El Cabo Suelto de Dios

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Imaginaban en sus mentes a Jesús ensangrentado, con la corona de espinas clavada en la cabeza como lo habían visto mil veces en las películas. Los amigos no querían hablar sólo escuchar, ni siquiera pensaron en que tendrían ocasión de hacerlo. Deseaban que siguieran relatando y ellos no hablarían hasta el final, tampoco distraerían su mente intentando relacionarlo con algo que ya sabían, se dejarían llevar por el relato hasta que acabara.

Shalmed ya no cambió la copa que fue llenando hasta el final de la noche. No se supo las veces que esto ocurrió.

Y empezó a hablar Salim, su voz era aterciopelada y dulce, los amigos lo agradecieron pues realzaba de belleza lo que no la tenía. Lo hacía real. No pararía hasta el final.

Así dice Tolomeo

'Dentro de un rato saldrá Jesús camino del lugar de la Calavera, debemos irnos' - le indiqué a las dos mujeres. Magdalena salió delante abriéndonos paso, yo cogí de la mano a María y la seguimos. Salimos de la plaza y nos dirigimos hacia el portón por donde Jesús saldría en unos minutos en dirección al Gólgota.

Los hombres que serían crucificados con él ya habían salido hacia allí. Ambos llevarían un gran madero sobre sus hombros, la diferencia con Jesús es que a ellos no les habían castigado tan duramente como a Jesús; no tuvieron mucha dificultad en llevar su cruz hasta el Calvario. No así Jesús.

Salió por el portón y ya iba arrastrando los pies; cuando lo vimos de nuevo el llanto desgarró nuestras gargantas. Gotas de sangre marcaban su camino; el madero que portaba era el más grande de los tres y pareciera que sangraba; donde Jesús lo tocaba una mancha roja quedaba estampada en él.

Nada más salir cayó al suelo, el legionario a su lado dándole un latigazo decía: 'Levanta que no tenemos todo el día'. Se acercaba la hora de las tres de la tarde.

Se logró levantar y le colocaron el enorme palo encima; con el peso al caer, Jesús perdió el equilibrio, Juan que venía con nosotros intentó ayudarle pero un legionario le impidió el paso. Siguió arrastrándose, las gotas de sangre pasaron a ser manchas alargada sobre los adoquines; recubriría todo el camino con un reguero de sangre, alargado e interminable. Tendría que llevar su carga hasta el Gólgota a las afueras de las murallas de la ciudad.

El legionario pudo parar a Juan pero no a María que acudió al socorro de su hijo. Se miraron y Jesús pudo esbozar 'aparta Madre mi Padre me llama', el esfuerzo le provocó que escupiera sangre, Jesús seguía con su actuación, la gente oía. María arrancó a llorar más desconsoladamente si aquello fuera posible.

Viendo los romanos que el peso del palo ahogaba a Jesús llamaron a uno que allí se encontraba.

- ¿Cuál es tu nombre? - le increparon con malas pulgas.

- Simón - contestó el desdichado.

- Ayúdale - le mando el soldado.

- ¿Por qué he de ser yo?

- Que le ayudes, judío, o morirás antes que él - le dijo apuntando con su lanza a la garganta del tal Simón.

Así lo hizo durante un trecho. Jesús no pudo agradecérselo, Jesús no podía hacer nada sólo dejarse llevar. Tenía el rostro cubierto de sangre. Sangre seca le impedían abrir los ojos. Una muchacha pidió permiso a un legionario y con su vestido le limpió la cara. Jesús le sonrió. La muchacha le besó en la mejilla. El legionario la apartó de un tirón. ¡Vamos! - dijo.

A duras penas Jesús siguió, Simón cumplió con su trayecto y volvieron a poner el madero sobre las espaldas de Jesús; que se resintió doblemente. A los tres pasos cayó de nuevo al suelo. Un grupo de mujeres que allí estaban gritaron, Jesús negó con la cabeza y ellas callaron. Se levantó y siguió andando, ahora conseguiría avanzar más. Llegaría a su destino derrumbándose de manera estrepitosa al suelo. El palo le cayó encima. Estaba en la cima del Gólgota.

