecieron los demás bailó con ellos agarrados por los hombros, era un hombre jovial, siempre sonriente, con una barba de prestado, rostro simétrico joven y atractivo. Me lo presentó Pedro y se llevó las manos a la cabeza de alegría, luego me abrazó varias veces. Se montó en nuestro carro y trazó el plan, Pedro y Mateo le escuchaban atentamente.

- A ver - dijo - todo un éxito, ese mejunje apestoso atrae a los peces como Santiago a las moscas - bromeó - los carros deben tomar ese camino que nos llevará hasta Tadeo a las afueras de Tiberias junto al mar, en un rato estamos allí, los veinte carros pasaran sin problemas. Los pescadores de Genesaret faenaran hasta que nosotros lleguemos; éstos de Tiberias nos esperan ya. Tadeo está con los pescadores de Vagdala. Tenemos que darnos prisa; vamos,... vamos que no tenemos todo el día - dijo pegando palmas.

Allí se dividió la caravana, Santiago, con Juan y Bartolomé, se dirigirían al punto de encuentro con Tomas y Santiago El Menor a por el pan; el grupo de Pedro iría por el pescado, cinco de los hombres contratados por Mateo irían con Pedro y cinco con Santiago. Nos veríamos de nuevo a las afueras de Cafarnaúm al caer la tarde.

Contactamos con la primera familia de pescadores tal como dijo Judas, los cinco hombres contratados y cuatro de los conductores de la caravana se bajaron y empezaron a cagar pescado. Mateo se fue con Judas para hablar con la familia a solas; Mateo llevaba una gran bolsa de cuero en la mano, al poco tiempo estuvo de vuelta con las manos vacías. En breve se habían cargado dos canastos en cada carro con objeto de repartir la carga y no fatigar a unos animales más que a otros.

Aquello se repitió cuatro veces antes de contactar con Judas Tadeo; la persona más insulsa del mundo, apocado y callado, todo lo contrario que el Iscariote que se mofaba de él llamándole cariñosamente 'mudito'. Llevaban doscientos canastos de pescado y con él cargarían hasta los cuatrocientos.

Retomamos el camino hacia Genesaret, en él se repetiría la operación cinco veces más; un representante de los pescadores, o la familia entera a veces, nos esperaban en los puntos marcados por Tadeo y el Iscariote; en dos veces tuvieron que acercar la carga hasta el camino por imposibilidad de entrada de las carretas al almacén de la familia. En todas se bajó Mateo con un gran saco de cuero y volvía con las manos vacías. Todos se despedían con unas caras que irradiaban felicidad y daban muestra de tremenda alegría contenida. Todos asentían con la cabeza en complicidad con Mateo.

Pedro me explicó que el otro grupo estaría haciendo más o menos lo mismo que ellos sólo que con pan. Tomás ocuparía el puesto de Mateo con los panaderos, Santiago El Mayor le serviría de pie de columna en la finalización del trato con los tahoneros debido a la menudencia física de Tomás, otro delgaducho listo. Mateo se bastaba solo.

Caía el sol por el horizonte cuando las dos caravanas se encontraron; en aquel cruce no transitaba casi nadie, todos estaban en la gran reunión de Jesús que ya había comenzado hacía algún tiempo. Nos quedaba poco trecho de camino, el que bordeaba la colina y accedía al valle que tenía detrás.

Llegamos al caer la noche, las últimas luces del día delimitaban la silueta de grandes corros de personas, decenas. Aquello era un hervidero, todos se iban posicionando por grupos en aquel momento; algunos empezaban a encender un fuego y los demás se apilaban a su alrededor.

Pedro mandó emparejar carretas de pescado con carretas de pan. Soltarían unas mulas para hacerlas acompañar y en cierto modo camuflarlas. Primero empezaron a salir carretas de pan, éste no huele tanto como el pescado. Las distribuirían entre aquel enjambre de personas sentadas y niños jugando.

Los niños eran un problema, son muy curiosos pero eran la clave. Debía ser un niño el que ofreciera los primeros peces y los primeros panes a Jesús. La inocencia del niño en este asunto era fundamental. Salieron a intervalos, sin pausa, todo el mundo hablaba y el vocerío tapaba el ruido de las carretas pasando entre los grupos; muchos miraban al fuego, aliado de Jesús, pues quien se sienta al fuego tiende a mirarlo atraído por las llamas y por la magia que infunde; no mirarían como pasaban dos carretas por detrás suyo. Luego supe que hasta esto estaba pensado por el Nazareno.

La noche cayó y la trampa estaba lista. Esperaban... cinco mil ratones.

