La Fábrika de Utopías - Capítulo 16
'Recuerda que el padre cayó a escasos metros del hijo', se convirtió en un suicidio muy mediático durante varios días; eso explicaría las cien mil personas que acudieron a la manifestación anti-desahucio. El lema que rezaba en la pancarta de la cabecera era: 'NO MÁS DESAHUCIOS', en grandes letras negras sobre fondo blanco.
La presencia de Manu portándola en primera fila fue idea de Carlos, este iría junto a él y junto a ellos se colocarían el resto de los miembros de la plataforma, no pudieron evitar que se les colara algún que otro político de izquierdas.
Esos 'escasos metros' habían removido conciencias, el apoyo fue masivo y Manu se había convertido en esos días en 'el hijo de España'. Fueron cientos las llamadas para hablar con él y ninguna las correspondidas. Ahora mismo, a Manu todo le daba asco. Al frente de la manifestación, a la que acudió por intensa presión de Carlos, el agobio era tremendo; miraba la nube de fotógrafos que caminaban de espaldas frente a él. Se evadía recordando la letra de la que era una de sus canciones favoritas:
'Unos nos arrastramos y otros sueñan con ello
Unos que desesperan, otros se suicidan
Buscando una manera, de librarse de esto
De una vida de esclavos, en el siglo veintiuno
La vida de los esclavos, en el siglo veintiuno.'
Tatareaba en su mente, ajeno a lo que pasaba. No esperaba ver a Mar y los demás, sabía que estarían en la manifestación pero no en las primeras posiciones, recibió un correo de Mar diciéndole que estarían en la cola de la protesta. Al que sí echaba de menos era a Pablo, esperaba que estuviera allí junto a él y no era así.
Era una manifestación pacífica como todas, transcurrió sin incidente alguno hasta la llegada al final de la misma. Se debía leer un comunicado en un pequeño escenario habilitado para ello. A su lado varias unidades de la UIP. Se había llegado con mucho retraso y la policía instaba a la brevedad del acto. Carlos leyó un manifiesto contra los desahucios y casi no lo dejaron terminar. Finalizó con protestas de los integrantes de la plataforma, la policía procedió a disolver a la gente para que no dieran ocasión a altercados. Una fila de policías, hombro con hombro, avanzaban lentamente hasta tropezar con la gente. Empezaron los empujones. Por la parte trasera de la manifestación la gente se disolvía. En la parte media, los más comprometidos persistían en seguir con la protesta. La policía avanzaba y sólo se encontraba con gente a la que no convencían las porras. Aquello desembocó en rotura de lunas de bancos, cajeros automáticos y mobiliario urbano por parte de muchachos encapuchados. La policía cargó contra ellos y en quince minutos, aquel cruce de calles era el escenario de una batalla urbana.
Manu iba con Carlos, salieron de allí apresuradamente y sin incidentes. Desde lejos veían a los encapuchados, todos vestidos de negro y con la cara tapada, con pasamontaña o pañuelo palestino; el caso era no revelar su identidad. Lazaban toda clase de objetos a la policía, cualquier cosa que pesara. Se arrancaban adoquines del suelo para ese menester. La policía respondía con pelotas de goma y botes de humo. El ruido era ensordecedor, propio de una batalla cuerpo a cuerpo, muchos gritos sobre todo lo demás, gritos de una multitud en guerra.
El sonido de aquello era conocido para Manu, de hecho era idéntico al vivido meses antes, pero esta vez pudo ver lo que pasaba. Hoy veía como todo el que la policía atrapaba, era apaleado y conducido a un furgón. No había distinción, encapuchado o no, la gente era detenida. Cuando la balanza cayó del lado de la policía, los manifestantes más violentos huían por donde podían, cualquier calle que desembocaba en la gran avenida era útil.
Manu y Carlos salieron por una de ellas, metiéndose de lleno en las callejuelas del casco antiguo. Tras cinco minutos callejeando, al doblar una esquina se dieron de bruces con Pablo; llevaba toda la cara arañada y un chichón enorme encima del ojo izquierdo. Llevaba puesta una sudadera negra con capucha. Los tres se sorprendieron de la casualidad, aunque se explicaba en la búsqueda de la misma boca de metro para regresar al barrio.
- Hoy me han dado a mí - bromeaba Pablo.
Manu lo miraba sorprendido, Pablo nunca había sido una persona violenta y ahora comprobaba, que esa noche, había sido uno de los encapuchados.
