La Fábrika de Utopías - Capítulo 29
Aparcaba la 'punkoneta' donde siempre, a pesar de la remodelación total de la fábrica, el acceso a su sitio permanecía invariable; parecía haber sido preconcebido así, pues, todo lo demás había cambiado.
Habían pasado cinco meses de la visita de Pablo y casi tres años desde que recibieron la orden de desalojo. El inmueble, y todo lo demás, eran distintos, esperaba que las personas no lo fueran.
Aquello estaba bastante animado; era martes y eran las once de la mañana; el viejo portón ahora era automático y se plegaba hacia arriba. Las gentes entraban y salían, nadie parecía sorprenderse de su pinta, se había acostumbrado a que lo miraran por dónde pasaba al sonido de las cadenas, allí pasaba desapercibido, eso le indicó que estaban acostumbrados a gentes como él.
Las grandes letras de 'Okupa' recibían al recién llegado, desde la gran pared de la izquierda que se levantaba al lado de la puerta. Debajo de ésta, una larga barra delimitaba un gran bar con mesas y sillas. El suelo cambiaba según la zona, desde grandes losas rústicas, a juego con la arquitectura de ladrillos vistos de los muros, hasta el cemento pulido. Ni rastro de las oscuras máquinas. Allí dentro parecía estar fuera, de la claridad que inundaba la nave, el techo se había modificado con grandes tragaluces.
Enfrente un impresionante escenario se levantaba majestuosamente, bordeado por dos torres de altavoces a cada lado y cientos de focos por encima. El control de esto se encontraba enfrente, en una pequeña torreta. En ese momento tres personas montaban una batería.
La distribución de los grandes espacios era organizada por plantas, de un vistazo podía parecer un jardín botánico. Recordaba el gusto de Mar por las plantas.
Lo que antes estaba repleto de máquinas oxidadas, ahora eran locales de ensayo; un ancho pasillo llevaba hacia el bloque vivienda, a su derecha un enorme rectángulo transparente encerraba medio estudio de grabación, todo su interior se veía desde cualquier punto; el otro medio se ocultaba en un cuadrado que parecía de corcho. En la parte transparente, dos chicos manejaban una enorme mesa llena de botones y tres chicas pasaban con instrumentos hacia la parte de corcho.
Desde los enormes locales de ensayo salía, de vez en cuando un sonido atronador; cuando alguien abría una puerta para salir o entrar. Se dirigió a uno de ellos, aprovechó que alguien salía para meter la cabeza, no pudo ver nada, estaban doblemente aislados; había que pasar a otro amplio cuarto donde estaba la banda. Sólo se escuchaba una guitarra y una voz femenina muy cálida que reconoció enseguida. Se atrevió a entrar y se tropezó con un cochecito de bebé, dentro dormía una linda niña de pelo negro rizado.
- Se llama Manuela, querido amigo - le decía Darío que lo veía parado mirando dentro del carro.
María abrió los ojos y se abalanzó hacia Pedrojo con un grito de alegría que despertó a la pequeña. Corrió hacia él y lo abrazó. Darío, más comedido, se le acercó y abrazándolo fuertemente le decía:
- Dichosos los ojos.
- Me alegro de veros - correspondía Pedrojo - ¿Cómo lo lleváis?
- No sé si darte las gracias o molerte a palos... - sonreía Darío.
- Las cosas van saliendo como...
- De puta madre... no le hagas caso - cortaba María - sabemos lo que has pasado, sentimos lo de tu madre y me alegro mucho de que hayas vuelto ¿has visto lo que Mar ha montado?
- Con vuestra ayuda imagino...
- Todos hemos currado un montón, pero con la tranquilidad que da el dinero hasta tenemos una cría - explicaba Darío - lo que es de agradecerte.
- Aquí no hay que agradecer nada. Las decisiones se plantean y se toman... se van doblando esquinas.
- Pues tras una nos encontramos con estoooo - decía empalagosamente María mientras sacaba a Manuela del carro, manteniéndola en brazos cerca del recién llegado - mira tito Pedrojooo, ¿a qué es guapa?
- Sí que lo es... todos lo son.
- Dale un besito...
- Déjame de niños, sabes que no me van... - dijo Pedrojo sin contrariar en nada a la pareja, ya lo conocían.
- Estábamos ensayando, vamos a grabar un disco de nanas - informaba Darío.
- ¿Y eso?
- Manuela se queda dormida enseguida cuando María le canta y nos pareció buena idea.
- Podíais inventar las nanas-punk, cosas más raras se han visto.
- El punk no es para niños - increpaba María
- Ya, era broma... bueno ya hablaremos más tranquilamente... ¿Mar está arriba?