Yo entré de los últimos con Pedro revisando el campamento hasta donde podíamos ver con la débil luna y el reflejo de las grandes hogueras; de vez en cuando se vislumbraba la sombra de dos carretas juntas y un par de hombres alrededor, a veces uno solo.

Nos acompañaba Mateo, llevaban un canasto pequeño cada uno; Pedro portaba el que sería para Jesús, Mateo el que sería para el niño. Sorteando los grandes corros fuimos acercándonos hacia donde se encontraba Jesús hasta llegar al más próximo a él. Desde allí se le veía sentado, a su lado estaba Andrés y Felipe nos daba la espalda de pie delante de Jesús.

Primero caminaba Pedro, detrás Mateo y luego yo. Al llegar a este grupo, el más grande, Mateo se paró y yo con él, Pedro siguió andando. Se agachó y deposito el canasto detrás de un niño que estaba a mis pies. Le dio un suave golpe llamando su atención, cuando el niño se volvió sólo vio el canasto, lo miró y dijo con voz chillona 'aquí hay un canasto con panes y también tiene peces'; todos miraron al niño y no le hicieron mucho caso, me quede parado mirando a Mateo que me dio la espalda y se fue, luego miré a Pedro que me observaba desde la penumbra a la derecha del grupo de Jesús... me señalaba con la mirada y un leve giro de cabeza a Felipe.

Yo era el elegido para poner el cebo en la trampa.

No podían ser ni Pedro ni Mateo, alguien podía reconocerlos de haberlos visto antes con Felipe o Jesús, no podía ser ninguno de sus hombres; debía ser alguien desconocido, yo caí también en la trampa; aun habiéndome puesto todas las pruebas por delante, caí en la trampa que su inteligencia había trazado para toda la humanidad.

Pero podía no hacerlo.

Me retumbaba en la cabeza las palabras 'uno de nosotros' que me dijo hacía unos días Pedro, uno de nosotros buscaría a Felipe y le daría la clave. Y ese era yo.

Todo se vendría abajo, podía empezar a contar allí mismo la verdad, podía empezar a destapar carretas y canastos ¿por qué no lo hice?; por Jesús y su Mensaje. Era el correcto. Aquellas gentes lo idolatraban, serían mejores gentes escuchando a Jesús. Predicaba el amor.

Me dirigí hacia Felipe que continuaba de pie frente a Jesús y dándome la espalda.

Se lo dije acercándome a él por detrás, quería susurrarle pero entendí que debía ser oído por todos los presentes; así que me hice a la izquierda un paso, llamé su atención tocando su hombro izquierdo y moderadamente pero suficientemente alto como para que Jesús, que se encontraba sentado delante de Felipe mirando al suelo, y los demás, lo oyeran.

Le dije 'Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces'.

Alzó la cabeza y me miró, yo lo miré a él.

Me miró dentro y yo lo pretendí, intentábamos leernos el pensamiento, yo sólo hallé frialdad en sus ojos a juego con su rictus serio, él me abrió de par en par como abrirían algunos de esos peces.

Sonrió con media boca, cerró los ojos y asintiendo levemente con la cabeza me agradeció lo que acababa de hacer por él.

Y es que me acababa de rendir, tras años de discusión me ganó, él tenía razón y yo no, había unido fe y razón en su persona ¿Habría hecho todo aquello sólo para ganarme?,... lo dudo, no soy tan egocéntrico, aún no lo tenía claro ¿Por qué lo hacía?, ¿Por qué caminaba hacia su muerte voluntariamente? y lo más desconcertante era ¿Por qué lo hacía de aquella manera?

La única vez que pude hablar con él, a mi llegada al campamento, intuí una negación de la religión, basada en su inteligencia y hastío ante las constantes insinuaciones de su madre. Pero no logro convencerme de que ésta sea la única causa, no es suficiente para dar su vida, dar una lección a los religiosos usando su arma; en su intelecto debe estar la seguridad de que no le servirá para nada, es echar madera a un fuego. No conseguirá arrancar la idea de Dios de la cabeza de las gentes. Aunque en mi caso sí que la descarté hace tiempo, sé que el instinto humano de supervivencia prevalece sobre la razón y el miedo a la muerte hace que las gentes crean. En eso coincido con él.

Y si sabe esto, que eso no lo conseguirá; ¿Qué le mueve realmente?

Felipe se acercó al grupo donde estaba el niño, algunos mayores ya tenían el canasto y hablaban de donde lo había encontrado, de lo fresco que estaba el pescado y que era lo único que había para comer. Les dijo: 'dadme el canasto de los panes y los peces, Jesús lo reclama', se lo dieron de muy buena gana al reconocerlo como a uno de los discípulos de Jesús. Éste se lo entrego a Jesús. Los cogió y dio gracias, partió los panes y junto con los peces los fue echando en el canasto lleno que llevaba Pedro y que con el revuelo de la noticia había colocado sigilosamente detrás de Jesús. Todos pensaban que el canasto estaba vacío.

