El Cabo Suelto de Dios
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Juzgaron que esa sería la mejor forma de abordar a Dralic, su fanatismo religioso esta vez jugaba a favor del oponente. Salieron de las montañas con el mismo sigilo que entraron, pero infinitamente más contentos, esta vez por el lado sur; burlaron las guardias sin apenas esfuerzo pues éstas ponían su énfasis en la vigilancia del otro sentido. Encontraron los caballos justo donde los dejaron. Sin pausa volvieron sobre sus pasos encontrando el escondite de las provisiones, las recogieron y siguieron su camino de vuelta durante toda la noche, cuanto más lejos de Dralic mejor. Aunque intuían que éste no sería ya un problema. Había tocado sin duda la sangre de Jesús, el que toca la sangre de Jesús y alberga la maldad en su corazón, envejecerá prematuramente y morirá. Y lo hará a una velocidad acorde a la maldad de su actos; lo que lo envejeció mucho más prematuramente que a su hermano.
Pero sus hombres no la habían tocado.
Sus ojos brillaban de alegría bajo la noche, descansaron por dar descanso a los caballos; con medio día de adelanto en lo que habían estimado Shalmed, sus hijos y el Libro arribaban a Denov.
Directamente se dirigieron al solar donde bajo pago se vigilaban los coches de los turistas y donde ellos habían dejado la furgoneta Mercedes.
Zeb se desvió para recoger a Albert y David en la pensión; los encontró en su habitación haciendo tiempo para bajar a cenar. La sonrisa de Zeb cuando le abrió la puerta David sólo significaba una cosa: que el diario de Jesús por fin estaba en su poder de nuevo; lo que recibieron con saltos de alegría literalmente; los dos amigos se abrazaron entre ellos saltando y luego se abrazaron a Zeb que se encontraba en el quicio de la puerta y que todavía no había podido pasar; entendieron que debían partir a toda prisa y sin mediar palabra abandonaron la pensión que estaba pagada por adelantado.
Estaban locos por volver a ver a la familia, además de saber cómo lo habían conseguido y ¿por qué no?, de volver a ver el libro de Jesús. David no había conseguido saber nada de Yellowstone en aquella bonita ciudad, así que estaban en ascuas.
Salim llevó los caballos y se los dio al primer mendigo que vio; cargarían el coche de provisiones y gasolina, partirían inmediatamente de vuelta; aquella ciudad no se les antojaba para nada segura.
Los momentos de alegría entre el grupo en su reunificación se mostraron intensos y puros. David no pudo, por más que quiso, retener las lágrimas al encontrarse otra vez con Shalmed, lo cual éste agradeció infinito.
Dejarían las explicaciones de lo sucedido para el viaje de vuelta, que sabían que era largo. Tras la pregunta de Albert interesándose por el libro, el hombre del desierto contestó sin palabras dando dos golpecitos a la bolsa de piel de cabra que le colgaba del hombro.
Una vez en ruta volvieron a reencontrarse con el ya familiar traqueteo de la vieja furgoneta que hacía que todos cabecearan descontroladamente; pero algo era distinto: el ambiente entre aquellos hombres era alegre y distendido. Como pudo, Shalmed explicó a sus compañeros de viaje su incursión en el campamento con todo lujo de detalles; de cómo sortearon los centinelas de guardia, abordaron la tienda de campaña y vieron reflejado el terror en los ojos de Dralic al devolverles el libro. Todos se sonreían complacidos.
- Pues lo de David no tiene desperdicio, os tiene que contar su aventura a vida o muerte de ayer - comunicó con sonrisa picarona Albert.
Padre e hijos miraron a David con semblante risueño e interrogante. Incluso Hassan, que conducía, hizo por verlo en el retrovisor. Esto hizo sonrojarse a David mientras lazaba su mirada más furibunda a Albert. Volviendo a sonreír contó:
- 'Las cosas que pasan', nada que no le pudiera pasar a cualquiera...