- Tío, cómo se te ocurre... - recriminaba Manu
- Sí Pablo, la violencia no es el camino - insistía Carlos que lo había conocido días antes.
- Dejaros de mierdas - respondió abruptamente - sabéis muy bien que a los políticos se la sudan las manifestaciones.
Se hicieron unos segundos de silencio entre los tres. Caminaban lentamente con la cabeza agachada. Parándose, Pablo tenía la palabra, mirando a ambos.
- A ver, tíos, cuantas manifestaciones como ésta ha habido antes de que tu padre se suicidara, dime Carlos ¿cuantas veces habéis ido con la protesta... incluso al congreso?, ¿os han hecho caso?... ¿está Manuel vivo? - decía, mientras se le humedecían ligeramente los ojos -... que Manuel era un tío de puta madre, ¡joder!... que los asesinos de tu padre son este puto sistema y el puto estado que se lo permite... que sí tío, que a tu padre lo han matado...
Comenzó a llorar descargando la tensión de minutos antes. Manu alzó el brazo para poder rodear el cuello de su alto amigo.
- Venga... vamos para casa, te han dado bien ¡eh! - decía intentando animar a su amigo.
Localizaron la boca de metro y la hallaron abarrotada, habrían de dejar pasar un convoy y coger el siguiente. No rehusaron hablar mientras esperaban sentados en un banco de la estación subterránea. Pablo en medio.
- Pablo - hablaba Carlos - en parte llevas razón, pero también hemos conseguido parar bastantes desahucios, la lucha es la perseverancia. Con la violencia se engendra violencia, y esto es algo que se dice desde hace bastante tiempo, sólo encontraras lo mismo en la otra parte... y los dos pierden.
- ¡Joder que no!..., violencia es lo que ellos hacen y aquí sólo perdemos los mismos, el pueblo es el que paga los platos rotos; el padre de Manu ha rescatado al banco que lo hecha de su casa... ¡por favor!... ¡a la mierda!... hay que darles, si me cargo un cajero automático, alguien pillará algo por restituirlo... y el que pone cristales también.
- Eso se la suda también - decía Manu - ¡tú sabes lo que ganan! Seguramente que habrá una 'partida contable' presupuestada para estos incidentes y tú te la juegas por nada, te trincan, al trullo... y ellos se seguirán riendo.
- Manu... ¿y qué?, 'encontraran mi cadáver abrazado a mi maldita dignidad' como dicen Envidia Kotxina. Además, imaginaos... de la noche a la mañana aparecen todos los cajeros automáticos de España con la pantalla hecha añicos, ni una sola denuncia, nadie ha visto nada... pero todos, desde el que está al lado de tu casa hasta el de la plaza del pueblo más perdido de cualquier sierra. Ni uno vivo, todos rotos, con un cartel cada uno que ponga 'no más desahucios' y nadie sabe nada de nada, como si de magia se tratara. Sólo hay una explicación: el pueblo pega un palmetazo encima de la mesa.
- Se puede presionar sacando el dinero de las cuentas, todos a la vez... eso les hace daño de verdad - decía Manu.
- O mala publicidad, la no recomendación, su peor enemigo es la competencia - sumaba Carlos.
- Y que otro se lo coma caliente, no tío.
Los tres callaron, el ruido con eco de la estación de metro los hizo ensimismar cada uno en sus pensamientos, y los tres, en un gesto muy común entre los humanos, miraban al suelo.
'Así que lárgate
Que esta vez hemos venido a por todo el pastel
Nada de medias tintas,
Ya se acabó
Queremos nuestra guillotina en la Puerta de Sol'
Rapeába en voz baja Pablo. Las mezclaba.
'Y que el miedo lo sienta el gobernante
Él, y el asesino de elefantes
El miedo va a cambiar de bando
No desesperes sigue protestando'
Una punzada de dolor, que le recordó el chichón, le cruzó la cabeza.
- ¡Putos maderos!... perros - maldecía con la mano izquierda sobre su ojo.
- Estos sí que se pasan - dijo Carlos saliendo de su particular trance.
- Es que son como robots - decía Manu mirando al convoy que pasaba en dirección contraria - no sé cómo los adoctrinaran para que se líen a palos de esa manera. Les da igual que sea una persona mayor de sesenta años o una muchacha de quince, en medio, los demás. Les dicen que ataquen y atacan contra su propia gente, que en el noventa y nueve por ciento de los casos es inofensiva y están indefensos. Sólo están protestando, ejerciendo su derecho como ciudadano. Tío, yo creo que les ordenan cargar contra su madre y su hija, y lo hacen.
