La Fábrika de Utopías - Capítulo 1


Al momento, notó como la sangre bajaba por su frente e inundaba sus cejas; se sintió mareado y cayó de rodillas sobre el asfalto. El ruido infernal que le rodeaba, se convirtió en un rumor sordo y alejado que no le afectaba; no así, el calor y la media asfixia que le provocaba la inhalación del humo de la munición lanzada por la policía. Notaba como crecía la sensación de vacío dentro de su cabeza, pero aún parte de su cerebro le indicaba que la sangre ya había llegado a su camiseta, empapándola; de rodillas y mirando al suelo, iba a perder el conocimiento.

No fue así, alguien había llegado corriendo, y arrodillándose a su lado, le alzó el cuerpo y derramó una botella de agua por su cabeza. Aquello despejó su mente lo suficiente para poder levantarse.

La muchacha se despojó de una de las tres camisetas que llevaba puestas y se la enrolló en la cabeza a Manuel; hacía presión sobre la herida con su mano izquierda; cargó el brazo izquierdo del chico sobre su espalda y con gran esfuerzo lo levantó.

- ¡Vamos tío!, vamos... muévete, te han cazado... ¡cabrones!, ¡hay que salir de aquí!, - gritaba la chica mientras lo arrastraba.

Tras los botes de humo, la UIP había cargado contra los estudiantes que alargaron la manifestación desafiando la orden de disolución; los estudiantes se estaban jugando su futuro por la ley Wert y su idea del reparto de becas era, simplemente, descabellado.

Disolverse, cuando la convocatoria a la protesta había tenido tan buena respuesta, no estaba en la cabeza de nadie.

Era una protesta pacífica y así seguía hasta la irrupción del humo entre los asistentes; entonces muchos corrieron hacia atrás tropezando de forma caótica con los que preferían quedarse y aguantar. Manu fue uno de los que se quedó; se escoró a la derecha buscando un claro de aire y se dio de bruces con el escudo de plástico de un anti-disturbios.

Lo siguiente que sintió fue un golpe seco en el lado izquierdo de su cabeza y el empujón que lo apartaba más a la derecha, retirándolo del camino de la columna de policías militarizados. Muchos respondían arrojándoles lo que podían y en ellos se concentraron.

Avanzaban a duras penas, los pies de Manu no hacían más que tropezarse con los de la chica; ésta era delgada pero de constitución fibrosa, la adrenalina hacía el resto. Por fin alcanzaron una de las calles que desembocaban en la avenida y doblaron hacia uno de los callejones que las unían; más oscura y tranquila que el resto, el ruido del caos urbano quedaba lejos, había coches aparcados sólo en ese lado de la calle donde estaban.

- Para, siéntate aquí - dijo, dejándolo caer en un escalón - a ver que te mire la herida, la sangre es muy escandalosa... bueno, aquí tienes para tres o cuatro puntos, no te vas a morir así que tranquilo, bébete lo que queda en la botella que voy a buscar ayuda.

Dobló la esquina pensando '¿dónde coño encuentro a Pedrojo?', corrió calle arriba hacia el ruido. Una sombra venía hacia ella, la luz de las farolas era tenue y los destellos breves en la cara del individuo, debido al reflejo de multitud de aros plateados que colgaban de la nariz y orejas, la tranquilizó.

- Coño, Pedrojo... ¡no me jodas... ¿me has visto?!

- Claro niña, yo no te quito ojo, joder; te vi correr y arrastrar a un chaval pero los 'perros' se me echaron encima, me ha costado un huevo pasarlos; bueno más bien un palo en el lomo ¿qué has hecho con el chico?

- Ven, está aquí detrás... tío, necesita puntos..., fijo. Por lo menos cuatro o cinco. Está de hospital... para que lo cosan.

- Déjate de hospitales, vamos a la punkoneta.

- ¿A tu furgoneta?, ¡¡me cago en la hostia!!... ¡tío no me digas que la tienes aquí!

Al volver la esquina, el hombre vio al muchacho sentado en el escalón con la cabeza hacia atrás, apoyada en la puerta de entrada al edificio, aguantaba con su mano la tela ensangrentada que no admitía más líquido rojo.

- A tres calles, vamos... a cinco minutos - dijo el hombre cargando con el chico - has tenido suerte de encontrar a Mar; killo, si tienes que esperar a una ambulancia vas listo, si es que esta niña es un ángel... si existieran claro... - medio bromeaba intentando tranquilizar al chico.

