17 - El UJIER


El rey es la pieza más débil.

(Paul Morphy).

El ujier pudo ver cómo el rey -daba igual qué rey fuese- avanzaba presuroso desde el final del largo pasillo. El monarca hubiera corrido si supiera hacerlo, si alguna vez hubiera tenido que hacerlo, si su digno porte real se lo hubiese mínimamente permitido. Su Majestad llegaba evidentemente tarde a donde quiera que Su Majestad llegase. Al llegar ante la historiada puerta, el ujier hizo la reverencia oportuna y abrió, no sin antes apercibirse de que por la nariz del monarca -flácida y pellejosa e impuesta, diríase, en medio de su cara- corría hacia abajo, más rápida que el decoro, una gota de sudor. Mirándose la muñeca, el inexistente reloj que nunca había llevado ni mucho menos necesitado, el rey entró en la sala a la vez que, casi humilde, decía:

-Perdón por el retraso.

El ujier cerró silenciosamente la puerta, pero aún tuvo tiempo de echar una mirada misericordiosa al interior del antro. Ya no vio pero sí escuchó cómo una educada muchedumbre aplaudía al rey con el pertinente boato propio de éstas y otras parecidas astracanadas, a mitad de camino siempre entre el decoro debido a Su Majestad y la sumisa efusión, de perro cortijero, que mostraban usualmente los estómagos satisfechos antes los Próceres cualesquiera de la patria, fueran éstos imbuidos por Dios, simples politicastros desertores del arado o analfabetos balompedistas de tatuaje y lifting. Perdón por el retraso. Hierático, disfrazado de su propia atemporal imagen de estatua minoica, el ujier, peón anónimo, sonreía imperceptiblemente.