- Sí, no baja apenas; hace una semana que no sale de su habitación, sólo para lo imprescindible - informaba Darío.
- ¿Cómo está?
- Jodida, que te lo cuente ella...
- ¿Y vosotros? - preguntaba Pedrojo que aún no se había convencido de que sus dos amigos le guardaran algún tipo de rencor.
- Por nosotros no te preocupes en absoluto, Manuela no estaría aquí sin ti, así es que eres 'tito Pedrojo', te guste o no.
- Claro que me gusta... gracias... bueno ya hablaremos... voy a ver a Mar - dijo con una sonrisa preocupada.
- No te preocupes... diga lo que te diga, en el fondo es la misma de siempre.
- Eso espero.
Se despidió con la mano olvidándose de Manuela, salió de la segunda habitación al espacioso recinto interior de la fábrica; se quedó mirando hacia arriba y dándose cuenta por primera vez de lo alta que era aquella estructura, ahora restaurada e iluminada; todo aquel enorme salón diáfano, desde el estudio de grabación hasta el escenario del directo se encontraba claramente iluminado y así mostraba su grandiosidad; antes, la penumbra y la oscuridad de las máquinas, no hacían que se percibiera la magnitud de aquel inmenso local.
Todavía tuvo que andar un ancho pasillo con suelo de goma hasta las escaleras de la antigua casa okupa. Estaba idéntica, a partir del primer escalón todo era igual que antes, esa estructura de ladrillo y hormigón de las oficinas no se había tocado; por todos lados permanecían los carteles de conciertos y convocatorias a huelgas. Las pintadas eran las mismas. Eso le reconfortó.
Llegó a la segunda planta, donde se encontraba el gran salón de reunión, trabajo y fiestas. La cafetera permanecía en el mismo lugar sobre la hornilla nueva, se sonrió de qué así fuera. No había nadie por allí y se dirigió al cuarto de su amiga.
Mar miraba fijamente la pantalla del ordenador, un porro ardía en su mano izquierda, el humo ascendía penetrándole en los ojos pero ella no se inmutaba. Veía su rostro reflejado en la pantalla negra, tras el logo de La Fábrika de Utopías, mientras el sistema arrancaba; pudo distinguir muy bien unas demacradas ojeras y cómo su pelo caía aplastado sin vida sobre sus hombros. 'El sueño está vivo pero yo me estoy muriendo' pensaba, debía dar las ordenes de concesión de un millón de euros a cada uno de los cien expedientes que tenía al lado del ordenador. Tras ella descansaban otros tantos que no le inspiraron la confianza necesaria. Esas decisiones la tenían enferma. Apenas comía y no dormía pensando en lo arriesgado de la distribución del dinero; en realidad no sabía dónde iba a parar; no podía verlo inactivo en su cuenta y tampoco regalarlo a cualquiera.
Además hacía una semana que el saldo de la cuenta había subido a treinta mil millones de euros. Al pedir explicaciones sobre ese dinero, fue informada del fallecimiento de Peter Bowers; que era la herencia de Pedrojo y que ésta fue aceptada al firmar el contrato de la Fundación, asimismo le recordaban que sus servicios estaban supeditados al fin de la vida de Lucius Vinopoulos, cosa que no sabía y qué le impresionó por la frialdad con la que se lo comunicaron. Al conectar con el banco, el saldo que se reflejaba en la pantalla no se leía a la primera. Siempre que veía el saldo se acordaba de Pedrojo y deseaba échaselo a la cara.
Sonaron dos golpes fuertes en la puerta, detrás suyo.
- Pasa... está abierta - decía mirando al ordenador mientras activaba el salva pantallas.
La puerta se abrió pero nadie hablaba; Mar se dio la vuelta y de pronto se encontró con la multitud de aros plateados que adornaban el rostro de Pedrojo. Los ojos se le abrieron de par en par, de un salto se abalanzó sobre él, después de aporrearle el pecho con los puños y antebrazos, se abrazó a su amigo colgándose, literalmente, de su cuello; sin decir nada comenzó a llorar. Pedrojo no pudo aguantar la emoción y sus ojos se humedecieron ligeramente.
- ¿Qué haces aquí pedazo de cabrón? - le increpaba Mar mientras le besaba las mejillas.
- Alguien invocó a la solidaridad...
- ¿Qué?
- Nada... mi padre ha muerto y algo es distinto. Vengo a pedirte perdón y a ayudarte si me dejas.