Y en verdad lo parecía; eso sí, con casi media cabeza rapada, los laterales concretamente; el pelo restante, teñido en tiras multicolor, caía a su libre albedrio hasta la altura del pecho. Y si en algo se parecía al concepto que se tiene de ángel, era por su rostro alargado, fino y blanco. Y el grado de belleza absoluta se encontraba en sus rasgados ojos azules.

Repartidos por su cara se contaban hasta cinco pequeños aros plateados, uno en el lado derecho del labio superior; otros dos, en la pared nasal y ceja izquierda y uno más en cada oreja. En el cuello lucía dos collares; uno de pequeñas bolitas de plástico redondas de colores y otro, un cordón negro con un emblema anti-nazi como medalla, concretamente una esvástica tras la señal vial de prohibido.

Le quedaban dos camisetas de bambula ligeras y voladizas, una de ellas abierta, las dos de varios colores aunque ahora presentaban una gran mancha oscura de sangre. Por los hombros desnudos caían los tatuajes en cascada hasta los antebrazos, que forraba con multitud de pulseras de cuero de distinto diseño y colores. Vestía una falda de la misma tela vaporosa y ligera multicolor hasta pasada las rodillas. La visión del 'ángel' se completaba con un par de botas militares rojas de media caña y puntera de hierro redondeada.

- Vamos chaval que ya llegamos - animaba Pedrojo mientras llevaba en brazos al muchacho sin muestra de fatiga alguna - ¿y tú cómo te llamas, picha?

- Manuel, me llaman Manu.

- Estamos..., yo soy Pedrojo y tu salvadora es Mar.

Manu hizo por verla caminando a su lado pues aún no le había visto la cara, hasta ahora el concepto que tenía de ella era por su dulce voz y las botas rojas; la sangre seca en los ojos le impedían ver con claridad y desde hacía buen rato sólo miraba al suelo.

- Gracias - atinó a musitar.

- Tranquilo, no te destapes la herida, mantén sujeta la camisa,... ¡Pedrojo, coño!, ¿Dónde está la 'furgo'?

- Joder, allí... al final de la calle ¿no la ves? - dijo y empezó a canturrear:

'Ten cuidado, no te fíes,

De bonitas palabras, que te engañarán,

Ten cuidado, con sus porras,

Te marcan el camino, por donde pasar'

Era una Volkswagen Joker T3 roja con más de cuarenta años y el óxido se hacía patente en los bajos y alguna esquina.

- Está enferma, como yo. Toma, coge la llave de la chupa y abre; debajo del colchón está el 'campingás', sácalo y lo enciendes antes de echar a Manu en la cama.

Con suma presteza, como si la furgoneta fuera suya, Mar alzó la parte delantera de la cama y la ajustó; ésta justo terminaba por donde se entraba, una puerta corrediza por el lateral derecho del vehículo. Una vez encendida la lámpara de gas, Pedrojo metió a Manu en el interior y lo sentó en la cama.

- Mar, ¡cierra todas las cortinas y enciende la hornilla!

- ¡Tío! ¡No jodas!... ¡lo vas a coser tú!

- Pues claro, lo he hecho mil veces.

- Vamos hombre, arranca y vamos a Urgencias.

- Está todo cortado Mar, a ver Manu... ¿tú qué dices? En la cabeza no duele tanto, la tendrás dormida por el golpe, pero mejor le echas un buen trago a esto, como en las películas de vaqueros.

- Vale - musitó y seguidamente le pegó un gran buche a la botella de whisky Dyc que le ofreció.

Mar, nerviosa, agarraba una cubeta de plástico a la señal de Pedrojo; confiaba en su amigo, aunque sabía de su habilidad, nunca se la había visto poner en práctica.

- La hornilla está encendida.

- En el cajón... coge la aguja nueva y ponla en el fuego, la punta sólo, un momento nada más. Bien killo, esto no tiene más de tres puntos ¿De dónde sacaste cinco?

- Yo que sé.... yo hago malabares.

- 'Tranki' Manu, tengo un kit de socorro nuevecito, algunos nos tenemos que cuidar solos.

Pedrojo hilvanó con habilidad la aguja de cirugía a pesar de sus gordos dedos; con suma presteza y con tres puntadas le cosió la cabeza a Manu, que sí que sintió la aguja penetrándole el cuero cabelludo; el alcohol y el agua oxigenada, que Pedrojo había utilizado para limpiarle la herida, habían sensibilizado bastante la zona, pero no protestó ni se inmutó; al revés mantenía la mirada fija en las botas de Mar, ésta estaba sentada en el sillón del copiloto que, volteado, miraba hacia el interior de la furgoneta.