- Al grano - inquirió su amigo
- Ayer cuando marchasteis para las montañas me propuse buscar un ciber-café o algún sitio donde poder conectarme a Internet y enterarme de cómo estaba el asunto de Yellowstone. Esta ciudad es llana en su mayoría, de amplias calles arboladas y construcciones pensadas para soportar la nieve, andaba arriba y abajo sin entenderme con nadie hasta que me encontré con un muchacho que me supo indicar.
¡Me supo indicar la bajada al infierno!; no pudo más que elegir la calle más estrecha de todas y con cierto desnivel de bajada, por allí saldría hacía el centro comercial de Denov. Y a mi desdicha.
Esa calle no tenía aceras, no caben... ¡si estiraba los brazos en cruz y casi tocaba con la punta de los dedos las paredes de las casas a ambos lados! De madera y colores oscuros por lo que resultaba claustrofóbico; encantadora pero agobiante.
Lo que os cuento... cuando más me dolían las piernas de bajar por la condenada calle y sólo pensaba en el final de aquel tubo escucho más abajo un repiqueteo metálico; cada vez más fuerte y para mi mala suerte cada vez más rápido. Lo que fuera avanzaba hacia mí a más velocidad que hacía cinco segundos. Y entonces lo vi... y me vi muerto... - paró David para beber agua.
Todos aguardaban ansiosos y expectantes, Albert esperaba sonriente.
- Os digo la verdad, no sabía que hacer...
- ¿Pero qué era? - insistió Salim, al que el relato de David lo tenía ensimismado.
- Era... era un burro enorme cargado con cuatro enormes bombonas de gas domésticas.
Todos rompieron en sonoras carcajadas.
- Dos a cada lado. No podía caber por allí pero cabía. Y venía corriendo hacia mí, detrás un hombre que le iba pegando con una vara para que no desfalleciera se había quedado bastante más abajo debido a la velocidad que cogió el burro. Una espuma le salía por la boca al animal del esfuerzo. Con la cabeza agachada me apuntaba con sus orejas y estaba a punto de arrollarme. Venía inevitablemente hacía mí y no se pararía.
Me volví y empecé a subir la calle lo más rápido que pude, intente localizar un resquicio donde meterme pero las casas no tienen espacio para ello, en esa calle parecía demasiado valioso.
El golpeteo de las bombonas entre ellas sonaba cada vez más rápido, más fuerte y más cerca, y yo no podía más. Pensé en echarme al suelo y dejar que me pisoteara, siempre sería mejor que dejar que me aplastara con las bombonas.
Y si la mala suerte existe yo la llamaría sombra. - paró otra vez para beber.
Ahora todos tenían el semblante serio comprendiendo la peligrosa situación, Albert no.
- Opté, como os cuento, por echarme al suelo boca abajo y con las manos me protegí la cabeza. Cerré los ojos esperando el envite. El ruido de las bombonas aumentaba a cada segundo.
De pronto el ruido paró, no se escuchaba nada; abrí los ojos y mirando despacio vi una pata trasera del burro a cada lado de mi cabeza.
El burro se había encallado entre las paredes justo encima de mí; estaba agotado y se quedó inmóvil. Y seguramente por ello fue que también defecó, no me dio tiempo a sacar la cabeza de debajo de su culo cuando ¡el cabrón se cagó en mí!
Al instante las carcajadas se impusieron al ruido de la carretera. David estaba rojo y se reía sonoramente. No se le ocurrió otra manera de contarlo, así lo sentía y así lo dijo.
- Y es que esa calle sólo tiene un sentido para todo el mundo, de subida. Y la verdad es que entiendo perfectamente porqué. - dijo concluyendo su relato que tanto regocijo causó en la familia nómada.
Así relajaban la tensión acumulada en esos últimos días.
Pararían sólo una vez durante el camino de vuelta, evitaban la persecución y buscarían otra forma para regresar. Qarshi quedaba a una jornada de Denov en el camino de vuelta y tenía aeropuerto, probarían suerte y tratarían de volar a Tel-Aviv, Teherán o Damasco.
Esa parada fue muy similar a las de la ida. Hicieron un fuego, y se sentaron en el suelo a su alrededor; a la derecha de Shalmed se sentaba Albert seguido de David, a la izquierda los hermanos. Comieron y hablaron; lo que hacen los amigos. De una forma distendida y sin formalismo; formaban un solo grupo. Esta vez los hombres del desierto fueron interrogados.
