El Cabo Suelto de Dios
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Retomaron el desierto, nada más familiar para ellos que el lugar donde estaba el libro y Dralic, montañas del desierto, en eso llevaban dos mil años de ventaja y toda una vida de supervivencia entre montañas desérticas y desiertos montañosos. En menos de dos horas los cuatro hermanos tendrían preparada la expedición; alimentos, agua, mantas y caballos para el día de camino. Albert y David esperarían su regreso por un tiempo prudente que estimaron de cuatro días; si la familia del desierto no volviera en ese tiempo ellos regresarían a Tel-Aviv; Shalmed les dejó dinero suficiente para ello y más. Los dos amigos quedaron angustiados por no poder seguir ofreciendo su ayuda y asustados por la suerte de aquellos hombres que esperaban volver a ver en cuatro días a lo sumo.
De hecho la situación no era muy halagüeña, tratarían de internarse en un campo de entrenamiento de terroristas y obligar a su jefe a entregarles el libro, contando con que Dralic estaría en todo punto alerta pues si Esaben vio en Hassan a Shamir, vio a quien quería ver; no era seguro que Dralic y sus hombres sintieran el mismo deseo, estaba claro que no intentarían llegar a buen fin por esa vía.
Es más, ¿cómo reaccionaría Dralic ante la noticia de fuga de un compañero de una cárcel Israelí hacía dos semanas? y sin haberse enterado de ella; sumando que es casi imposible su realización, que su hermano avisa de gentes que buscan el libro y que no había podido contactar con él, no le fue difícil intuir que algo raro estaba pasando; aunque la nota de Esaben fuera contundente con el hecho de que Shamir estaba libre, ¿podría estar siendo utilizado por los judíos para localizarle?, mil razones pasaban por la mente de Dralic cuando releía la nota del viejo Mulaini:
"Mi sobrino Shamir está aquí, se fugó hace dos semanas, hemos hablado y bebido té, sigue con el mismo espíritu de hace cinco años, se dirige hacia El Morro con un amigo, tiene algo muy importante para ti, Alá es Grande, mi querido sobrino está libre, Alá es Grande."
Dralic pensaba que Esaben había sido imprudente, su corazón pudo con su cabeza, esto antes no le hubiera pasado; era viejo y ya era hora de plantearse su relevo como contacto en Denov. Quizás todo fuera una coincidencia, a las gentes que buscan el libro no se le ocurriría utilizar a Shamir, tendrían que tener poder para sacarlo de la cárcel y convencerlo para que los ayudara; era más lógico que los dos hechos no tuvieran nada que ver entre si, más le cuadraba a Dralic que Shamir se hubiera vendido a los Israelitas; siendo así estaban en terreno de Uzbekistán por lo que un ataque por parte de los judíos o los americanos al campamento no lo veía factible, por otro lado venían sólo dos personas y ellos eran más de cien; le daría una oportunidad de explicación de la fuga a Shamir, si no aparecía en tres días trasladarían el campamento; no sería la primera vez que los americanos atacara a otro país con la excusa del terrorismo aunque atacar a Uzbekistán era otro cantar, supuestamente eran aliados.
Todo esto lo pensaba Dralic al recibir la nota. Y a Albert, como había demostrado antes, se le daba bien pensar lo que pensaban los demás, así que antes de continuar le trasladó sus temores a Shalmed como último gesto de ayuda, concluyeron en que Dralic no los esperaría a ellos pero sí que estaría mucho más vigilante ante cualquier vicisitud.
Al verlos partir montados en los caballos se diría que no habían hecho otra cosa en toda su vida, como así era, pues daba la impresión de que caballo y persona eran sólo uno. El camino hacia las montañas no era ni más ni menos que el camino de su vida, la interpretación de las sendas del desierto se les aparecía a sus ojos tan clara como para un europeo seguir las indicaciones de una autopista. La noche en el desierto era hasta deseada por los hermanos; la travesía hasta las Montañas del Chash fue lo más fácil de realizar desde que comenzó la búsqueda del libro. A la tarde noche las tenían tan a la vista que podían observarlas completas, la garganta de entrada al Morro del Lagarto se les perfilaba a la derecha del macizo montañoso, ellos buscarían esa noche una entrada alternativa por el oeste, evitando la entrada sur que Esaben les indicó en el plano, supusieron, y bien, que Dralic hubiera reforzado la guardia en ese punto.
