El Cabo Suelto de Dios

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"El tintinear de los cascabeles de la puerta indica que alguien ha entrado en la tienda de Joseph, el anticuario; como toda tienda de anticuario, que estuviera situada en una callejuela del casco antiguo de Tel-Aviv, es oscura y misteriosa; la luz velada que se filtra por entre las cortinas de la ventana hace el local más tenebroso si cabe. Miles de grandes y pequeños objetos de color oscuro parecen estar esperando a la recién llegada, dos pequeñas luces al fondo del local delimitan el lugar de atención al público haciendo aparecer un minúsculo y mohoso mostrador, no hay nadie detrás. La mujer con atuendo árabe muestra su nerviosismo pasando de mano en mano el paquete que porta.

- No sé por qué ponen los cascabeles - piensa - si suenan y no...

- Hola, buenas tardes señora - saluda el dependiente al salir de la trastienda sobresaltando a la mujer que en ese momento miraba hacia otro lado y provocando que hiciera más patente su nerviosismo.

- Buenas tardes, quisiera ver al dueño por favor.

- Soy yo, Joseph Braum, anticuario, hijo de anticuario, nieto de anticuario, anticuario de anticuarios - responde con una sonora carcajada el risueño dependiente; hombre de unos sesenta años, un poco obeso, de cara complaciente y amplia sonrisa - usted dirá.

- Quisiera vender algo - propone la mujer después de una pequeña pausa y sin dejar de mirar nerviosamente a los ojos del dependiente.

- ¿Algo...?, dígame usted, ¿es eso de ahí? - pregunta Joseph tornando su rostro más serio y señalando el paquete que parecía haberse ubicado finalmente bajo el brazo derecho de la mujer.

- Sí, esto es - responde colocándolo encima del mostrador - es un libro.

-¿Un libro? - insiste el anticuario mientras desenvuelve el paquete.

- Un libro muy antiguo, pertenece a mi familia desde hace mucho tiempo, ha pasado de padres a hijos durante generaciones, debe... ¡es muy valioso!, usted goza de gran reputación en Tel-Aviv, de ser justo en la valoración de objetos antiguos; he preguntado ¿sabe?, eso me han dicho... que suele ofrecer el mejor precio; le advierto que sé que es muy valioso y...

La interrumpe Joseph al hojear un poco y salir desde detrás del pequeño mostrador con dirección a la puerta, la cual cierra nerviosamente y echando las cortinillas vuelve tras la negra tabla que le sirve de frontera negociadora, mirando fijamente a la mujer le pregunta: ¿Por qué lo vende?

- Necesito el dinero, qué se supone que pasa cuando alguien vende algo, no le voy a decir nada más, no me pregunte más; si quiere lo tasa, me da el dinero y me voy; no quiero preguntas que responder.

- Este libro es muy antiguo, señora, está escrito en arameo o sanscrito, no sé indicar de qué trata, debemos datarlo, estudiarlo antes de decidir su precio.

- ¡No puedo esperar! por favor dígame su oferta, preferiblemente en dólares americanos.

- Humm... quinientos dólares - resuelve Joseph tras mirar fijamente el manuscrito.

- ¡¡Quinientos!! ¡Sabe que vale mucho más!

- Sin preguntas este libro vale quinientos dólares, señora - masculla seriamente Joseph a quién no gustaba la mujer pero sí el libro.

La extraña se le queda mirando fijamente pensando que aquel hombre no cumplía con las expectativas que de él traía, con la boca apretada y sin disimular su enfado pregunta: ¿me dará el dinero ahora?

- Sí señora. - contesta.

- Está bien. - concluye la mujer."

Joseph miró por encima de sus pequeñas gafas acostadas en la punta de la nariz como la mujer se alejaba de la tienda calle abajo; qué rara le parecía, no solía hacer estos negocios, él era un anticuario serio con sus serios colaboradores pero intuía tener un pequeño tesoro en ese libro; volvió a entrar y cerró la puerta con llave, dándole la vuelta a un cartelito que ahora indicaba hacia el exterior 'cerrado' en varios idiomas; tras el soniquete de los cascabeles la tienda se quedó en el más absoluto de los silencios. Cogiendo el escrito pasó a la trastienda atravesando la pesada cortina que quedaba detrás del mostrador, el habitáculo en cuestión no era más que un cuartucho con millones de objetos en apariencia inservibles, un aseo no muy limpio, un frigorífico destartalado y una mesa con dos sillas, un pequeño ventanuco hacía las veces de tragaluz. La pequeña y vieja televisión en blanco y negro emitía imágenes de soldados americanos en la guerra de Irak con el volumen quitado.

Sentado delante del libro Joseph lo miró fijamente, lo acarició con la yema de sus dedos y lentamente levantó la tapa de grueso cuero oscuro, lo primero que llamó su atención fue que el manuscrito estaba compuesto de hojas de distintos tamaños y texturas, no eran de material homogéneo. No entendía nada de lo escrito sobre aquellas superficies, las lenguas no eran su fuerte, el reconocimiento de los materiales sí, por ello apostó quinientos dólares pero su conocimiento quedaba muy lejos de poder traducirlo; Joseph era un hombre honrado dentro de la honradez que su negocio le permitía; creía, y así ofertó, que quinientos dólares era precio magnánimo teniendo en cuenta la base táctil en la cual descansaba su decisión, además del riesgo que se intuye del nerviosismo de la mujer, no era descabellado pensar que acababa de adquirir una pieza robada; más acordó que si era valioso y reclamado llevaría aparejada recompensa y no dudaría un instante en devolverlo; también recuerda de casos en que verdaderos tesoros aparecieron en el mercado sin saber cómo ni quién estaba detrás de ellos; aquellos razonamientos apaciguaron su agitada conciencia.

Respecto a la traducción y tasación del libro sabía a quién acudir, conocía a la persona adecuada, amigo y colaborador suyo en las tasaciones de varios objetos de valor que habían caído en sus manos en tiempos pasados. Sabía a quién llamar y eso le tranquilizaba, no sabía por qué pero aquel libro le ponía nervioso. Lo cerró cuidadosamente y tras envolverlo en una gruesa y suave tela lo introdujo en una pequeña caja fuerte pegada a la pared que escondía detrás de mil cosas. Desde el teléfono colocado al lado de la cortina separadora marcó nerviosamente.

- ¿Universidad de historia? - preguntó al saludo desde el otro lado de la línea.