- ¿Sabes que en la cuenta de la fundación hay treinta mil millones de euros de tu padre?, ¿sabes que me estoy volviendo loca?... mírame... - le informaba con los brazos abiertos, tras unos segundos de silencio en los que los dos se observaban mutuamente - No importa, has vuelto... hiciste lo que debiste. La vida te busca, no hace falta buscarla. Aquí estoy, inmensamente rica y atrapada en esta fábrica con mis ideales. Para tres años y estoy agotada... y ahora más.... he llegado a odiarte ¿sabes?
- Vengo a sacarte de aquí.
- ¿Sí?... si me quisiera haber ido, ya lo hubiera hecho.
- Te pido salir de aquí, no que abandones tus ideales... sabía que mi padre te dejaría más dinero, un pastizal; sigo sin querer saber nada de él. Pero no puedo ignorarte más a ti. Mi padre, por fin, está muerto; no sé... pero me siento liberado en cierta manera... déjame ayudarte a crear La Fábrika de Utopías por todo el planeta; primero Europa y luego América de Sur... unos pocos de años vagando por ahí
- ¿Estás loco?
- Ésta, de Madrid, no es más que el principio, Mar has superado la prueba con nota. Me han dicho que ésta va sobre ruedas... conocemos gentes por muchos países que comparten tu inquietud. Tú y yo solos, en la 'punkoneta', como antes, nos entrevistaremos con todas las casas okupas que conocemos; nos enseñaran más.
- Franquicias... como el Mc Donalds... - sonreía Mar - pero aquí se sirve la autogestión como único plato del menú. Demostrar que poner las estructuras públicas, de uso libre, al servicio del pueblo no es una utopía - empezaba a valorarlo.
- Que la solidaridad entre los individuos, usuarios de las mismas, contribuya a su mantenimiento y buen cuidado. Expandir tu idea, no te quedes sólo aquí; tienes los recursos y puedes.
- Tenemos.
- No, cariño, yo no quiero saber nada del dinero; esa seguirá siendo decisión tuya. Si te ilusionas nos vamos esta tarde.
- A dónde... ¿Berlin, Amsterdam...? - bromeaba Mar, que no lo veía.
- No, donde hace más falta hoy... empezaremos por Portugal y Grecia.
Su amiga estaba bastante mal, se miraba en un espejo vertical que tenía junto a la puerta; demacrada, la raída camiseta negra de Eskorbuto le quedaba enorme, y con oscuras ojeras que le hacían pensar que parecía una yonqui. Volver a la vida anterior podía considerarse que era volver a la vida otra vez. Tras unos segundos de silencio.
- De acuerdo..., te presentas aquí y en lugar de mandarte a la mierda, me voy contigo, después no digas que no te quiero...
- Ese es el problema pues si yo no te quisiera a ti... nada de esto te hubiera pasado - decía sonriendo Pedrojo.
- Quien bien te quiere, te hará llorar.
- Eso dice el refranero.
- Pero... ¡ya!, ¿esta tarde mismo? - dudaba Mar.
- Sí, delega en Darío y María, seguro que toda esta tecnología os mantendrá comunicados permanentemente.
- No lo sabes bien... me tengo que llevar este negro, una 'tablet' y un móvil.
- Ni se te ocurra coger dinero, yo tengo algo... con eso tiraremos y si no, ya veremos...
Mar olvidaba que Pedrojo vivía supeditado al día a día olvidado por ella; volvería a esa vida y lo haría con gusto. Optó por coger una de las tarjetas doradas pero se lo pensó mejor y no lo hizo; el razonamiento 'para una emergencia' no valía, pues vivirían en permanente emergencia; Pedrojo no dejaría que la usara, si eso iba en beneficio suyo.
Así que cogió un poco de ropa, vestidos de colores que tenía olvidados, unas pocas de bragas y dos pares de gruesas calcetas.
- Esa camiseta la dejas aquí - le dijo Pedrojo sentado en la cama.
Mar miraba en el espejo la camiseta de Eskobuto que Manu le había regalado en el Aupa, sabía a lo que se refería su viejo amigo. Dejar no sólo a la camiseta sino al recuerdo obsesivo.
- Imagino que sabrás lo de Manu - dijo no pudiendo evitar más el tema.
- Sí... qué decir que no se haya dicho ya, lo siento mucho... pero no será el último inocente que muere a manos de un policía; esta vez nos tocó a nuestro lado... a jodernos.
- 'Policía asesina'... avisados estáis... - decía Mar con mirada furiosa al espejo; de un violento movimiento se quitó la camiseta quedándose desnuda de cintura para arriba, hizo ademan de arrojarla al suelo pero finalmente la dejó suavemente sobre la cama sin dejar de mirarla, luego miró a Pedrojo y salió por la puerta dirección a la ducha.