A cada puntada recordaba el cartel con la palabra 'POLICIA', en azul sobre fondo blanco, contra el qué se estampó y la porra viniendo desde arriba hacia su cabeza. Un sentimiento de odio nació en su interior, pequeño, pero que en la tercera puntada estaba más que vivo.

Manu era un chico de diecinueve años 'normal', le gustaba la música y el deporte como a casi todos, estaba por terminar el bachillerato y acceder a la universidad; de familia media, su padre, de profesión albañil, llevaba en paro cinco años para seis; la crisis galopante que sufría el país se había llevado por delante su puesto de trabajo y a la vez, impedía que encontrara otro; de esto último, muchos culpaban directamente a las políticas de recortes del gobierno. Manu era bien parecido, moreno de piel, no muy alto y con una gran mata de pelo negro pero sin melena. Vestía con zapatillas deportivas, vaqueros y camiseta negra.

Terminado el trabajo, Pedrojo le indicó que se incorporara. Fue en ese momento cuando su mirada se fijó en el rostro de Mar por primera vez; al mismo tiempo, sintió una especie de pellizco en el estómago que no había sentido antes, Mar era bellísima. Durante unos segundos se mantuvieron la mirada sin decir palabra.

- A ver... quítate la camiseta, está empapada; por aquí tengo alguna limpia - indicaba Pedrojo, a la vez que rebuscaba en un pequeño armario del lateral de la furgoneta.

Inmediatamente, Manu miró a Mar durante una décima de segundo sin saber por qué, ella le correspondió con una bonita sonrisa. Sin decir nada, se la quitó y se la dio a Pedrojo, recogiendo la que le ofreció de manos de éste. El hombre extendió la camiseta para valorar la sangre empapada en ella.

- ¡¿The Beatles?! Vaya, te gusta la música por lo que veo, no hay otra explicación para que un chaval de veinte años lleve una camiseta de sus abuelos.

- Sí, toco la guitarra y canto - acertó a decir con un leve mareo en la cabeza.

Pedrojo se dio cuenta y le ofreció una pastilla.

- Toma, ibuprofeno, coge el agua. Tómatela.

Así hizo bebiéndose toda la botella que su 'médico' le había dado.

- ¿Y qué tocas?, ¿tienes grupo? - preguntó Mar.

- Éste va a lo 'indy' tostón - dijo Pedrojo basando su juicio en la camiseta del muchacho y las greñas que lucía.

- No, más bien rock progresivo, me encantan los Beatles, aprendí a tocar con sus canciones.

- Joder, pues habrá que escuchar algo algún día, que para el rock progresivo hay que saber tocar - sentenció Pedrojo.

- Vosotros sois punkis ¿no?

- Éste - explicaba Mar señalando al 'médico' con su pulgar - y ahora tú que eso dice tu nueva camiseta - reía mostrando una sonrisa clara que le hacía chispear los ojos.

Manu se la había puesto sin fijarse en lo que ponía, hizo por leerla por delante y reconoció el eslogan PUNK´S NOT DEAD pintado a mano.

- Por detrás pone: 'Sex Pistols y su puta madre' - le informó Mar.

- Es antiquísima, ya no me la pongo, no me cabe; además hace mucho que sólo escucho punk español - aclaró el viejo punki.

Pedrojo había dedicado el lado lúdico de su vida a la música punk rock. En 1977 tenía diecisiete años y la explosión punk en Inglaterra lo cogió de lleno. Se crió escuchando a los Sex Pistols, The Exploited, La Banda Trapera Del Rio y La Polla Record entre muchos. Su madre murió cuando él cumplió quince años y con dieciocho se fugó de casa, dejando solo al cabrón de su padre, llevaba casi cuarenta años buscándose la vida con la furgoneta. Vivió durante años en casas punk-okupa, su mundo se regía por la anarquía dentro de estos grupos, o sea, la solidaridad; pues de eso, según él, va la anarquía.

Un día, cuando era un chaval, uno de sus amigos le pasó el libro 'La Anarquía' de Errico Malatesta. Era del padre de éste, profesor de matemáticas; en la primera página, esa que siempre está en blanco, estaba escrito a bolígrafo lo que parecía una formula y un texto:

Si Lim Solidaridad(x,y) = ∞ à A

x à ∞, y à ∞

'Si el límite de la función solidaridad entre individuos, cuando las variables individuos tienden a infinito, es igual a infinito entonces: la anarquía'.

