El Cabo Suelto de Dios

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- En ese intervalo de tiempo, deben estar relacionados, seguro, lo más probable es que sean el mismo - decía David; llegó a las dos menos cuarto de la tarde, acudió en taxi y como siempre sin parar de hablar - Es verdad, la mala suerte de ese pueblo está más que verificada, no hace mucho sufrieron uno y ahora éste, que parece ser, es incluso más fuerte, Dios mío, pobre gente, ¡ah! ya estamos, bien por favor ¿puede esperar cinco minutos?... bueno mejor no, mi amigo es imprevisible, puede aún tardar su tiempo y esto es dinero, bien tenga.

El despacho de Albert se encontraba en el tercer piso y el vetusto edificio no contaba con ascensor; a la altura del segundo piso se cruzó con otro profesor de la universidad al que reconoció y que por no serle de su agrado, despachó con un seco 'buenas tardes' mientras se miraba los zapatos.

No era de extrañar la cara roja y la falta de aire de David al entrar al despacho.

- ¡Uff! debo adelgazar - mascullaba David - 'Al' te has enterado de los terremotos en Turquía y Grecia, otro más y éste parece ser que es el más fuerte de todos, se habla de cientos de miles de desaparecidos, pobre gente, ¡qué mala suerte!

- Buenas tardes - saludó Albert sin escucharlo y poniendo ambas manos en sendos hombros de David lo miraba fijamente - amigo mío, ven siéntate. - casi a la fuerza lo acomodó en la silla que se encontraba delante de su mesa de despacho; rodeando la mesa, Albert se sentó en la suya; en medio de ambos, el libro.

- ¿Es éste el libro de ese anticuario? - preguntó señalándolo con su cabeza sorprendido también de su gran tamaño.

- Amigo, respira y recupera el aliento pues te va a hacer falta - afirmó con una leve sonrisa marcada en sus labios y un brillo especial en sus ojos, su mirada ya no era cansada, sino viva y centelleante. David lo miraba fijamente, extrañado e interrogante, hacía tiempo que no veía así a su compañero.

- Oye, tú anoche te fuiste a dormir ¿no?, porque estás como eléctrico de borrachera.

- No..., digo sí, será el café, llevo tres cafeteras - se defendió.

- Y por lo que huelo y veo más de un cigarro, ¡eh! pero si llevas sin fumar quince años por lo menos.

- ¡Siete, sólo siete!, pero a ver, cállate y escucha, David tú me conoces ¿verdad?

- Sí, claro - respondió extrañado mientras pensaba que qué le pasaba a Albert.

- Mira esto - dijo volviendo el ejemplar hacia David - es el libro que me han traído esta mañana, lo he examinado y traducido dos páginas y media, ¿qué te parece? - preguntó con mirada fija e interrogante, quería saber la opinión libre y experta de su amigo antes de ser contaminada por la suya.

David se enfrentó por primera vez a la oscura encuadernación del libro, como hiciera su amigo pasó la punta de sus dedos por las inscripciones que adornaban la parte superior e inferior de la elegante portada, asimismo entre dientes leyó lo que ponía.

- Es hebreo antiguo - empezó a decir - apenas tengo la seguridad de leerlo correctamente pero en la parte superior parece indicar "Esta es La Palabra" y en la parte inferior "Del Hijo de Dios". El libro parece antiguo, dime ¿otro libro sobre religión?, ¿otra interpretación de las normas hebreas? - preguntó alzando la cabeza y mirando a Albert.

- No mi buen amigo, no - respondió - es lo que estás leyendo, la palabra del Hijo de Dios.

- ¿Cómo? - preguntó sin entender el incauto David.

- ¡Son escritos de Jesús de Nazaret!, David, ¡el diario de Jesucristo! - contesta nerviosamente Albert ante su incrédulo y asombrado amigo.

- ¡¿Jesucristo?! ¡¿Diario?! ¡¿De qué coño hablas 'Al'?!

Conociendo la seriedad con que su amigo se tomaba su trabajo casi preferiría que éste no se hubiese acostado y le continuara la borrachera de anoche pues la opción contraria le provocaba una cierta presión en la boca del estómago que presagiaba todo lo contrario a unas vacaciones tranquilas y despreocupadas.

- Déjame que te explique - dijo levantándose y colocándose detrás de él; con extremada delicadeza abrió el libro por la primera página, el texto de letra firme y segura inundó los ojos de David.

- Esta mañana, el anticuario me trajo este libro para un examen preliminar; en mi primer vistazo ya quise quedarme a solas con él así que despaché a Joseph emplazándolo para la semana que viene; no sé, presentía algo, bueno debemos realizar todas las pruebas científicas necesarias para la datación del libro, examen de las tintas empleadas, el libro está en perfectas condiciones. Pero, mira, observa - con sumo cuidado y por encima de David cogió el libro haciendo pasar las hojas por su pulgar - todas las hojas están dispuestas por grupos de distinto material, papel de diversas clases e incluso tela; con la tinta utilizada pasa lo mismo, deduzco que fueron escritas en diversas situaciones y con lo que mejor viniera a mano; con los análisis de los materiales empleados en su elaboración podremos definir su procedencia casi con toda exactitud, eso nos lo dirá el laboratorio.

La excitación de Albert iba en aumento, dejando de nuevo el libro abierto delante de su amigo - mira, está escrito en arameo, se supone que Jesús hablaba y escribía en arameo, en arameo se escribió parte de la Biblia y el Talmud; hay hojas en hebreo y alguna en latín y griego, y observa esto - pasó directamente al final del libro - toca estas dos manchas suavemente.

Así lo hizo David con un aparente temblor en sus manos provocado por un iniciado y creciente estado de nerviosismo, pues empezaba a tomar en serio la propuesta de su compañero, más porque era Albert quien le hablaba y no por los razonamientos utilizados. Al igual que éste cuando tocó las manchas retiró la mano de golpe.

- Están calientes - dijo con voz entrecortada.

- Sí ¿verdad?, son como dos manchas de gotas de tinta, ¿verdad?, - asiente ansioso - ... es sangre.

- ¡¿Sangre?! ¿Qué quieres decir? - preguntó intentando asimilar lo que le indicaba.

- Sólo te diré que mires esta palabra de los últimos párrafos: 'huerto'

- ¿Sabes lo que estas insinuando? dijo David girándose bruscamente y fijando la mirada en los ojos de Albert.

- Lo que te dije antes; toma, lee la traducción de las dos primeras páginas.

David cogió la emborronada libreta que su amigo le ofrecía y con mirada preocupada comenzó a leer.