El Cabo Suelto de Dios

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- ¡Israelitas!, vuestro oro nos conmueve el alma - decían irónicamente.

El alba se alzaría pronto, todo estaba en silencio y sólo se escuchaban las risas de los soldados. Estábamos alargando la situación todo lo que podíamos, cuando los soldados se iban a retirar, Pedro les dijo: ese es vuestro saco, tomad el de vuestros compañeros. Los ojos de los soldados se abrieron de par en par y una risa histérica se apoderó de ellos; dimos la vuelta y nos fuimos.

Mientras regresaban hacia el sepulcro los cuatro miraban el contenido de la segunda bolsa, el reflejo del oro a la luz de la antorcha iluminó de nuevo sus caras. No hicieron caso a una mujer vestida de negro que pasó corriendo por su lado; sí se lo hicieron a lo que iba gritando mientras se alejaba.

¡El sepulcro está abierto! ¡Jesús ha resucitado!, ¡es un milagro! Esto último lo había repetido mil veces anteriormente. Siempre la misma mujer de negro, la misma que nos seguía a todas partes, siempre con la cabeza agachada y cubierta, callada; una mujer como todas las demás que hubieran perdido al marido, o a un hijo... o que simplemente hubiera envejecido... María Salomé, la madre de Santiago y Juan.

Gritaba a todo pulmón. Esto lo oían los soldados y... gentes que temprano iban a trabajar, a ellos iba dirigida la trama. Ellos eran la clave, cuantos más acudieran a ver el sepulcro abierto, mejor. Sin ellos no había nada.

Así que nos pusimos al trabajo. En cuanto los soldados desaparecieron de nuestra vista nos quitamos los disfraces y esperamos a oír a Salomé; nada más llegar el rumor de sus gritos, salimos con los carros y nos separamos por las calles de Jerusalén; a todo el que nos encontrábamos le decíamos:

'Jesús ha resucitado' esa debía ser la primera impresión en sus mentes.

Luego 'el sepulcro está abierto y Jesús no está', la intriga en ellos.

'Acudid a verlo', lo que interesaba.

Y finalmente 'es un milagro', lo que las impulsaba.

Al cabo de un rato la tumba era un hervidero de gente, todos sorprendidos, muchos rezaban, lo que más se oía: 'es un milagro', 'ha resucitado de entre los muertos'.

Los que bajaban por la colina se decían 'ya te lo decía yo: son dos ángeles' 'dos ángeles han abierto la tumba y han dejado su huella' y luego lo comentaban abajo, los de abajo subían para verlo y los cuatro soldados no conseguían impedir que la turba entrara en el sepulcro; alguno se les colaba y salía gritando '¡no está! ¡Jesús no está!, ¡ha resucitado de entre los muertos!

Los legionarios se defendieron. Habían escondido el oro y cuando les pidieron explicaciones, dijeron que habían sido atacados por los discípulos de Jesús. Eran muchos y robaron el cuerpo.

Los romanos se limitaron a arrestarlos un par de días. Luego volverían por el oro y se perderían desertando.

Los Judíos se dividieron.