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Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de oscuridad para brillar.
(Arthur Schopenhauer).
El nazareno estaba empaquetando las lociones de crecepelo y los tónicos revitalizantes hechos con regaliz, las palomas y las chisteras y todo el extravagante y desquiciado atrezzo que siempre le acompañaba. El otro se mostraba distraído, mirando un punto fijo del vacío como si ya existiese la televisión.
-Lázaro -dijo el nazareno-, esta tarde tenemos bolo. Tú te haces el muerto y luego yo te revivo.
-Ah, sí, maestro -respondió un nada displicente Lázaro, que se incorporó rápido en la silla y pareció así despertar de su letargo- El clásico truco del zombi.
-Exacto.