Empezó a repartir entre los allí presentes, incluso a mí me dio un trozo de pan cerrando la rendición; aquello iba más lejos de nuestro mero enfrentamiento.

Dijo 'recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda', en un momento había allí doce canastos llenos, era el primer envío desde los carros; fue más fácil de lo esperado, el rumor se extendió antes que los canastos, un rumor como 'Jesús ha conseguido comida' o 'dicen que es un milagro, que de los peces y los panes de un niño ha sacado muchos canastos llenos, los está multiplicando' y en esto que aparecían cuatro hombres cargando dos canastos, uno lleno de pan y otro lleno de peces; todos vitoreaban.

Vítores que llegaban al siguiente grupo que lo único que esperaban era ver aparecer cuatro hombres con dos canastos; cuánto más cerca se escuchaba el clamor de la gente más cerca estaban los canastos. El clamor se extendió como una mancha de aceite, lento pero constante, los hombres estaban haciendo bien su trabajo; Santiago ordenaba en susurros mandando los hombres de un lado para otro, estaba acostumbrado y le resultaba más fácil que a otros coordinar su parcela, el que peor lo pasaría fue Tadeo al que nadie hacía ni caso. Santiago se dio cuenta y se puso a dirigir a sus hombres, no en vano Jesús dispuso que sus parcelas fueran lindantes.

Al rato aquello era una fiesta, con el estómago lleno todo se ve de otro color; echaron más leña al fuego y comenzaron a cantar y bailar.

La trampa se cerró.

Jesús se fue con Andrés y Simón Zelote, su guardia personal; volverían al campamento esa misma noche. Para los demás salieron al desierto a meditar, la excusa perfecta pues en el desierto no hay nadie que vea que no están. No tuvimos ocasión de hablar. Tampoco hacía falta.

El resto recogerían los carros y los canastos esa misma noche, no era prudente que apareciera por la mañana aquella pradera llena de canastos y carros. Los irían regalando por el camino de vuelta, regalarían carros, mulas y canastos, se quedarían con diez carros y sus mulas y ningún canasto, - no quiero ver un canasto más en mi vida - decía Pedro y le pegaba una patada al primero que veía.

Cuando llegamos de regreso a la altura de Caná me separé del grupo. Yo me quedaba allí, no volvería con ellos, Tenía lo que buscaba e intuía que volveríamos a vernos muy pronto. Me despedí de ellos con abrazos, el Iscariote me dio el más grande. Regresé en una mula que me dieron, les agradecí su dinero pero no lo acepte, yo todavía tenía del mío. Debía encaminarme de vuelta a Nazaret para descansar; pero sobre todo para pensar.

Intuía lo que se avecinaba, Jesús había culminado la primera parte de su plan, la fama alcanzada con los panes y los peces le prepararía para el camino hacia Jerusalén. Esta primera fase era la más incierta, todo debía estar planificado al más mínimo detalle, no podía haber errores; deberían parecer trucos de magia, se basaba en convencer al pueblo llano, al inculto; aquí sólo bastaban los milagros y buenas palabras. Pero las gentes lo catapultarían hasta el Sanedrín; 'éstos son los que manejan el poder' - decía Jesús - 'a éstos les tengo reservado algo impensable'. Que les ofrecería su vida y a cambio no podrían parar a la plebe. Recordaba ese razonamiento suyo cuando paseábamos al atardecer por los alrededores de mi casa, lo recuerdo pues fue justo antes de partir hacia la Comunidad. 'El Poder del Mártir', ya en mi casa empecé a pensar que la idea de la revolución contra la invasión romana planeaba en su razonamiento. Yo empecé a creer que si él daba la vida muchos más lo harían.

Esa era la segunda fase: Ejecutarse a si mismo y morir.

Palabra de Tolomeo.

La noche del domingo había caído por completo, podría ser lunes, el silencio pellizcaba aún más el corazón; el fuego estaba a punto de apagarse y un escalofrío recorrió las espaldas de los dos amigos.

Shalmed se levantó sin decir palabra, despertó a Hassan que haría la primera guardia, éste acostumbraba a dormir poco, y se retiró.

Albert y David se quedaron solos, pudieron hablar de lo que acababan de oír pero no lo hicieron. Se acostaron pensado que aquello que acababan de escuchar lo podría haber montado cualquiera.

'Sí, cualquiera con un mínimo de inteligencia y agallas' - pensaba David - 'yo mismo' - se decía sonriéndose.

Albert pensaba en Charles Manson y David Copperfield.