3 -NOVÍSIMO PARADIGMA (La morada del Perro)


Es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo.

(John Milton).

Llevaba el diablo varios días rumiando la idea. En el momento menos pensado se levantaría más intrépido de lo que aconsejaban sus más de cinco mil años de existencia y se daría una vuelta por lo que todos, allí abajo, conocían como la superficie. Aquel día, precisamente un día cualquiera en la superficie, un día sin novedad en la superficie, un lunes más en el que venían en el periódico sempiternas noticias de corruptelas políticas y de otra victoria del Madrid, el diablo se levantó muy temprano, se engalanó con sus mejores y más ancestrales ropajes, se dio una vuelta rapidita por los diferentes habitáculos de castigo y salió por la puerta principal del Infierno como un señor mayor, pero aún ilustre, que fuese a comprar el periódico al kiosco de la esquina. Casi pasó de largo ante el diligente Cerbero, pero un triple tosido de las tres cabezas del animal le hizo volver la mirada y hablarle a su perro.

-Voy arriba. Volveré cuando el sol se ponga en la superficie. Cuídame el cortijo -le dijo, y Cerbero, perro fiel a pesar de su maligna condición, vio entristecido cómo su señor se montaba en el ascensor y cómo el panel de control pasaba del -1 al 0.

Aquello ocurría cada cientos de años y el perro, resignándose a su suerte, se aprestó al trabajo. En tales circunstancias, y ante la magnitud del hecho de que el diablo se ausentase de su morada aunque fuese solamente por unas pocas horas, el perro quedaba relevado de su puesto en la puerta y pasaba a la supervisión -como máxima autoridad temporal- de todo lo que dentro del Infierno aconteciese. Pasó por ello el día sumamente ajetreado, revisándolo todo con aplicación de novicio o de joven abogado, vigilante de que todo, en aquel sangriento y sudoroso día de la marmota, en aquel continuum del dolor, siguiera su natural concatenación de gritos, desgarro y cremación. A media mañana un condenado intentó escaparse en dirección al limbo, pero esa fue en puridad la única eventualidad que hubo de sufrir Cerbero durante su especial jornada. Todo el día pasó recordando las siempre repetidas palabras de su amo y señor: Lo importante es mantener estable la temperatura.

II

Cerbero, seguro de tenerlo todo en orden, esperaba recluido en su caseta de madera mucho antes de la hora convenida para la vuelta del amo. Sin embargo, su señor no apareció entonces ni habría de hacerlo en toda la noche, y el perro se durmió refunfuñando, a las tantas y de mal humor; mientras se entregaba al sueño imaginó por enésima vez la superficie, que anhelaba sin saberlo y que solamente conocía de las Escrituras y de las palabras, siempre melancólicas ya, que pronunciaban los condenados cuando iban entrando por la puerta principal del establecimiento. Imaginó el agua como el que imagina una entelequia. Soñó tal vez que abandonaba su portería y salía corriendo por subterráneos túneles y llegaba a la superficie. Abrevaba, extrañamente tranquilo, en las aguas de un fresco río.

III

Llegó lo que los hombres de la superficie llaman el amanecer. Con una copa en la mano, la última, muchos crápulas se agolpaban ya en el vestíbulo mientras Cerbero imponía orden a ladridos. Olía en toda la estancia a whisky y a perfume barato, a sudor de lupanar, a incienso, a fogata de polígono. Se escuchó el ascensor y Cerbero, pegado a la verja, haciendo un descomunal esfuerzo dada su doble condición de animal mitológico y de canis lupus común, contuvo el aliento. Su señor volvía desastrado, evidentemente cansado y manifiestamente borracho, y en los rasgos de su cara se leían a las claras los restos de la francachela, que tan comunes resultaban en aquel ya postrero lugar; de no ser por la general tonalidad bermejona de su cutis y por el rabo, que se le movía detrás como una sierpe autómata, el diablo podría haber sido confundido con alguno de los pobres desgraciados que históricamente, con la cíclica fidelidad de las olas, allí se iban agolpando. Volvía borracho el diablo pero mantenía sin embargo su garbo, las maneras del señor que sabe que vuelve a su feudo. Cuando habló lo hizo con un nuevo deje, impostado, que en todo el averno -contando a todos y cada de los conciudadanos en sus siete pisos y en sus cientos de sótanos y mazmorras- sólo habría podido apreciar el propio can. Ni siquiera lo acarició, aunque el perro bien lo hubiese querido.