Lo que el muchacho interpretaba como: cuando la solidaridad entre las personas tienda a infinito, se conseguirá la anarquía. De puño y letra del propietario del libro se leía:

"Y éste es el problema: la solidaridad entre las gentes nunca tenderá a infinito. Se tropieza con la parte animal del ser humano: el egoísmo, hijo primogénito del instinto de supervivencia. La parte humana, la que hizo separarnos del mono, la inteligencia, apostó por la colaboración entre los individuos como medio de supervivencia y es, en la mayoría de las veces, aplastada por la parte animal. La inteligencia muy a menudo es pisoteada por el egoísmo, éste es quién alimenta el capitalismo y al poder".

Recordaba que alguien escribió una vez 'el hombre es lobo para el hombre'. Pedrojo se agarró a este razonamiento, pues su inteligencia y experiencia así se lo hicieron ver, y pensaba que eso sí que era luchar contra molinos de viento montado en un jamelgo.

La piel rubia de Pedrojo estaba arrugada y ennegrecida por el sol, los trabajos a los que podía aspirar eran todos a la intemperie; además vivía mayoritariamente en la calle, también influía los años y las drogas; medio calvo por la edad, de su antigua cresta sólo quedaba un mechón rubio que la simulaba, acabado en una media coleta 'rasta', algo así como un pepino pequeño de pelo enmarañado y compacto.

Entre la nariz, oreja y cejas lucía una veintena de aros plateados, de todos los tamaños, los más grandes eran como monedas de dos euros. Aquellos que habían alertado a Mar un rato antes. Al igual que pasaba con Mar, sus ojos azules se te clavaban con luz propia cuando se los miraba.

Vestía con su eterna cazadora de cuero negra con cremalleras plateadas por todos lados y una gran A mayúscula, dentro de un círculo de color blanco, en la espalda; una camiseta negra, hermana en edad, de Eskorbuto; unos pantalones pegados de tubo rotos por algunos lados, que se sujetaban sin correa, en su lugar llevaba una cadena de hierro medio oxidada de gruesos eslabones y cuyos extremos colgaban hasta media altura del muslo derecho, no paraban de tintinear a cada paso del hombre; los pantalones terminaban cuando empezaban unas enormes botas militares negras y destrozadas. Los tatuajes abundaban también por sus brazos e incluso por el cuello. Tenía media docena de pulseras en cada muñeca, todas eran distintas, de cuero con pequeños pinchos plateados o de cadena de bicicleta, llevaba un único anillo plateado con una A en el meñique izquierdo. Pedrojo decía ser de un pueblo de Málaga, pero hacía tiempo que se declaraba apátrida.

Mientras cogía tres cervezas de la nevera de plástico que estaba detrás del asiento del conductor, Pedrojo canturreaba:

'Documentao, estoy obligao

Como cualquier producto de supermercao'

Y lo hacía en un tono audible a su alrededor y bastante a menudo; lo cual, a veces, hacía que los que le rodeaban buscasen, entre las chapas de su chaqueta de cuero, el botón de <pause>. Sin venir a cuento, te cantaba una canción entera y a su ritmo, o sea, a toda velocidad, y si no le decías nada, te cantaba otra. Todas punks claro.

- Bueno compañeros, un rato de tranquilidad... ¿te duele?

- Un poco... pero es soportable.

Mar estaba sentada en el sillón del copiloto volteado hacia el interior, estaba así siempre pues Pedrojo vivía y se movía solo. Manu, echado en la cama, que empezaba al entrar en la furgoneta y hasta el final de la misma, se recostaba con una almohada sobre la parte derecha de ésta. Pedrojo se sentó en la nevera de plástico, en medio de los dos, en el saloncito que se formaba.

Manu, cogiendo la cerveza que su anfitrión le ofrecía, se fijó en cómo era por dentro la casa de su nuevo amigo; desde su posición, veía un armario alto para la ropa enfrente suya a la izquierda y haciendo pared con la cama; a su lado, hacia el conductor, un armario nevera con una mesa que se podía deslizar y a continuación una hornilla.

