El Cabo Suelto de Dios
26
Intuían que la cena sería algo especial por el lujo de aquellos ropajes. Acudieron a la hora acordada, las ocho de la tarde. Se sentían cómodos con aquellas túnicas, no estaban acostumbrados a tal vestimenta; lo más parecido a éstas que David se ponía era su albornoz que se dejaba puesto al salir del baño. La habitación de Shalmed era bastante grande y una gran mesa rectangular estaba en el centro, en ella cenarían; estaba vacía pues todavía no habían subido la comida. La luz matada con los grandes pañuelos rojos daba a la estancia un cierto aire de tranquilidad.
Los hombres del desierto vestían con túnicas similares a las que llevaban los dos. Del mismo corte, y aun siendo de distintos colores, todas eran parecidas y tenían algo en común: estaban ricamente bordadas en los puños y el pecho. Les daba a todos un aspecto familiar, quizás con este gesto Shalmed quisiera honrarlos acercándolos más a ellos.
Se sentaron alrededor de la mesa, alternándose los dos amigos entre los hermanos. Donde se encontraba sentado Shalmed era la cabecera de la mesa, uno de los lados estrechos. Éste tenía a su derecha a Hassan y a su izquierda a Salim; y conformando el lado de Hassan seguía Albert y Zeb, en el otro costado David y Theodor.
En la espera de las viandas Shalmed empezó a hablar.
- Queridos amigos, mañana partiremos hacia las Montañas de Chash, es sin duda una misión peligrosa y como ya les dije no vendrán con nosotros - noticia que no les sentaba bien a los amigos; ni mal - no podemos exponer sus vidas en esto. Ahora seguiremos nosotros, ustedes nos esperaran aquí, en el hotel. Si todo va bien pronto estaremos de vuelta y juntos regresaremos. Si algo ocurre y no estamos aquí en cuatro días ustedes volverán solos a casa.
Lo dijo con aire tranquilo pero autoritario, no dejaba lugar a la réplica.
- Volveremos, no lo duden; con el libro, se lo aseguro. Pero esta noche he querido que nos reuniéramos para compartir los hechos referidos por Tolomeo y que vivió en primera persona en su segunda visita a Jesús ya en la siguiente fase de su plan. Deben conocer la verdad, pues consideramos que forman parte de nuestro grupo.
Eso los alegró. Desde luego que todos lo parecían con aquellas túnicas cada una de un color distinto.
En esto que llamaron a la puerta, era la comida. Tres jóvenes entraron portando cada uno una gran bandeja que pusieron encima de la mesa, el dueño de la pensión llevaba tres grandes copas y dos enormes jarras de barro llenas de vino. Como vinieron se fueron.
Albert y David se miraron de reojo.
En las bandejas estaba la comida: en la primera, lechuga, puerros y rábanos, en el centro de ésta un gran cuenco lleno de una salsa espesa y rojiza. En la segunda, que colocaron en medio, había cordero asado y en la tercera sólo había grandes tortas de pan sin levadura.
Hasta entonces los amigos no habían caído en la cuenta que estaban en tiempo de Pascua, David quería quedarse a ver la Semana Santa granadina pero prefirió viajar a su tierra pues de lo contrario las cuatro semanas se reducirían bastantes, - 'esto es un banquete Pascual y hoy es el Martes Santo de los cristianos' - pensaba.
El número de comensales no era el correcto pero poco importaba, tampoco importaba el que más tarde se obviara el lavatorio de pies; el ritual de aquellas personas era un poco distinto.
Se sirvieron la primera copa tras bendecir Shalmed la mesa. Empezaron a comer pan y a mojar las hierbas en el baroset. Se iba pasando la copa de barro llena de vino de uno a otro.
Entonces Shalmed empezó a hablar relatando de memoria su texto sagrado.
Tolomeo escribe - dijo a la vez que los dos amigos tragaron bocado.
Todo ha de quedar escrito de primera mano, todo se ha de saber y todo se sabrá algún día. No en vano escribo estas líneas. Así comienza mi segunda visita a Jesús, la semana más dura de mi vida, donde me sequé de lágrimas; donde viviría la agonía y la muerte de mi querido Jesús.
Andábamos en mi casa con los preparativos de la Pascua cuando llamaron a la puerta; era Judas Iscariote, con un semblante serio que nunca habría imaginado en él. Me convocó a solas y me dijo que Jesús requería de mi presencia. Un latigazo me recorrió la espalda, no lo dudé un instante; había llegado la hora.
Hice que prepararan mis cosas y salimos el lunes por la mañana, mi mujer y yo vivíamos solos ya que no teníamos hijos, ella se iría con su hermana y yo con Jesús.
