El Cabo Suelto de Dios
41
'Dos amigos y Jesús', durante el vuelo pensaba en el título; me busqué la cartera y encontré un papel doblado dentro de mi chaqueta, lo desdoblé extrañado. Era una carta de Shalmed. Y me la dirigía a mí. No a Albert sino a mí.
Se la enseñé a Albert, que sonrió encantado, la leímos en silencio cabeza con cabeza; decía:
"David sé que gustas de estas cosas, así que decido poner a volar tu imaginación y te comentaré algo del Tesoro de Tolomeo; durante siglos los descendientes de los Hombres de Jesús han cumplido con lo ordenado y han seguido enviando pruebas a mi familia; debido al ingente material, sobre todo oro y joyas de botines de guerras provocadas, que se fue acumulando, fue necesaria la prohibición de esa norma. Sólo se ordenó enviar documentos en verdad comprometedores; la cuestión económica dejó de preocuparnos hace mucho tiempo. Por ponerte un ejemplo, documentos donde se reflejan las intrigas de la Santa Inquisición Española o actas de fundación de organizaciones como la orden del Temple. Claro está que en los documentos del Mar Muerto nada implica a Jesús; los que lo hacen los tenemos nosotros.
No creas que alguien sepa en nuestros días la verdad, poco a poco las ordenes de Jesús de diluyeron en el tiempo y todo es distinto. Triunfó la fe. Estaban suficientemente establecidos en ella.
Me despido, os recordaremos."
Nosotros sí que los recordaríamos.
Lo que nos chocó era el membrete del papel, ponía:
'Secretaría Santa Sede
El Vaticano.'
¿Cómo es posible que ese papel estuviera en manos de esos hombres? Me sonreí, con ellos todo era posible. No le extrañaría que alguien dentro del Vaticano fuese un Tolomeico No Mesiánico. Ahora me siento de verdad parte del grupo, custodio algo.
Al llegar a casa de Albert, nos dispusimos a deshacer los bolsos; estando en ello le pregunté a mi amigo que qué le diría a Joseph el anticuario.
- Esperaré a que me llame - me dijo.
Los dos reíamos, eso no ocurriría.
Sacando la ropa descubrimos que la familia Hassbar nos había dejado el mismo regalo en nuestras maletas: un tarro de aceite. Sonreímos.
Nos aseamos de verdad, sin reparos. Primero Albert, luego yo. Finalizando mi merecido baño mi amigo tocó en la puerta.
- Llaman al telefonillo de abajo, date prisa que serán las pizzas. - me dijo a grandes voces.
- 'Pizza, que gran invento; a domicilio, premio Nobel'- pensé.
Salí del baño embutido en suave ropa de casa, pijama y batín. Igual que Albert, de hecho era su ropa. Todo lo mío olía a furgoneta.
Cuando entré en el salón reconocí de inmediato que algo pasaba por el semblante de mi amigo. Me disipó las dudas.
- Es la policía.
- ¿La policía?
- Sí, la policía David, eso he dicho.
Y lo era, el inspector Emilet y dos policías israelitas.
Al escuchar su apellido evitamos mirarnos de reojo.
El silencio mientras pasaban al salón casi provoca niebla.
- Ustedes dirán - invitó Albert.
Fue el francés el único de ellos quien habló y con gesto sonriente empezó:
- Mi nombre en Jean Emilet, inspector de la policía nacional francesa. Investigamos el asesinato de Abdul Tammick... decía en inglés.
- ¿Abdul,... Abdul Tammick asesinado? - fingió mi amigo.
Los dos pusimos cara de sorpresa mirando al inspector sin hablar. Fue entonces cuando reconocí su bigote. Este era el hombre con el que me tropecé tan bruscamente en el Foro Islámico en Damasco. Alto, seco, de ojos saltones y bigotes retorcidos. No me había reconocido. Después de preguntarnos si sabíamos francés determinó en conversar en ingles puesto que Albert sí domina el francés; yo, no tanto.
- No culpe a su portero, tenía orden de la policía de avisarnos de su llegada. Deben permitirnos unas preguntas de rutina relacionadas con el caso.
- Sí, adelante, esto me tiene sobre ascuas; no comprendo que puedo tener que ver con el asunto - aseguró Albert.
- Sí claro, intuyo que vuelven de un viaje ¿no?; su salida precipitada extrañó bastante a sus compañeros de la universidad.
- Así es, volvemos de un viaje de placer. Mi amigo se presentó de improviso desde España con vacaciones y me convenció para que lo acompañara. Ha sido un viaje a todo lujo.
La verdad es que no culpo la cara que puso el espigado inspector al escuchar esta frase y ver nuestras pintas en pijama.
Agradecí que el repartidor de las pizzas llamara al telefonillo. Metimos las pizzas en el horno y continuamos.
- No les molestaré mucho - se disculpaba Emilet.