Un conjunto de largos palos clavados en la tierra se alzaba a nuestra vista. En ellos eran ajusticiados los reos y expuestos para que todos los vieran, los compañeros de Jesús ya colgaban a izquierda y derecha. Jesús iría en medio, donde momentos antes un legionario clavó la tablilla de madera que Pilatos había escrito con la inscripción 'Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos' indicando el motivo de la condena, alguien la completó escribiendo lo mismo en hebreo y griego.

No hizo nada más, no movió ni un músculo, sólo los necesarios para balbucear sus palabras finales. Los legionarios, expertos en estas lides, cogieron a Jesús como a un saco, le desnudaron dejándole una tela liada a modo de taparrabo; tumbándolo de espaldas mirando al cielo, atravesaron por debajo de ésta el palo de olivo que Jesús cargó hasta allí. Cogieron ambos brazos y ajustaron las medidas, se centraron sobre uno de ellos. Le estiraron el brazo izquierdo alineado con el palo atravesado, ataron su antebrazo para sujetarlo mientras lo clavaban. Un legionario le agarró la mano y otro puso un gran clavo de hierro sobre la muñeca de Jesús; dio dos golpes más flojos para asegurar el clavo y brazo a la madera y de dos golpes secos lo hundió hasta el fondo aprisionando las carnes de Jesús contra el grueso palo. La misma operación con el brazo derecho, lo sujetaron atándolo fuertemente, ahora Jesús miraba al cielo, su espalda estaba arqueada sobre el suelo. Y más que se dobló cuando sintió el segundo martillazo. Abrió los ojos de par en par y los cerró.

Volvió en sí cuando lo alzaron sin las cuerdas de los antebrazos, todo el peso de su cuerpo cayó de golpe sobre sus muñecas, el cuerpo crujió más que las maderas que lo habrían de sostener. Todos llorábamos. Colocando sus pies sobre la sedecula, los clavaron a la madera por los talones. Aquello provocó más llanto si cabía.

Entonces el grupo encargado de la crucifixión se repartieron sus ropas mofándose de él; un legionario se colocó la túnica en los hombros y bromeaba 'miradme soy el Rey de los Judíos', cuando la sangre que empapaba la túnica de Jesús tocó su cuello pareciera que le quemara, se la quitó de golpe arrojándola hacia atrás, se volvió y la miró con cara de extrañeza y miedo. Arrastró el pie dando patadas que la cubrió de arena. La ignoró.

Un hombre la recogería.

Empezaba a oscurecerse, a Jesús le dieron una esponja empapada en vinagre cuando éste pidió de beber escupiendo sangre.

Los compañeros de cruz daban grandes voces a Jesús, le recriminaban por qué no se salvaba si era el Hijo de Dios. Jesús les respondió algo que no pude oír, el llanto de María me ahogaba.

El cielo se hacía cada vez más negro, y los romanos estaban inquietos por el aguacero que se aproximaba por el horizonte; determinaron de acabar pronto, uno de ellos cogió un gran mazo y se dirigió hacia los ladrones que acompañaban a Jesús. A golpes le romperían las piernas. No lo resistieron y en segundos murieron. Era el turno de Jesús y el viento arreciaba, comenzaba a llover débilmente.

- ¡Aligérate! - le gritaba uno a otro.

El del mazo lo soltó y cogió una lanza. Se la clavó a Jesús en el costado y la retorció.

- Listo - dijo - vámonos que empieza a llover.

Jesús abrió los ojos de par en par al sentir la cuchillada que le llegaría al pulmón, ahogándose dijo

- 'No sabéis lo que hacéis.' - Él era el vencedor.

Yo estaba abrazado a María de rodillas consolándola. Jesús dirigiéndose a ella dijo:

- `Madre he aquí a tu hijo'

- 'Padre he aquí a tu hijo'

- 'Padre cuida de mi Madre'

Y expiró.

No nos quedaban lágrimas.

En el cielo un relámpago sobre nuestras cabezas dio luz a la escena, llovía en abundancia; la tierra se convertía en barro rojo.

De pronto una mano se posó en mi hombro, era el hombre que había recogido la túnica, dijo: 'Vamos, comienza la tercera fase'.