Fue Albert el que empezó a hablar
- Shalmed no nos cansaremos de darles las gracias por todo esto, Theodor, Salim, Hassan, Zeb - les nombró mientras los miraba - Gracias de todo corazón, hablo por David cuando digo que ésta ha sido, y con mucho lo será, la mayor aventura de nuestras vidas; - éste asentía serio con la cabeza - para David sus mejores vacaciones - sonrió sonrojando a su amigo.
- Shalmed, la copa de la otra noche ¿no sería la de Jesús, no? - disparó David, ahora se sonrojaba Albert. David iba a lo suyo.
Todos rieron al ver la cara que puso Albert, rojo de la ira; venga, 'he tenido el Santo Grial en mis manos', nada más te interesa eso - le decía en voz baja que todos escuchaban.
- Pues sí, y las túnicas también - respondió el padre.
- Arrea mi madre - ¿y la que yo me puse de quién era? - preguntaba nervioso.
- ¿De quién te gustaría que fuera? - contraatacó.
- La de Mateo. - respondió
- Era la azul, la de Bartolomé.
- Bueno,... no está mal - decía un poco desilusionado. Ya me parecía que me quedaba un poco grande.
- ¿Cómo que no está mal? Preguntaba sonriéndole Shalmed. Recuerda que sin él no hubieran movido la piedra, no hubiera habido resurrección y el plan de Jesús se hubiera venido abajo.- aquello alegró a David que alzó la cabeza con una gran sonrisa de triunfo - y podemos asemejarlo, por la forma en que lo hizo, a que fue un gran pilar para el cristianismo. Predicó en estas mismas tierras que tú pisas ahora, y en India, fue el último al que Mateo instruyó y le dejó a su custodia una copia de su evangelio. El que Jesús le mandó redactar. Murió mártir; o eso creen...
- Di que sí - pensaba David embargado por la emoción y la alegría. Dijo muy solemnemente 'desde hoy me llamo David Bartolomé'.
Todos reían a placer.
Albert no quería pero al final dijo evitando las miradas ¿y la mía?
- La tuya era la de Tolomeo - Shalmed sonreía.
Albert no dijo nada, ya lo suponía pues era roja y en su relato la había referido como la de Tolomeo; comprendía el significado de darle esa túnica, pues al igual que Tolomeo ingresó en el grupo de Jesús, a él lo hacía de alguna forma participe del suyo.
Dijo una palabra: 'Gracias'.
- ¿Por qué no nos lo dijisteis en la cena?, eso no se hace hombre, decía un desinhibido David ¿podemos verlas?
- Recuerda amigo, le dijo Shalmed- 'lo que pasa desapercibido está más seguro'; con el nerviosismo hubieras acabado tirando la copa al suelo y manchando tu túnica, David Bartolomé.
Volvían a reír.
- Y no podéis verlas, sólo salen al mundo el Martes de Pascua.
Se entristecieron un poco pero no importaba.
- Hemos bebido del Santo Grial - decía David bailando sentado. Lástima que lo del Kan no fuera una opción. 'Es posible que nos persigan David' - le regañó Albert antes.
- Creí ver vuestros poderes en la historia, relacioné dos, dime si estoy en lo cierto: el primero cuando Tolomeo agradece a los discípulos la confianza depositada en él 'en mi casa no se os cerrará ninguna puerta.' Eso mismo lo tenéis como uno de vuestros privilegios ¿no? - decía Albert interesándose por sus misteriosas habilidades.
- Así es - ahora contestó Hassan - creemos que ello lo provoca. Así como Tolomeo daba libertad en su casa a todos los hombres de Jesús; Dios nos da libertad en la suya.
Albert sonrió satisfecho.
- La segunda - dijo - es, y ésta está muy clara, la decisión del soldado romano de no delatar a Tolomeo en el sepulcro; que aun reconociendo a Tolomeo como impostor del Sanedrín optó por callar y seguir viendo lo que quería ver; un sacerdote del Sanedrín cargado de oro.
- Así es - afirmó Hassan.