- Bien el caso es el siguiente: hace dos semanas se encontró el cadáver de un hombre a las afueras de Paris. Lo acababan de asesinar, de hecho la pareja de novios que descubrió el cuerpo vio cómo se alejaba un coche a toda velocidad. La víctima no llevaba ninguna documentación encima. Fue estrangulado con una tela, posiblemente una corbata, deja una marca inconfundible; esto fue el domingo 14. El asesino despojó de todo signo de identificación al cadáver, pero ignoró un pequeño folleto alargado, un marcador de libros de recuerdo del Congreso de Arquitectura que se celebró en Paris ese fin de semana.
- Disculpe pero todavía no veo la relación...
- Bueno la investigación está más que bien encaminada... pero hay un detalle que no me cuadra y aquí es donde entran ustedes, bueno en realidad varios departamentos de la universidad implicados, entre ellos el suyo.
David imaginaba por donde iba el inspector.
- Sólo me queda usted por interrogar. La cuestión a limar es la siguiente: ¿cómo pudo consultar Abdul Tammick su cuenta del banco desde un ordenador de la universidad de Tel-Aviv apenas tres horas antes de ser asesinado en Paris?
¿Estuvo usted el domingo 14 en su despacho?, ¿vio algo anormal ese día? - preguntó secamente el inspector.
- Estuve todo el día en mi despacho, sí. No...no notamos nada raro... además fue cuando planificamos el viaje mi amigo y yo. - respondió Albert.
- Sí, acuérdate 'Al', usamos Internet para enterarnos de los vuelos y demás... - ayudé; el inspector me miró de arriba abajo embutido en un pijama que me quedaba estrecho.
- ¿Y dice que estamos implicados varios departamentos? - preguntó Albert.
- Así es, el banco nos ha proporcionado las direcciones IP que accedieron por última vez ese día. En este caso sólo podemos identificar hasta el servidor de departamento en el sistema informático de la universidad, por un error informático no hay más datos.
- ¿Son clientes ustedes del BNP francés?
Los dos negamos con la cabeza pensando en el error informático.
- Su despacho está al lado del de Tammick ¿no es así?
- Así es. Y le repito que no vi ni escuché nada raro....
En ese momento sonó el teléfono móvil del francés.
- ¿Que lo tienen?, ¿un control de carretera? - nos dio la espalda y se apartó de nosotros.
Ahora tomé constancia de la presencia de los dos policías; al lado de la puerta, con los brazos cruzados y cara de aburrimiento.
A los tres minutos reapareció el inspector.
- Bien parece que el caso está resuelto; han encontrado al principal sospechoso y ha confesado.
- Le agradecería que se explicara, Abdul era amigo mío.- dijo Albert.
Emilet asintió con la cabeza.
- Cuando llevamos la foto del cadáver de Abdul a la organización del congreso enseguida lo identificaron como Tammick, lo tenían registrado entre los asistentes. Varios testigos lo vieron ese día con la misma persona: Hammed Burkausi.
Éste se convirtió en nuestro principal sospechoso; lo pudimos localizar al miércoles siguiente en Damasco, en el Foro Islámico. Y he aquí otra rugosidad que limar. Yo estuve allí y oí como le llamaban asesino; no pude ver a quien lo acusó pues inmediatamente se organizó un tumulto y Hammed voló. La cuestión es que la policía de allí lo perdió. Podría no estar relacionado pero las casualidades son raras.
Lo escuchábamos en silencio absoluto.
- Burkausi acaba de aparecer. O al menos alguien que dice ser Hammed Burkausi y que ha asesinado a Abdul Tammick.
- Todavía tienen dudas; ha confesado ¿no? - insistió Albert.
- No sé... Hammed tiene cincuenta y cinco años; me dicen que el hombre que se ha entregado aparenta noventa años si no más.
- Bien, no creo que les tenga que molestar más; en lo que a ustedes respecta me inclino a pensar en el error en la fecha y hora del banco; fue un acceso limpio, tuvo que hacerlo el propio Tammick.
Sonó el móvil por segunda vez, el inspector habló unos segundos.
- Burkausi ha muerto en comisaría, ¿se lo pueden creer? acababa de firmar su confesión, insistía en hacerlo; se le ha redactado una, ha firmado y se ha muerto. Y mi compañero me indica que ha dado detalles que sólo nosotros conocemos; un caso raro sí... muy raro pero bueno, según mi ayudante, parece que todo se cierra definitivamente.
Se despidieron con apretones de manos. Al salir se volvió y dirigiéndose a mí preguntó:
- ¿Nos hemos visto antes?
- No creo, yo trabajo en Granada al sur de España ¿ha estado usted por allí últimamente?
- Ya me gustaría.
Y cerró la puerta tras de si.
Sentimos la complicidad entre Dios y la familia Hassbar en nuestras carnes, habíamos ayudado a recuperar el Diario de Jesús y sentíamos el paraguas protector de Dios aún sin la presencia física de los Hombres del Desierto y siendo aún reacios a admitirlo. Los dos nos miramos de reojo por última vez.
FIN