13 - LA INTERNACIONAL
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva,
sino con el de la misericordia.
(Miguel de Cervantes).
Aquella espuria alianza entre perros y gatos resultaba anti natura ante los ojos de Dios y de la Historia desde siempre, pero era sólo en los últimos tiempos cuando esta sinrazón se había convertido en algo público, notorio y manifiesto, en algo que se comentaba abiertamente en las esquinas del mercado de San Agustín y sobre lo que se inventaban mordaces chascarrillos a ambos lados de la división taxonómica. El fenómeno, callado hasta entonces, empezó a saltar a las vendidas rotativas tanto de los unos como de los otros y pronto algún periodista acuñó una palabra -canfelinismo- que debiera haber existido por lo menos cuarenta planes quinquenales antes. Algunos politiquillos de ambas especies tuvieron que empezar a reconocer que existía una alianza simbiótico-coyuntural entre perros y gatos.
Era lógico, resultaba inevitable, que los más listos de entre ellos, perros y gatos, gatos y perros, hubiesen leído hasta el final la novela humana Rebelión en la Granja y que hubieran, hasta el final también, asumido su desconcertante contenido; así que era tal el grado de impunidad de los dirigentes de uno y otro partido que apenas tenían ya el decoro burgués del ladrón fino ni mucho menos el disimulo y la astucia prescritas por el autor humano Maquiavelo en su más célebre tratado; robaban a destajo, a manos llenas, y para el resto de las especies resultaban muy molestos y hasta ofensivos, como si un idiota quisiera cantar y desafinara, los ladridos y maullidos que mutuamente se dispensaban, los lengüetazos de aprobación con los que se humedecían los hocicos y se limpiaban las orejas y se lamían los anos, los golpecitos de franca camaradería que se dispensaban en el lomo. Para terminar de enervar la situación, el Laika, un periodicucho canino que alguna vez se había erigido en flagelo de corruptos e impostores de la res pública, había destapado en los últimos días sendos casos de corrupción que explotaron en los informativos como sendas bombas Orsini: habían pillado, en primer lugar, al presidente de la patronal canina Perro come Perro jugando con una bola de lana en un chalet de la costa levantina y luego -a renglón seguido, la actualidad no esperaba- a un alto preboste de la Iglesia Felina de Salvación saliendo a la calle y orinando diligente en un arriate.
Un día, el menos pensado, un irrisorio perro sin raza ni lustre alguno, nerviosa su mirada y destartalado su paso, purulentas sus orejas y embarrado pero seco su pelaje enfermo, se coló en un acto oficial del partido Unidad Canina e hizo explotar la dinamita que llevaba adosada al lomo con cinta aislante. Aquella noche, que fue especialmente dura en la represión, los gatos tísicos de los arrabales dijeron unas palabras en recuerdo del mártir ajeno y dejaron encendidas, en los rincones más desangelados de la ciudad, unas velitas de esas que llaman de mariposa.