- Pero lo que no logro identificar es vuestra telepatía. Como se refleja en la historia y no tengo dudas de que así sea.
Antes de que Hassan contestara David dijo de pronto con semblante serio.
- Un mismo pensamiento,... - todos le miraron -, el manuscrito de Jesús con la historia como debe ser contada. Un único pensamiento para todos sus hombres.
- Bien David - dijo un alegre Shalmed, - estuviste atento en clase. - todos volvieron a reír, Albert le dio la mano y le pegó una colleja. Después de lo vivido aquel era un momento de especial alegría. Una reunión de amigos.
Hubo un momento de silencio, acrecentado por el frio de la noche a sus espaldas, en el que todos, rápidamente, repasaban en sus mentes el momento de la última cena. Roto enseguida por Shalmed.
- ¿Queréis ver el Libro? Preguntó a sabiendas de la respuesta.
- Sí, por supuesto, claro que sí - decía Albert.
- Eso ni se pregunta - dijo David.
Por fin había llegado el momento de ver de nuevo el Diario de Jesús, ahora sabían que entre sus páginas se guardaba el original de los cuatro Evangelios cristianos. Lo observarían sabiendo lo que sabían y tocarían la Historia, también la olerían.
Shalmed sacó el Libro del gran bolso de piel de oveja; por vosotros se ha pagado maldición; podéis verlo. Pensaron en el daño causado; no era culpa suya.
Lo primero que vieron fue su color negro, los amigos ni parpadeaban. Se sentaban juntos, así que cuando Shalmed le entregó el Libro a Albert, éste lo puso entre ambos con sumo cuidado. Su reflejo a la luz del fuego hacía que resaltara el carácter mágico que en la mente de los dos amigos se había creado.
Primero acariciaron la portada, 'Esta es La Palabra del Hijo de Dios'. Se miraron de reojo, la penúltima vez.
Albert abrió el Libro, la parte izquierda caía sobre él, la derecha sobre David la que recibía las hojas extraídas en numerosas ocasiones de rollos de pergamino, cortadas con sumo cuidado y enlazadas en el libro. En seguida vieron la letra de Jesús, observaban reglón a reglón, esto ya lo había traducido y le fue fácil entenderlo de nuevo. Las demás no tanto; así que observaban las palabras, las formas de las letras, el color de las hojas, todo lo escudriñaban antes de pasar una página; la que pasaran no la volverían a ver.
Así llegaron al Evangelio de Jesús. Albert reconoció enseguida frases completas. Se lo dijo a David que se lo agradeció 'estas páginas son del manuscrito de Jesús con la historia, su evangelio'. - dijo -. Lo pasaron mucho más despacio, Albert abría los ojos de par en par al reconocer frases y párrafos de los actuales, resoplaba.
Los hombres del desierto sonreían complacientes al ver sus caras; si alguien tenía que leer el Libro además de ellos, se alegraban de que fueran dos científicos. Eso es lo que hubiera querido Jesús. Shalmed pensaba que quizás Dios quisiera que aquello saliera de una vez a la luz; cuando en el mundo se respeta a la razón, cuando se atreven a interponerla a la fe y a discutir abiertamente sobre ello sin tapujos; ese tiempo había llegado y quizás había llegado la hora de que revelaran su existencia; de que alguien lo contara.
- El poder de Dios debe verse en la historia - pensaba el patriarca, que veía a los amigos razonando sobre el libro.
Página a página llegaron a la penúltima.
Las dos primeras palabras fueron reconocidas inmediatamente por Albert, lo que hizo que mirará a Shalmed, David no se enteraba de nada. Ponía 'Querida Madre'.
- Así es, un día en uno de los muchos correos que recibía mensualmente, Pedro mandaba un hombre a caballo o con carreta casi todas las semanas, se encontró con uno de María; se lo envió desde su lecho de muerte, dentro estaba la carta que Jesús había escrito a su madre y que Pedro le dio una vez muerto y quemado.
Todos guardaban silencio.
Shalmed empezó a relatar.
'Querida Madre
Perdóname por el daño que te he causado, por la angustia vivida durante todos estos años y me imagino que durante todos estos días; soy consciente de tu amor por mí y quiero dejar constancia de mi amor por ti en esta carta.