Al cabo de un rato entraba en el gran salón; Pedrojo, agachado, preparaba café y charlaba tranquilamente con Darío, María daba el pecho a Manuela. Mar se paró a contemplar la escena; de pronto se dio cuenta de que la echaba de menos; ya, apenas hacían café en el salón, lo tomaban abajo, en la cafetería o de las máquinas expendedoras comunes de los departamentos de abajo.
Estaba radiante, había recobrado su luz natural; Mar desbordaba la belleza que siempre la había caracterizado. No llevaba su eterna camiseta negra de Eskorbuto regalo de Manu, sino un bonito vestido de color azul y sus olvidadas botas. Se había maquillado y su pelo le caía libremente por los hombros perfumando por donde pasaba. Era más la presencia de su viejo amigo que el nuevo proyecto que se le planteaba.
- ¡Vaya cambio! - exclamó María - tenías que haber venido antes Pedrojo.
- Estás más guapa - admiraba Pedrojo.
- Y tú más viejo - bromeó Mar.
- Ley de vida, es lo que toca en cada edad, el punto de inflexión os espera... ya te llegará... ya.
- ¿Os lo ha contado Pedrojo? - preguntaba a Darío y María.
- Sí.
- ¿Y qué os parece?
- De puta madre, no te preocupes por nada, estaremos en contacto; Pablo nos puede echar una mano, seguro que se implica.
- El acceso a la cuenta de los gastos la hacéis desde vuestros portátiles; si necesitáis más os traspaso de la fundación, me llevo 'el negro'. Pero creo que todavía quedan cuatro cinco millones... ¿has visto? - se dirigía a Pedrojo - hablando de millones de euros como quien habla de 'chinas' de porros.
- ¿No se lo puedes dejar a ellos? - preguntaba Pedrojo con una sonrisa amarga.
- Tendría que dejarles mis dedos y mis ojos también; ya te lo explicaré en el viaje.
- Hay mucho de lo que hablar, hay que planear y ver... no podemos llegar diciendo que tenemos dinero; eso no deben saberlo nunca o nunca conoceremos de verdad a las personas.
- ¿Cuánto tiempo vais a estar fuera? - preguntaba Darío.
- Un par de años, quizás más - calculaba Pedrojo - ya se verá.
- Manuela, tita Mar y tito Pedrojo te van a ver crecer por ordenador - decía María a su niña de la manera más empalagosa que se pudiera imaginar.
- ¡Vámonos ya! - acuciaba Mar pegándole un gran sorbo al café - no me arrepienta... comemos por el camino.
Darío la ayudó con su carga, no había para Pedrojo, apenas llevaba nada. Acordaron que se lo dirían a Pablo y que ya conectarían por internet. Se despidieron y montaron en la 'punkoneta'.
Decidieron poner rumbo a Lisboa. Pedrojo había conocido varias casas okupas en su destierro voluntario; sabía al menos de dos de ellas donde la idea cuajaría.
- ¿Sabes lo que verdaderamente echo de menos? - le decía Mar sonriendo por el traqueteo familiar.
- No.
- Cántame algo.
Pedrojo la miró de reojo, sonriendo empezó a cantarle a media voz:
'Mis colegas quedan, tirados por el camino
¿Cuántos más, van a quedar?
¿Cuánto viviremos, cuanto tiempo... moriremos?
En esta absurda, derrota sin final
Dos semanas, tres semanas o cuarenta mil mañanas
¡Qué pringue, la madre de dios!
Cuanto horror habrá que ver, cuantos golpes recibir
Cuanta gente, tendrá que morir
La cabeza bien cuidada, o muy bien estropeada
Y nada, nada que agradecer
Dentro de nuestro vacío, sólo queda en pie el orgullo
Por eso, seguiremos de pie
Mogollón de gente, vive tristemente
Y van a morir, democráticamente
Y yo, y yo, y yo, no quiero callarme
La moral prohíbe, que alguien proteste
Ellos dicen mierda, nosotros amen
Amen, amen, amen...
- ¡A menudo llueve! - cantaba en grito Mar junto a su compañero.
Los dos reían con ganas, como hacía mucho tiempo no habían hecho; hubo unos segundos de silencio en el que los dos recapacitaron sobre eso, alegrándose de estar juntos otra vez.
- ¿Bueno qué?, hazte algo a ver si damos con lo que buscamos - pedía Pedrojo retrepándose en el maltrecho, pero cómodo, sillón del conductor.
- Eso está hecho, maestro... ¿y qué buscamos concretamente? -sonreía complacida Mar.
- La solidaridad.
- Tu eterna búsqueda de la anarquía.
- Pasa por la solidaridad, inevitablemente, ya lo sabes... la pregunta es la de siempre: ¿Para Cuándo la Solidaridad? ¿Para Cuándo La Anarquía?
FIN