- Pues eso, como los perros. Perros de la ley - sentenció Pablo - de su ley.
En ese momento llegó su tren. Una vez dentro, agarrados donde podían, se hizo el silencio, cada uno miraba donde su cabeza había quedado posicionada; el vagón iba repleto. Manu veía el reflejo de Pablo en el cristal de la ventana. No lo reconocía, quizás no lo conocía lo suficiente y Raúl había dado con una faceta desconocida para él. Aunque lo hubiera adivinado, viendo las bandas Oi! y Hardcore Punk que últimamente escuchaba su amigo. 'También crecemos y experimentamos' pensaba. Sus padres eran muy amigos, estaban siempre juntos y por ello los dos se criaron juntos. Manuel era como su tío, entendía que ése fuera el detonante de su postura. Pensaba en la culpa del sistema, pensaba en lo que Pablo había dicho pero seguía creyendo que la violencia no llevaba a ningún lugar, 'sólo con una educación libre, en pos de la solidaridad' recordaba a Pedrojo, 'pero como vencer el egoísmo nato'... 'raza humana especie fallida' deliberaba mientras el tren traqueteaba de estación en estación.
Carlos hizo trasbordo en la segunda parada, su destino era otro, los dos amigos se quedaron solos, en medio de toda la gente que seguía abarrotando el vagón. Muchos eran vecinos suyos, alguno reconoció a Manu pero nadie le molestó. El barrio Sur era el destino de todos ellos.
Una vez en el exterior, el aire fresco de la noche terminó de posponer toda discusión.
- Mañana quiero ir a la 'fábrica' ¿vienes? - invitaba Manu.
- No puedo, he quedado con Raúl en la Kantina.
- Ya, a echar cuentas... a hacer balance.
- No, tío, no va de eso, esto no va de eso y tú lo sabes.
- Vale, perdona.
- Me han propuesto formar parte de una banda, en plan Gatillazo ¿Qué te parece? - explicaba Pablo.
- De puta madre, qué me va a parecer... el listón está alto. ¿Cuándo te lo dijeron?
- Ayer.
- Es qué como eso no es lo tuyo, no sé... - le dudaba - tronco, el 'punk' es la leche, pero no dejes el 'clásico' que tú eres un máquina.
- Compañero, el punk lo toco yo con la punta de la polla... - los dos rieron, era capaz de hacerlo literalmente, pensaba Manu 'a lo Distorsión' - lo que me preocupa es la actitud.
- ¿Actitud?..., después de esta noche ya estas bautizado.
Los dos rieron a carcajadas, apagaban de su cabeza el chirriante sonido de las sirenas de los furgones de la policía.
Pablo siguió recto por la misma calle, Manu dobló la esquina enfilando la suya, de lejos veía aproximarse su portal, una farola alumbraba directamente sobre el lugar donde impactó su padre. Inevitablemente, las lágrimas abordaron sus ojos al ver la mancha oscura de sangre que se resistió a salir del asfalto. Se acordó de arreglar la calle y borrar toda huella, pero esos trabajos todavía no habían empezado.
Ahora tocaba entrar en su casa; la luz apagada en toda ella y en el salón sólo la luz del destello del televisor. Su madre lo esperaba, tenía instrucciones muy precisa de volver en cuanto el acto final terminara, lo llamó pero no le cogió el teléfono.
- Hola, ¿cómo estás? - saludó Manu dándole un beso.
- ¿Por qué no me has cogido el teléfono?
- El teléfono... - recordaba - sentí la vibración cuando me encontré con Pablo y se me pasó mirarlo. Ya venía para acá...
- Creía que te había pasado algo, hijo. Acuérdate de la última vez.
- No me va a pasar dos veces.
- Hijo, que el destino no mira para atrás.
- ¿Y la hermana?
- Acostada, no hagas ruido.
- Mañana vendrá Carlos a hablar contigo por la tarde, yo quiero ir a ver a Mar.
- ¿Cuándo me la vas a presentar?
- Ya veremos, es sólo una amiga.
- Sí una amiga... ya le he dicho a tu padre que... - calló tragando saliva.
- Es un poco mayor que yo... y un tanto especial, pero seguro que te gustará - dijo dándole un abrazo y un fuerte beso en la mejilla.
- Sí, seguro.
- Voy a acostarme, hasta mañana - dijo abandonando el salón.
- Hasta... ¡cómo que mayor que tú! - gritó Lucía en silencio para no despertar a la pequeña.