Encima de los muebles se distinguían los engranajes para levantar el techo. Luego se daría cuenta de la gran cantidad de escondites y recovecos que tenía y de que las cortinas rodeaban la misma, impidiendo que se viera desde fuera lo que ocurría dentro; éstas, por la parte interior, estaban llenas de parches reivindicativos con Aes dentro de círculos, chapas, fotos, logotipos de bandas punks, pegatinas antinazis..., en definitiva, cada cosa era un recuerdo; así que, allí estaba expuesta la vida de Pedrojo, que sólo él podía interpretar y que le recordaba quien era.

'Tengo unos enanos que no me dejan en paz

Rasgan mis entrañas al llegar la madrugá'

En el equipo de música actualizado sonaba la versión acústica de 'No se lo cuentes a nadie' de Envidia Kotxina, unos de los grupos favoritos de Pedrojo.

'O es que a nadie le importa si dejo de respirar'

- Ahí está, musiquita tranquilita, de momento..., así... bajita, que estamos en medio del 'fregao'... venga a brindar... ¡por la Anarquía! - dijo alegremente, alzando hacia el frente la lata de cerveza.

Después de chocarlas levemente, cada uno le dio un gran trago que sabía a tranquilidad.

- ¡Coño! Está caliente - increpó riéndose Mar.

- Y tú qué quieres, prenda...

- Oye, ¿por qué no me dijiste, cuando nos vimos en la manifestación, que te habías traído la 'furgo'?... y si me lo dices ayer, me podrías haber recogido en la fábrica...

- Que no iba a venir... que esto es mucho 'niño' para mí; no te molestes - dijo mirando a Manu y sonriendo; éste asintió complaciente sonriendo a su vez.

- ¿La fábrica?, ¿trabajas en una fábrica? - se atrevió a hablarle directamente a Mar por primera vez; hasta entonces, sentía una especie de vergüenza y no era por haber sido rescatado por una chica, era otra clase de vergüenza.

- No majo, vivimos allí - le contestó con una sonrisa burlona, sus cuatro años más le hacía ser poco condescendiente.

- ¿Y tú, dónde vives picha? - preguntó Pedrojo.

- En el barrio obrero del sureste.

Se estuvo fijando en él antes de empezar la carga, estuvo observándolo durante minutos porque simplemente le gustaba. Por ello, vio como el policía lo aporreó con todas sus ganas; como si tuviera que ahuyentar a un cocodrilo que quisiera atraparlo por su pantorrilla, esto es, como si reventar a aquel muchacho le librara de la muerte.

Aquella situación era totalmente nueva para él; en su instituto no había punkis, en su entorno no había símbolos anti-nazis, salvo los que veía de lejos pintados en las tapias y allí dentro estaba rodeado de ellos; desde luego que sabían quiénes eran los nazis, la extrema derecha, Franco y fachas en general, pero nunca había sido una de sus preocupaciones, ni siquiera estaban presentes en sus pensamientos.

Había visto en el instituto a un chico mayor que él, que iba siempre con una camiseta de Kaos Urbano; siempre estaba sólo, y a él sí le había visto en una camiseta el mismo logo que llevaba Mar colgado del cuello, una esvástica tras el signo vial de prohibido. En el barrio había una pandilla de chicos a los que les gustaba el punk pero eran pocos, allí abundaban los raperos, 'poligoneros' y 'chonis'.

Pero una cosa es 'gustarte' el punk y otra 'serlo'. Y el hombre que tenía sentado delante, y que le había cosido la cabeza, parecía serlo. Y el ángel también.

- Yo hago malabares en el centro y vivo de okupa en una de las fábricas abandonadas del extrarradio; Pedrojo vive con nosotros, bueno a nuestra vera, cuando viene a Madrid. Vivir, vivir... vive en España entera.

- Buena presentación, y me gano la vida con mis trapicheos - dijo Pedrojo riéndose mientras señalaba al fondo un gran montón de camisetas y una enorme bolsa llena de pulseras de cuero, luego mirando a Mar añadió: ¿Quién se va a hacer un porrito? Y empezó a canturrear

'Y la niña mira el petardo

Y 'aluego' me mira a mí'

Acompañándolo de las palmas correspondientes.

La destreza de Mar haciéndose el porro era admirable, como si de un robot se tratara iba desarrollando cada fase con precisión milimétrica. En un santiamén estaba encendido.

- Bueno, cuéntanos ¿y tú qué haces? - dijo Mar sacando a Manu de su ensimismado pensamiento, en el que se había introducido viendo a la chica hacer el porro; se había quedado como hipnotizado.