Llegó la noche y con ella el silencio del desierto que rompía el galope ligero de los caballos hacia los primeros riscos de piedra; enfundados en capa y ropajes negros en una noche pálida de luna, sólo dejaban ver sus apesadumbrados y tranquilos rostros judeo-árabes; aquellos hombres armados sólo con sus dagas con empuñaduras de oro asaltaban un campamento militar con docenas de hombres armados con, a saber, qué cantidad y clases de armas de fuego distintas.
Esperaban contar con un factor sorpresa relativo, si bien Dralic contaban con la llegada de dos hombres por la entrada sur sin esconderse y a la luz del día, no esperaría la llegada de cinco sombras de noche; pero seguro que reforzaría la guardia por todas las direcciones y a todas horas, no descartando que un pequeño comando israelí o americano viniera con Shamir en lugar de un amigo en el caso de la posible traición de éste.
Pero los guardianes del libro estaban en su hogar, como cualquiera de los lagartos que por allí abundaban; y los terroristas eran por lo general hombres de ciudad que pasaban un mes en el desierto pegando tiros a latas. Ser sombra de la sombra de cualquier peñasco era su supervivencia diaria, su labor era vivir escondidos a los ojos de cualquier ser humano, pasar desapercibidos como el aire que se respira; por ello no les resultó difícil avanzar, primero se adelantaba Salim que se arrastraba en silencio como una serpiente entre las piedras, cuando ascendía diez metros ordenaba a los otros avanzar, todo en completo silencio.
Así llegaron al Paso del Escorpión. Mulaini le había indicado expresamente a Shamir que no tomara este camino, aunque se ahorrara tiempo, pues llevaba directamente al campamento de Dralic, era muy peligroso..., y siempre estaba vigilado por dos hombres.
Salim los vio y tanteó la situación, era un pasillo de un metro de ancho, un desfiladero endiablado; a la izquierda una gran pared lisa que se curvaba hacia fuera, empujando al que pasaba hacia el inmenso precipicio que se encontraba a la derecha, al final dos hombres de Dralic. - 'el Libro está cerca' - pensó, consultó con su padre y sus hermanos diez metros más abajo y asintió. El primer privilegio les daba mucho juego.
-¡Eh! - gritó.
Los dos hombres apuntaban a un bulto negro que veían aproximarse por el pasillo.
- ¿Quién va? ¡Contraseña! - gritó uno de ellos.
- Águilas y Ratones - respondió Salim.
Los hombres bajaron sus armas.
- Somos del reconocimiento de guardias, Dralic espera visita, está nervioso. Nos ha mandado recorrer todo el perímetro y subir por el paso ¿Por aquí como va todo?
- Bien, sin novedad - decía uno - un poco de frío nada más, quien va a subir por aquí, estaría loco.
- Como nosotros - contestó Salim y rieron; en eso llegaron su padre y sus hermanos.
- Vestían muy parecidos a Dralic, siempre de negro eterno; por lo que supusieron que serían los hombres de su guardia.
Los dejaron pasar y al último de ellos, que era Zeb le preguntaron:
- ¿Seña de partida?
Se paró un momento y dijo:
- Ratones y Águilas.
El segundo privilegio les vino de perlas.
Abajo estaba el campamento. Y el Libro.
Tenían a la vista las tiendas de campaña que a esa hora y después de cenar acogían a la gran mayoría de los terroristas; dispuestas formando una figura de media elipse cada una de ellas disponía de una mesa en su puerta, una hoguera ardía tenuemente en medio de la plaza formada y las luces de los candiles de gas de la entrada de cada tienda aumentaban bastante la visibilidad entre ellas; deberían esperar a que éstas se fueran apagando para abordar la tienda que formaba el vértice de la figura y que por ser visiblemente mayor que las demás supusieron que sería la del jefe, Dralic Burkausi.