-He visto cosas increíbles, Cerbero... cosas increíbles... -brillaban los ojos del diablo y su perfil (su nariz cual estilete, sus pómulos tersos, su violenta mandíbula) se mostraba ahora más afilado que nunca; sus ojos, de hielo rojo, hicieron que un escalofrío recorriese, erizándolo, el lomo lustroso de Cerbero- He visto máquinas que a semejanza de los pájaros vuelan y vuelan por los cielos y luego, en un momento supremo, arrojan fuego y metralla sobre las poblaciones... Es asombroso... -hablaba como si de Arte se tratara- ...He visto medicamentos envenenados y programas de televisión, ¿sabes lo que es la televisión, Cerbero mío? ...He visto mentiras sobre mentiras que devienen verdades y un buen ambiente en general que lo impregna todo hasta la médula, un hijoputismo extendido del que bien se nos podría pegar algo aquí abajo, copón, que con esta mierda moderna del Sindicato Interplanta de Condenados de todo lo que se habla últimamente por aquí, tú lo sabes, es de los derechos post mortem de estas criaturitas... ¿Qué infantilidad es esa que repiten a media voz y escriben en las paredes de las estancias menos vigiladas de esta nuestra casa, Cerbero? ¿Por un infierno más digno?... Vamos, por Dios Padre en persona, que es que esto es de traca... Pero esos cabrones de ahí arriba están a otra cosa, ¿eh? Te lo digo; están en otro nivel, en serio. No sé, pero me resulta todo tan novedoso, tan increíble. Te aseguro, Cerbero, que es increíble... Ahí arriba han avanzado, me cago en mi puta vida, es cierto, y sus dirigentes, a los que casi siempre les cuelgan alrededor del cuello unos trapos alargados, han alcanzado tal perfección en el desarrollo de sus quehaceres que bien podría ponerme hasta yo mismo a estudiar empresariales, abogacía o periodismo... Nunca es tarde si la dicha es buena, el refranero popular no miente. Entiéndelo, Cerbero... Antes, por ejemplo, tenías ahí a un inquisidor dale que te pego, dándole vueltas y vueltas al potro de tortura hasta que el Mal se consumaba, dos o tres meses o lo que la cosa se alargase; lo que aguantase el pellejo, vamos. Pero ahora los hombres tienen inquisidores en cada esquina y delatores hasta en su casa y plutonio empobrecido con el que fumigan sus propios campos de labranza... Han horadado la tierra que los sostiene y amenazan casi con precipitarse en tropel en este mismo vestíbulo cualquier día... Escucha lo que te digo, Cerbero, es algo bello. Todos éstos viejos que se nos agolpan ahora aquí -echó una mirada a la cola de condenados como el que mira una tapia blanca- han vivido en soledad y se han muerto hace diez minutos completamente solos. Mira cómo vienen los niños de la guerra, míralos; mira a esos que se han muerto de frío porque no tenían ni para enchufar un puto brasero... Mira a todos esos que lo único que han hecho ahí arriba es callar, callar como los muertos, y trabajar si les dejaron. ¿Sabes que muchos de ellos, por no decirte la inmensa gregaria mayoría, han estado pagando sus propios nichos mortuorios durante media vida? ¿Puede existir algo más cabrón y más bello? Míralos, Cerbero, vienen todos derrotados, y aunque les preocupa el Infierno más les preocupa la vida que dejan... Pasan cosas inverosímiles ahí arriba, son buenos tiempos ahí arriba, hasta el clima lo han subvertido, hasta la comida y el amor y el sexo, y nosotros, Cerbero -adelantó el diablo un puño, evidentemente emocionado-, nosotros tenemos que cambiar. He visto, Cerbero, escucha lo que te digo y créetelo porque es la puta verdad, fuego hecho con electricidad... ¿acaso no supone eso el más novísimo paradigma? ¿Acaso no indica eso que hemos de implementar hasta en el último sótano de este humilde establecimiento, y a la mayor celeridad posible, tal maravilla de los tiempos?

En algún momento, mientras hablaba, el diablo se había sentado en una silla que los funcionarios del lugar colocaban en la puerta para que las usaran, en los cada vez más frecuentes momentos de sumo agobio, aquellos condenados físicamente impedidos; tenía cruzada en ángulo recto una de sus patas caprinas, y había dejado, distraído ahora, la mano en su barbilla, algo que le dio un rictus, no deseado sin duda, de intelectual en ciernes. Parecía joven, y en sus ojos se reflejaban vivamente todos los fuegos que los circundaban, y por un momento, con cara de fruición, gozó imaginando el futuro prometedor que ante sí se abría. Babeó ligeramente y tal y como ya le había ocurrido hacía algún tiempo, cuando bajando del árbol ofrendó a la humanidad entera el fruto del árbol de la ciencia. De pronto, como si volviese a ser consciente de quién era, de cuál era su ahistórica misión entre los hombres y ante Dios, el diablo recompuso su figura. Cerbero emitió un triple gruñido de satisfacción cuando su amo y señor dijo:

-Mañana reunión de ministros. A primera hora.