El Cabo Suelto de Dios

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Israel quedaba lejos; siendo el resto en bajada, a los veinte minutos los cinco se distribuyeron por diferentes rocas a escasos cincuenta metros de aquella tienda, en cuyo interior esperaban que estuviera el ansiado libro; de vez en cuando dos figuras hacían sombra al trasluz en la tela de la tienda de campaña, tal vez Dralic la compartiera con alguien, lo que complicaba el plan de la familia. Hasta ahora les había resultado fácil llegar hasta allí, lo que ya suponían debido a su destreza en tales terrenos, ahora tendrían que dejarse ver de una manera u otra. La iluminación del campamento era sensiblemente menor y sólo la producía las distintas lámparas encendidas en el interior de las tiendas, no esperarían más.

En el momento que acordaron abordar la tienda de campaña, una de las figuras salió de ésta y pudieron escuchar un claro `buenas noches Dralic, Alá es grande` lo que confirmó que aquella era la tienda acertada.

Una vez que se encontró solo, sin saber por qué, Dralic dirigió su preocupada mirada hacia el cajón donde había dejado el libro, Shamir no había aparecido todavía y la nota de su hermano le venía a la cabeza cada vez que desviaba sus ojos hacia aquel cajón.

Lo abrió y puso el libro encima de la mesilla, repasó su portada con dedos intrigados, con una sola mano y sin levantarlo de la mesa abrió la tapa y hojeó dos o tres páginas al azar, volvió a cerrarlo.

Otra vez sin saber por qué, lo volvió a abrir por la última página y vio las dos manchas rojas, pasó sus dedos por encima y retiró la mano súbitamente, '¿estaban calientes?' - se preguntó y volvió a tocarlas, esta vez retiró el brazo entero; lo miro extrañado y lo cerró; era sólo un libro, sería valioso y nada más, le daba demasiadas vueltas a las cosas. De pronto una voz sonó detrás de él: ¡Dralic Burkausi!

Como por instinto se giró sobre sí mismo al tiempo que cogía su kalashnikov del que nunca se apartaba más de dos metros. En un segundo se encontraba apuntando con él a cinco figuras negras; pensó inmediatamente en disparar si no hubiera reconocido en la primera de ellas a su padre.

- ¿Padre?, ¿Coronel Shakrik?, ¿qué es esto?, estáis...estáis muertos - balbuceó asustado Dralic mientras quitaba el seguro al fusil ametrallador - ¿Santino, Hammed? - al quinto hombre ni lo miró al quedar de guardia en la puerta de la tienda - ¡¡Qué broma es ésta!!- concluyó apretando el gatillo del fusil. Éste no disparó, pensó que se le había encasquillado.

- Dralic, ese libro es maldito, dánoslo y nos iremos - dijo pausadamente Shalmed, que al verse identificado como 'padre muerto' tomó la voz; acababan de hacer lo que nunca antes habían probado a realizar, presentarse todos a un tiempo "activando el privilegio" de no ser desconocidos, Dralic ansiaba ver a su hermano y se acordaba mucho de su padre y su coronel muertos en manos de los judíos; Santino era el traficante de armas que deseaba ver lo más pronto posible.

Al volverse Dralic había dejado el libro a la vista; ahora evitaban que diera la voz de alarma, porque sin duda ya lo tenían en su poder; ellos eran cinco pero tenían que salir de allí, optaron por intentar enloquecer a Dralic.

- Mírame soy tu padre y Alá nos envía por el libro.

- ¿Ham...med? - seguía balbuceando Dralic, que por ser hombre en extremo religioso abarcaba en su mente la posibilidad de la aparición de Alá, sus vestimentas negras aún lo asustaban más todavía, parecían verdaderos espectros - '¿qué es esto?' - se preguntaba asustado.

- Yo también me encuentro condenado por el libro - decía Theodor - ahora tú. Mírate en el espejo - señalaba a uno pequeño que colgaba del mástil de la tienda y que Dralic usaba todas las mañanas para asearse.

Dralic se vio reflejado hecho un viejo, como si hubieran pasado treinta años. Dejo caer el arma. Aquel libro no le gustaba.

- Dánoslo y nos iremos.

Llevado por un pánico atroz, Dralic cogió el libro y se lo ofreció a Shalmed diciendo: `Toma padre`.

Aquellos espectros salieron como el viento de la tienda de campaña de Dralic, en pocos segundos se habían perdido entre las oscuras sombras de las rocas. Cuando Dralic salió de la tienda sólo apercibió la brisa de la noche en su rostro. Entró de nuevo en ella y se volvió a mirar en el espejo, albergaba la idea de verse otra vez joven. No era así, echándose sobre su cama se acurrucó como un niño. Lloraba esperando morir.