- Yo espero seguir estudiando, depende de la beca y por eso estoy hoy aquí. En mi casa la cosa pinta chunga; mi padre está en el paro desde hace tiempo, y ni él, ni mi madre, encuentran trabajo. Así que no sé..., como os dije antes, toco la guitarra con unos amigos, mi vida no es tan interesante como la vuestra.

- No digas eso, el interés lo pone cada uno, tu vida es una vida normal y estoy segura de que esconde algo interesante - animaba Mar, que vio como al muchacho le costaba hablar de su familia y estaba claro el motivo.

Al momento saltó el <play> en Pedrojo que canturreó de nuevo y esta vez más alto en lo hasta ahora oído por Manu

'Te olvidaste de matarme al nacer,

Y he vivido,

Odiado y perseguido'

- Eso es de Kaos Urbano ¿no?, esa la conozco. Son de aquí, lo vi en la camiseta de uno del 'insti' y me lo bajé.

- ¡Bien!, - exclamó alegremente Pedrojo - ya empezamos a entendernos.

Los tres rieron juntos por primera vez, pegándole un gran buche a la cerveza caliente dijo solemnemente:

- El cannabis, la droga milenaria que, según algunos, usó el mismo Jesús para calmar a los 'endemoniados' que padecían de ataques de epilepsia; los frotaba con aceite de marihuana y el efecto calmante hacía el resto; nos ha jodido el puto Jesús, con esas pintas de hippy, le pegaba a los porros fijo.

Todos rieron de nuevo

- Pero... ¿sabes una cosa?, - se envalentonó Manu - el otro día me baje de internet un libro que se llama 'El Cabo Suelto de Dios', y decía eso que tú acabas de decir y además que lo pone de farsante, y lo imagina... que te lo crees. Además dice, y eso lo miré después en internet, que sus ideas primigenias eran la de la revolución contra el imperio romano y están muy cerca de los postulados de la anarquía en términos de solidaridad, os gustaría seguro.

- Vale, intentaremos conseguirlo - dijo complacida Mar, al comprobar que su protegido leía y se interesaba por esos temas, además le gustaba el brillo de sus ojos cuando hablaba de algo con pasión.

- Sí, el autor deja bajarlo libremente sin coste alguno en 'pdf', eso sí, si lo quieres hecho libro, hay que pagar.

- 'Killo', ahora que lo dices, 'amaos los unos a los otros' lo dijo Jesús y los curas le agregaron 'pero sin mariconadas y los niños para nosotros'.

Otra vez volvieron a reír olvidando por completo el mal trago que, hacía apenas una hora, habían tenido que pasar.

- ¿Y vosotros, por qué estabais en la manifestación? - preguntó Manu, que no veía como aquellas dos personas encajaban entre los estudiantes.

- Apoyando Manu; tío, te parece poco que pongan la puta religión al nivel de las matemáticas; si tuviera un hijo no me gustaría que el estado me lo educara de esta manera - le contestó Mar.

- Ese no es mi problema; yo no tengo, ni tendré hijos. Dar vida es dar muerte, hermano; además, la vida es un mierda, un engaño; yo he venido a hacer bulto, por solidaridad sólo y además, traía a uno y sabía que Mar estaba aquí, así que me dije: 'si la veo me la llevo para la fábrica'.

No le dio tiempo a asimilar los motivos de cada uno, una punzada en la cabeza hizo arrancar una muesca de dolor en el rostro de Manu. Pedrojo se dio cuenta y le cantó en voz baja:

'Perros de la ley

En verdad os digo

Sois unos bastardos'

- Y que lo digas - intervino Mar - a una orden del dueño los perros atacan.

- Y les da igual machacar al compañero de pupitre de su hijo y eso es decir al suyo mismo, porque en la que lían... ¡no me jodas si reconocen a alguien!, ¡cabrones! - espetó Pedrojo.

- Yo sólo quería protestar por lo que creo una ley injusta y... me apalean... sin venir a cuento...- decía mientras los ojos se le llenaban de lágrimas sin llegar a desbordar en lloro y es que la impotencia se había comido su corazón.

- Venga tío para arriba. Si es que van sembrando odio, joder - dijo Mar, en empatía con él mientras le cogía la mano, se mantuvieron la mirada por unos segundos y se sonrieron mientras escuchaban de fondo:

'¡Acaba ya! De aquí sólo sacarás lo que metas nada más

Acaba con sus leyes y con sus privilegios

Acaba con sus bienes, acaba con tu infierno

Ellos tienen el poder, ellos tienen el dinero

Lo que les puede joder

Es el odio del obrero'.