Durante el trayecto hacia Jerusalén Judas habló lo imprescindible, aquel hombre alegre y jovial también era consciente del final de Jesús, a estas alturas todos sus hombres lo eran. Llegamos el martes por la tarde.
Nos dirigimos directamente a la casa donde se encontrarían con Jesús en Getsemaní, todos allí estaban muy ajetreados, Magdalena ordenaba a las mujeres de la cocina que aligeraran con el pan, a otros que repasaran el salón, no debía faltar nada; Jesús llegaría en cualquier momento y todo debía estar tal como lo había ordenado.
Me recibió con una gran sonrisa, era una mujer bellísima, de grandes y cautivadores ojos verdes y una gran mata de pelo negro azabache que llevaba recogido en una cola; vestía de trabajo, con un delantal que no era suficiente para ocultar sus protuberantes curvas.
- Bien que habéis llegado, subid a vuestras habitaciones y bañaros, encontrareis la túnica para la cena, en una hora subid al salón - me dijo - un muchacho me enseñó mi habitación y así lo hice.
Subí a la hora acordada, todos estaban allí menos Judas y yo; él llegaría detrás de mí, casi a la par.
Busqué a Jesús con la vista, todavía no había subido; Todos me saludaron efusivamente, algunos como Simón Zelote hizo hincapié en su agradecimiento por mi intervención en la trama de los canastos, ya que antes no había podido hacerlo por marcharse con Jesús nada más terminar la obra. Todos me abrazaron. En especial Pedro que casi me ahoga; todos vestíamos unas túnicas de colores pero ninguno repetido, la mía era roja. Justo al terminar los saludos apareció Jesús por la puerta, su túnica era blanca como la nieve. Todos callaron, me miró y se dirigió a mí.
- Me alegro de que hayas podido venir - me dijo con una gran sonrisa, estaba relajado.
- Sabes que vendría - le conteste forzando la sonrisa, quería echarme a llorar.
Saludó a los demás y nos sentamos alrededor del triclinio romano que formaban las tres mesas como una herradura cuadrada.
A la derecha de Jesús se sentó Pedro a su izquierda Mateo; siguiendo a Pedro, su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, Felipe y Bartolomé; siguiendo a Mateo estaba Tomas, Simón Zelote, Judas Tadeo, Santiago Alfeo y el Iscariote, después estaba yo.
Nos lavó los pies a todos, el ritual de la Comunidad se hacía presente.
En un momento sirvieron la comida acercándola por el lado abierto del rectángulo que formaban las mesas; hierbas amargas, baroset, pan ácimo y cordero. Lo servirían todo junto pues ya nadie más entró en aquella habitación durante la noche.
Jesús llenó la primera copa de vino, una copa grande de la que bebimos todos y entonces empezó a hablar con voz serena.
- 'Es la hora de finalizar lo comenzado, de dar el siguiente paso, es la hora de mi muerte'
Todos exclamaron en protestas, -¡no! - Se decían unos a otros, todos hablaban en voz alta, hasta que Pedro se impuso - ¡callad! - voceó. - ¿no habría otra forma de terminar? Podemos recoger las ganancias y perdernos, nadie nos encontraría...
- Calla Pedro - le ordenó Jesús - sé que tus intenciones para mi persona son buenas; no podéis comprender el porqué de mis actos, nunca podréis. Hicimos un pacto, os proporcionaría riquezas y las tenéis, me habéis ayudado a conseguir mi propósito, todo está hecho.
Seguiréis por mí en lo pactado, seguiréis mis instrucciones pues en ello os va la vida, mantendréis el engaño y seguiréis pagando a los sobornados, de lo contrario os ajusticiaran; si seguís mis instrucciones seguiréis ganando dinero a costa de estos pobres infelices; que siempre tengáis presente que con vosotros dejan de serlo. Pagan por un servicio, nada más. Si actuáis con inteligencia todo os saldrá bien. De vez en cuando realizad por vuestra cuenta un pequeño milagro, curad a algún falso cojo, pero no os prodiguéis, así seguiréis gozando de mi fama y la acrecentareis. Sabéis como tramarlo, lo habéis hecho muchas veces. Os tendréis que dividir, debéis llevar la palabra de Dios a todos los rincones de la tierra, en cada nuevo pueblo encontrareis a gentes dispuesta a pagaros con dádivas.
Todos escuchaban en silencio. Jesús cogió pan, lo partió y se lo pasó a Pedro mientras decía 'el cuerpo está hecho de pan, algo de él se queda dentro nuestro, lo bueno'.