Recuerdo como te repudiaba y golpeaba José por mi culpa, y cómo lo sufrías en silencio; como hacían escarnio de ti en la calle y agachabas la cabeza, corrías de las gentes tirando de mí. La locura a la que te enfrentabas a diario y que yo acrecentaba con mi comportamiento, mi vil comportamiento de niño.
Te pido perdón.
Cómo me separé de ti durante años dejándote sola en tu humillación y hundida en tristeza. A esto me vi obligado por mi obra, pero después me di cuenta que un poco más de cariño, de contacto, era necesario; te abandoné, ahora es tarde para mí.
Te pido perdón.
Como decidí entregar mi vida a esta locura, sabiendo el dolor que te infringiría a ti y a los que me quieren. Sé que tu dolor será infinito; el dolor por la pérdida de un hijo es infinito. Es el dolor de Dios.
Te pido perdón.
Lloro y me desgarro por dentro al pensar que te perderé.
Te agradezco tu ayuda en el grupo; nunca quise que te implicaras demasiado pues tú no debías formar parte de la trama; sé que tu amor por mi te llevó a acompañarme al final.
Te doy las gracias.
Marcharás a las lejanas tierras más allá del mar, saldrás de las injurias de Nazaret y vivirás apartada de todos y colmada de riquezas; Magdalena y Juan te acompañaran y os protegeréis entre vosotros, Juan crecerá y se encargará de vosotras hasta el final. Luego hará su vida. Pedro os dará mi parte del oro.
Arranca de ti la duda.
Tolomeo no cree ser mi padre; si se lo has contado, todavía creerá no serlo, pensará que si no pudo ser el padre entonces Dios está contigo. Está idea te consume, apártala.
Es Tolomeo el que está tocado por la mano de Dios.
Te Amo.
Jesús.'
Es palabra del Hijo de Dios.
No se lo podían creer; María no fue la elegida, no fue una mujer; Dios creó a Adán a su imagen y semejanza, y en ésta pone su mano. Fue un hombre; Tolomeo, un sabio. Un científico.
No articularon palabra, primero debían encontrarlas.
Shalmed habló.
- Tolomeo tuvo cinco hijos desde la muerte de Jesús, el primero con sesenta y nueve años, el quinto con noventa y cinco. Murió a los ciento treinta años de edad.
Eso los remató. Dios había elegido un científico para obrar su poder. Había elegido a su enemigo. Lanzaba la más dura prueba para la fe del hombre, el enfrentamiento con la razón estaba servido.
Lo siguiente los iluminó.
Pasado el golpe emocional que esto les causó, a David sólo le quedaba por preguntar: ¿de verdad que tenéis las cenizas de Jesús? - Aquello le había impactado - 'Es lo más fuerte' - pensaba y quería que le hablaran de ello, no se le ocurrió otra forma de sacar el tema.
- Así es - respondió Salim - y vosotros las habéis tomado. Habéis tomado realmente el Cuerpo de Cristo.
Los dos se llevaron las manos a la cabeza acordándose del polvo gris que Shalmed había esparcido en la copa de aceite la noche del Kan.
Se sintieron bien.
- Las cenizas de Jesús son eternas.
'¿Nos dejaría verlas de nuevo?' - se preguntaba Albert, no se atrevió a pedirlo; aquello era sagrado y no lo vio respetuoso... si no salía de ellos...; y no salió.
Shalmed los sacó de su ensimismamiento diciéndoles: pasad la página, ahora podréis leer y entender claramente, está escrito en arameo pero lo leeréis en vuestra lengua; si alguna vez la fe y la razón se admiten, esta hoja podrá ser leída por cualquiera; entiendo que eso quería Jesús.
Pasaron la hoja y contuvieron la respiración, las dos manchas rojas aparecían al final, las miraron fijamente, con respeto.
Luego leyeron el párrafo cinco veces seguidas.
Albert cerró el Libro y un aroma les llegó a los amigos; aroma a lavanda y romero; antes no se habían percatado de ello.
Se lo devolvió a Shalmed.
Quedaron en respetuoso silencio.
Y así se irían a dormir.