Jesús ignoró las otras tres copas de vino que había sobre la mesa y cogiendo la que había utilizado la llenó, bebió y miró el vino, dijo 'será la última vez que beba del fruto de la vid', 'es del color de mi sangre que será derramada para mi fin y para el vuestro' le dio un gran sorbo y pasándosela a sus discípulos dijo:
- Ahora, una cosa en verdad os digo: no contárselo a nadie, que vuestro estómago sea la tumba de nuestro secreto. En ello os va la vida y mi plan. Pero es mi deseo que toda esta trama no quede para el olvido, veis que con nosotros está mi buen amigo Tolomeo; sabéis que ha colaborado con nosotros, es de mi total confianza. Él guardará toda la documentación que ha generado este propósito, hago hincapié en ello; no debe quedar prueba alguna desperdigada por ahí, - dijo mirando a Mateo, que asintió pues ya lo sabía - ni recibos, ni contratos de compra, los libros contables se les darán a Tolomeo; las ollas y todo lo relacionado con el aceite serán destruidas y quemadas; cualquier objeto comprometedor permanecerá bajo su custodia. ¿Me habéis entendido? He dicho todo.
Al unísono asintieron, cabeceando afirmativamente.
Y... yo me enteraba del encargo allí mismo.
Entonces intentamos comer cordero, pero nadie pudo. Jesús llenó por tercera vez la gran copa, ahora bebió un poco más y la pasó a sus discípulos diciendo:
- Caifás está a punto, desea verme muerto lo más pronto posible, si sabe hacer su trabajo, cosa que no dudo, lo conseguirá; detrás de él le azuza Anás; a éstos sabré hablarles. Pero hay que pasar la prueba de Poncio Pilatos, es el lado más frágil del plan, no sé cómo reaccionará, es una incógnita para mí; lo único que sé es que no le tiembla el pulso cuando manda crucificar a alguien y eso juega a mi favor es...
- ¡Basta! - interrumpió Judas Iscariote, ¿cómo puedes hablar tan fríamente de tu propia muerte?, ¡no piensas en los demás!, ¡aquí todos te queremos! - dijo llorando.
El denso silencio era perforado por su llanto, todos contenían las lágrimas, yo no pude.
El Iscariote dijo entrecortadamente recuperando la respiración - todos haremos lo que tú digas, no entres en detalles innecesarios, lo haremos como siempre lo hemos hecho.
- Sólo espero de vosotros que si se da una ocasión de forzar la balanza lo hagáis a mi favor - dijo y cambiando de tema prosiguió - cerramos el asunto de Tolomeo, ¿ha quedado claro, no?- volvió a insistir y todos volvieron a asentir; yo...me sentí importante.
- Pedro tú te encargarás del dinero, lo repartirás de la forma más equitativa posible. Tú te quedarás con la parte necesaria para pagar a los que debemos. Os reuniréis después de mi muerte y haréis el reparto, para entonces deberéis tener todos los documentos y objetos relacionados que deba llevarse Tolomeo. Ese dinero os servirá para iniciar una nueva vida, quien quiera que siga con lo pactado. Si no es así devolverá el dinero y guardará silencio. Esto se hará cumplir por los demás.
Si os habéis dado cuenta hace unas semanas que no salgo de mi tienda, dejé que madurara la multiplicación y lo de Lázaro; además, tenía que resolver otro asunto - dijo sacando un rollo de pergamino manuscrito por él - Esto sí debe salir a la luz, se trata de la versión oficial de nuestra aventura, si algo se transcribe que salga de aquí; además eso nos interesa,... pero que sean versiones de esto - ordenó blandiendo en el aire el grueso rollo; aquí están descritos nuestros viajes de una manera que no comprometa en absoluto y que afianzará la fe de las gentes. Mateo, tú cuidaras del legado espiritual, completaras lo escrito por mí con lo que pase en estos días de la forma que te he enseñado, harás una copia y el original se lo das en mano a Tolomeo.
Éste asintió recogiendo de mano de Jesús el manuscrito, yo pensé que nunca le caería bien a Mateo.
Jesús tragó saliva, pidió que le acercaran una palangana con agua limpia que Magdalena había subido y metió la copa del vino en ella refrescándola, secándola la volvió a llenar, la cogió entre las manos y bebió su contenido, mirándola dijo - ahora sí que me parece el cáliz de mi sangre - se levantó y vino hacia mi lado de la mesa con la copa en la mano; se la ofreció a Judas Iscariote que se había levantado a recibirlo. Éste cogió el pesado cáliz y Jesús se arrodilló besándole los pies. Lo perdonaba por lo que le había mandado hacer para que así no tuviera ningún oscuro remordimiento. Judas lloraba.
Bebió un sorbo y le devolvió el cáliz, entonces salió por la puerta; Jesús me miro y me dijo con voz cruda y desgarrada 'ya no hay vuelta atrás'. - me ofreció la copa.
Palabra de Tolomeo.